viernes, 30 de junio de 2023

Éxtasis, todo el tiempo vivo en éxtasis

 “Cuanto más reflexiono sobre la cuestión, estoy cada vez más convencido que la vida es, de comienzo a fin, un fenómeno de atención”.

Henry Bergson, filósofo francés del pasado siglo.


La carrera está promediada. Los concursantes conocen las reglas, pero no las pueden cumplir, pierden tiempo. Los peores parados parecen ser los nativos digitales, que no conocen de otras experiencias. Ante el dominio de todo tipo de pantallas, la vida se convierte en una voluntad dominada por una atención fluida, ligera y sobre todo, manipulada. Atender es solo estar dispuesto a prestar atención al nuevo mensaje o actualización. Secuencias cortas, máxima atención para luego dispersarse. Los estímulos han cambiado, ya no van de dentro hacia fuera, sino por una pantalla que bombardea información y para colmo de males, nos hace creer que estamos informados. La mayoría, como toda persona enferma, cree tener el control y el de sus hijos sobre las condiciones y los términos de uso de las aplicaciones. Es una cuestión del deseo, escasea el deseo como fuerza o proceso. Nos estamos quedando sin motor.


Los automatismos nos gobiernan y la atención ya no se trata de una cuestión individual sino colectiva. Se está perdiendo la capacidad de escuchar, la presencia de querer escuchar al que necesita compartir algo interior. Escuchar y ceder la palabra resulta muy difícil, la gente no está escuchando, aplica automatismos, solo quiere decir lo suyo. Estamos actuando como nos ha enseñado la tecnología, la atención es un problema colectivo. Siendo personas afectivas parecemos individualistas. Un joven prefiere estar más atento a las novedades del móvil que a una conversación familiar. Un mensaje de dolor en un grupo de wasap conlleva a la monotonía de palabras convencionales de aliento pero no genera una llamada personalizada para intentar ayudar al dolorido. Nos pensamos todo el tiempo pero el otro no lo puede saber, actuamos en soledad.


La atención y curiosidad siempre ampliaron los límites. Hoy amplían las horas de navegación pero hemos perdido la tensión. Hemos transformado nuestra rutina, dominados por un halo de aburrimiento tóxico, nada creativo o revulsivo. Los contenidos que recibimos son cada vez más personalizados, y eso no es una ventaja, perdemos la globalidad, dejamos de pensar como sociedad. Las acciones colectivas se dan en las redes sociales y cada tanto, en una manifestación en un lugar público. La tendencia es la inacción o la indiferencia. Las grandes tecnologías no necesitan datos colectivos, se enfrascan en la búsqueda de los datos individuales a los que llaman precisos, para luego estimularnos o manipularnos. Se está perdiendo la capacidad de resistencia, y en el caso de un joven de dieciocho años -de ahí para abajo- no conocen lo que es esforzarse para vencerlas.


Entonces parece inviable cambiar los acontecimientos. De ahí esa sensación de desagrado o desilusión. Confundimos ilusión con fanatismo apasionado. Los debates son acumulación de gritos, ofensas o agravios, nunca de intercambio de ideas. Somos conceptos que se van dispersando en el tiempo. Militamos el desconectar con la pantalla de que estamos preocupados por conceptos. Persiguiendo el frugal disfrute momentáneo se utilizan frases de copia y pega sin comprender que todo lo que consumimos es así, copiar y tirar, no retener, no aprender. Ante cualquier comentario desalentador, tus amistades o familiares se convierten en un remanido manual de autoayuda, todo tiene solución, pero todos te derivan, nadie te presta la atención.


El aburrimiento se define como el cansancio del ánimo generado por una falta de estímulo o distracción, o por molestias reiteradas. Nos hemos caracterizado en los momentos de no tener nada que hacer, en tratar de ver en que se podía volcar la energía para hacer algo. La creatividad nos conectaba con el interior y con el mundo. Hoy somos tedio con una necesidad de dejar de hacer para poder ser. La atención se dispersa, no tenemos resistencia. A dicha carencia la llamamos falta de estímulos cuando es claramente falta de voluntad. Sin voluntad es imposible reiniciarnos en el esfuerzo. Por eso no vemos posibilidad de cambio.


La búsqueda de la satisfacción no cumplida parece estar en Google, YouTube, Instagram, Facebook o TikTok. Si no miramos videos, jugamos a video juegos o estamos en redes sociales. La vida parece una competencia permanente, en una constante ambición por darnos gustos, en satisfacer deseos placenteros, en retos, en ser autómatas. Nuestra atención parece captada por hábitos de consumo. Arthur Schopenhauer sostenía que el estado de ánimo junto con el dolor eran los grandes enemigos del ser humano, pero basculando entre esos sentimientos se conseguía avanzar. El comportamiento humano depende de su inteligencia, temperamento, motivación y fuerza de voluntad. La resistencia está acaparada por estímulos breves, pasajeros. La inercia domina lo cotidiano, nos sostenemos enojados y el sentido del mundo se configura al margen nuestro. Es necesario dejarnos de joder con el desinterés que nos gobierna y retornar al sentido del deber y no al deber sentirnos, sino del presente no pasamos al futuro y seguiremos equivocando el frente donde deben realizarse las resistencias...

 



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