viernes, 16 de junio de 2023

Mi cuerpo se cae, solo veo la cruz al amanecer

 “¿Qué es mas probable: que la naturaleza salga de su curso o que un hombre cuente una mentira? En nuestros tiempos, nunca hemos visto que la naturaleza se salga de su curso. Pero tenemos buenas razones para creer que se han dicho millones de mentiras al mismo tiempo. En consecuencia, la probabilidad de que el comunicante de un milagro diga una mentira es, al menos, de varios millones a una”.

Thomas Paine.


Si la única guía sobre la que sustentamos los razonamientos es la propia experiencia, convengamos que no se trata de una recorrido infalible. Nos cuesta aceptar que sabemos de pocos aspectos de la vida como para luego largarnos a opinar sobre todo. Tendemos al error, afirmamos de más. La observación detenida tantas veces arroja precisiones y otras tantas, una confesión: la posibilidad de estar equivocados, engañados o confundidos. La experiencia también se mueve entre la incertidumbre del día a día, nutriéndose de la contrariedad y satisfacción vivenciada en el camino recorrido. No todos los efectos tienen una explicación de sus causas y algunos nos apoyamos en las vivencias para obtener evidencias. La mayoría de las historias repetidas podrían ser refutadas con claridad, sin necesidad de base científica o filosófica. En el enojo evidente de esta sociedad actual, cuestionamos todo. Casi todo, aún no nos animamos a refutar la existencia de los milagros.


Nos la pasamos desmontando “milagros”. La palabra se utiliza para todo concepto, desde una dieta, medicamentos, recetas económicas o sanitarias, políticas de estado, planificaciones a largo plazo, utopías sobre naciones, personas que sobreviven en un accidente masivo, sucesos que escapan a la normalidad o hasta un resultado deportivo inesperado. Eclesiásticamente, evangelizar suponía liberar a un pueblo, no mal atarlo. El dogma parecía infalible hasta que las luces y sombras de las existencias parecieron claras dentro de lo que la institución cubre, protege o enaltece. Varias de las entronizaciones o canonizaciones resultan ser un vasto desastre de almas. No es fácil corregir los engaños que se sostienen a lo largo de la civilización, no se suele dar importancia a lo real y si a las fábulas. E intentar remarcar el producto de una visión mágica y sobrenatural enoja pero también lastima a la persona que cree. Y no se trata de querer lastimar.


Resulta raro, de antemano, que asimilados y aceptado milagros universales, tales prodigios ya no se registren en nuestros días. De hecho, desvelamos a cada paso una nueva fake news, desacreditamos a casi todo orador con el epíteto de charlatán o mentiroso. Pero claudicamos ante el eterno relato maravilloso, providencial por la propensión humana hacia lo fantástico y la divinidad, sin generar duda ni controversia. En realidad, sí que se sospecha, pero no se persiste en el interrogante. Hasta ahí se llega, no vaya a ser cuestión que la falta de fe nos obligue a enfrentar los duros avatares de la vida sin el placebo de lo milagroso que nos sostenga o apuntale. Por eso es norma repetir aquellos milagros producidos y apenas atestiguados por un puñado de personas -y a veces ni siquiera un puñado-. Durante siglos nadie cuestionó las costumbres arraigadas sin importar que estuvieran edificadas sobre principios inestables. La costumbre, instinto, tradición, intuición y hasta las emociones son las bases para constituir lo que pensamos o creemos, sin apoyarnos en los hechos, experiencias y en el razonamiento científico y elemental. Nunca hubo hecho milagroso establecido sobre evidencias rotundas.


El milagro no debería existir si nos apoyamos en la ciencia. En ocasiones consigue explicar por causas físicas ciertos fenómenos que hasta han pasado mucho tiempo por maravillosos. La misma ciencia reconoce limitaciones, de ahí que la investigación sea permanente. En los últimos siglos el desarrollo científico ha enseñado a conocer el comportamiento de la naturaleza y a dominar las fuerzas naturales. Un milagro contraviene una ley de la naturaleza, la experiencia uniforme equivale a una prueba completa. El filósofo escocés David Hume, defensor de la ilustración, “empirista” y escéptico por naturaleza, nos proporciona dos definiciones de milagro, la más amplia como una violación de las leyes naturales y otra más estricta, donde se permite una transgresión de las leyes naturales provocadas por una particular voluntad de la divinidad. La mayoría de las leyes naturales y verdades generales que damos por válidas, generalmente no las hemos aprendido por experiencia directa ni fueron sometido a prueba. La influencia difusa otorgada por referentes -padres, profesores, lecturas, religión- han condicionado el poder confrontar sobre hechos que no tienen sustento o base firme.



El conocimiento del mundo científico hasta hace muy poco, era muy escaso. El dogma de las grandes religiones se ha centrado en la plena aceptación de los milagros que se dice que ocurrieron durante su historia. El sentido de creer o no en la existencia de milagros lo dará una preferencia filosófica donde entre en juego la subjetividad. La razón humana se suele extralimitar queriendo llegar a donde no le está permitido. El hombre ha organizado su vida desde una supuesta experiencia, que debería llamarse creencia. Las impresiones provienen de nuestros sentidos y las ideas que sostenemos son asociaciones de las impresiones. Se trata de que nuestra subjetividad nos permita creer lo que queramos creer. La difusa línea entre credulidad y creencia permite que para algunos, el verdadero milagro sería el creer en milagros...

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario