lunes, 1 de mayo de 2023

En mis piernas, a veces siento temor, lo sé, a veces vergüenza

 “Pienso, luego existo”

Réne Descartes.


Pensar era una prueba de la propia existencia y por eso, Réne Descartes se abrazó a la inmortalidad al ir más allá acerca de la totalidad de cuanto existe. Cuestionó la autoridad que definía qué y como creer, y qué pensar. La humanidad se basó en sus razonamientos para modificar parte de lo que se comprendía y afirmar que el ser humano podía tener pensamiento propio. Pero asegurar “Pienso, luego existo” puede ser un nuevo reclamo cognitivo de estas sociedades modernas, en el discernir que el yo que piensa supone que estará separado de la realidad sobre la que se está pensando. Mucho rollo existencialista, pero que viene a cuento cuando uno siente que se satura de pensamientos y aspira a lograr la mente en blanco o un proceso de paz a través de un ejercicio, práctica o técnica de meditación.


El miedo al papel en blanco es uno de los estereotipos más lúcidos de utilizar en literatura ante un bloqueo o falta de inspiración; la técnica insiste en enfrentar el momento más angustiante de un proceso creativo. El miedo a no poder encontrar la luz en el pensamiento ante una situación angustiante también puede ser considerado remanido. “Algo se nos va a ocurrir”, es una especie de muletilla a la hora de poder revertir situaciones desmedidas o preocupantes. “De esta situación no salgo” es un miedo universal repetido ante un momento de crisis o adversidad. Repetimos axiomas y no siempre son válidas las generalizaciones. En materia del pensamiento, es más usual tener la cabeza en actividad permanente -consciente o inconsciente- que en reposo. El dominio de la mente parece ser un estado “ideal” vinculado al vacío de pensamientos.


En estados de ansiedad, bloqueo o crisis existenciales, sostenemos la paradoja de que la mente no deja de pensar lo negativo de la situación y considerar -al mismo tiempo-que tenemos la mente en blanco por no poder expresar correctamente las emociones y angustias que se generan en ese estado de parálisis. Como no se trata nunca de experiencias comparables, la diferencia entre un pensamiento negativo y la mente en blanco abarcan un mundo -de gente-. En el tiempo existencial, la mente parece tener su propia autonomía de sensaciones, y la mayoría de las veces las personas no sufrimos déficits conductuales evidentes en esas tareas encaradas. Si bien somos prisioneros de nuestros pensamientos, no parece afectarnos salvo al momento de tratar de reconducir situaciones muy adversas, donde la realidad no parece contener manual de instrucciones para apaciguar la mente.


No parece tarea fácil el apartarse de los pensamientos. La incapacidad de desconectar en estos tiempos se asocia al síndrome del pensamiento acelerado. La hiperestimulación tecnológica – o intoxicación digital- y sus adicciones alteran la construcción de pensamientos, donde el exceso de información, preocupaciones, actividades o presiones sociales aceleren la mente a niveles insospechados y estériles. “El mal de este siglo” se define, baja la tolerancia al estrés y predispone a trastornos emocionales. Se edita la construcción de pensamientos y emociones de forma exagerada, dificultando al bajo umbral de la frustración. A diferencia de los síntomas de las diversas formas de ansiedad existentes, en el pensamiento acelerado no se registran traumas pero si la falta de profundidad y asertividad. Analizar la ansiedad es desgastante, aunque lo que desgasta más es el aburrimiento de estar todo el día conectado esperando o creyendo encontrar novedades en red.


A la hora de modular la introspección se tropieza con diversas formas de angustias que no permiten alcanzar un ruido mental neutral. Si analizamos nuestros estados emocionales adversos debemos hacer esfuerzos notables para definir si se trata de angustia, ansiedad, pánico, miedo, inmadurez, frustración, trastornos obsesivos-compulsivos, ansiedad postraumática u otros síndromes. Conectar la mente para desacelerar estados emocionales no es tarea fácil. La concentración es una actividad poco conocida y de difícil alcance cuando la debes encarar en una situación angustiante. Los pensamientos son representaciones mentales de una supuesta realidad. No existen físicamente pero pueden generar secuencias ficticias e ilusorias. El laberinto de la mente ayuda a perder trazas de la realidad sosteniendo interpretaciones tantas veces subjetivas y distorsionadas que creemos que son reales. Detenernos a repetir ejercicios o prácticas atencionales o psicoafectivas necesitan de enorme esfuerzo mental para apaciguar de pensamientos a la mente. La atención se entrena tomando distancia de ella, la mente toma un papel protagónico donde nos envuelve en su red. La atención desaparece con una mente pensante. Se vive entre diversos estados sin saberlo.


Concentrarse para meditar requiere de capacidad para mantener la atención. Es “otro” proceso psíquico que intenta centrar de forma voluntaria toda la atención de la mente sobre un objetivo a realizar, dejando de lado todo hecho cerebral que interfiera en la necesidad de lograr atención. Al encarar estas hojas de mi blog, el proceso en blanco últimamente me atosiga. Una situación de crisis instalada tantas veces en los últimos años me invita a abandonar, la sensación de agotamiento mental para buscar temáticas y expresarlas en entradas semanales dan la idea de una debilidad cercana a un fin de ciclo. La búsqueda de paz y calma requieren de un proceso que permita el verdadero significado de “concentración”. Detener la mente no parece tarea fácil, en la repetición paciente de secuencias nuevas puede radicar su éxito.


Todos los recursos cognitivos necesitan existir en un nuevo proceso. Sin clasificación, comparación, relación, asociación, percepción y memoria no hay reconstrucción y nuestros pensamientos continuarán cómodos en esa zona de confort de sus propios miedos. Las crisis necesitan curar, trabajar y emerger de las sombras requiere fortaleza espiritual y sobre todo conocerse y aceptarse. De lo que creamos influirá en lo que pensemos, la dificultad para sostener la soledad creativa y existencial necesitan el desarrollo de una nueva personalidad, tras un dolor motivado por pérdidas, frustraciones, inseguridades o crisis. No se necesita desconectar de lo irrelevante pero el trabajo parece arduo. Una reconstrucción no conoce la comprensión de lo que somos o de lo que nos puede suceder al entrar en crisis. Somos lo que la mente observa y en estos tiempos no aparecen pensamientos para definirlos con palabras y sobre todo, para sentir un diferencial que permita publicarlo. De las crisis se sale, solo se trata de sentirse nuevamente interesante…

 


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