viernes, 19 de mayo de 2023

Ah, come de mí, come de mi carne

 Detrás de los actuales debates teóricos sobre nacionalismo, identidad, política y fundamentalmente, religioso, hay un tema oculto: la pasión”.

Michael Walser, filósofo.


Las ideológicas se fundamentan en la emoción pasional de los ciudadanos, atizados por la lógica de los mercados, la ilógica de los medios y el sentido de las redes sociales. Sobre ellos o entre ellos danzan los líderes, los que vienen a cambiar el mundo, a hacerlo más justo y mejor repartido. Es un frenesí desmedido que rige el sistema, no se trata de una pasión romántica, estética o poética, sino de una pasión - pulsión masiva plagada de mensajes falsos y teorías conspirativas, adoctrinando en cuestión de tiempo -años o décadas-, desamblando de manera cruel, persecutoria o sangrienta las más poéticas obras sociológicas planteadas. Trastabillamos democracias, titubeamos en “emocracias”.


Los contenidos sociales se dirimen en las arenas de las redes informáticas, con mecanismos de propaganda sustentado en los medios de comunicación propios y en conferencias de prensa o reportajes consensuados, limitando cantidad de preguntas e ignorando consultas críticas para derivar en respuestas automáticas -que se traen medianamente aprendidas porque no tienen mucha capacidad de aprendizaje-. Las campañas de comunicación se perfilan sobre un ejercito de personas reales significativas apoyadas al instante por legiones de bots -cuentas, identidades, perfiles duplicados, piratas o cuentas falsas- que despiertan la cólera defensiva y emocional de los seguidores o adeptos, iniciando un acoso excesivo e inmediato a todo opositor o que opine en contra o utilice su sentido común. En este caso las emociones disparadas permiten lo que en realidad opositan: popularidad inflada, pagada, falsificada, desinformada, alineada y alienada que cancelan toda posibilidad de debate ciudadano. Nadie reacciona a las verdades, solo les movilizan las opiniones. Hasta hace poco las redes podrían ser consideradas un mundo virtual, pero la operatoria es calcada a la arena real, donde impera la corrupción, la ostentación de la mediocridad, el descrédito y aislamiento u oídos sordos a críticas.


Vivimos en sociedades donde importan las emociones, la necesidad específica de sentirse bien. Lo políticamente correcto se manifiesta de manera violenta, cualquier atisbo de discusión sobre diferencias se convierte inexorablemente en una idea excluyente basada en mensajes superficiales atados a la emotividad. Anuncios que no agitan a la razón, solo condicionan los sentimientos. La pasión siempre será impulsiva o enajenada y las muchedumbres, vehementes. Lo que menos se respeta son las diferencias, penetrando el concepto de cultura para formar ciudadanía obediente que anhelan la destrucción del adversario. Se sostienen en la exageración y apasionamiento, los líderes saben manipular esa energía apasionada. Los nuevos príncipes maquiavélicos te mienten en la cara pero les ves como tus iguales o pares, agradeciendo que por primera vez te visibilicen, te hablan a tí y te llamen “pueblo o hermanos”. Se definen con sentimientos genuinos y ante esa sensibilidad enajenada se pregona el salvajismo de los muchos -la masa- en contra de los pocos -y malos-.


La comunicación es constante, cortante e impostada, predominando el lenguaje vulgar que estos días parece transmitir sinceridad. Esa pasión ideológica se mantiene con una red de informantes dispuestos a transmitir las consignas diarias con una combinación científica apoyada en la fe. Es una caza de brujas constante en el uso de las redes sociales y los medios propios, no es necesario confrontar con los medios rivales u opositores. Mantener informada a la tribu parece ser la consigna y dejar claro que la información que sobrevendrá por fuera del aparato es mentira, fake y manipulada. El criterio emocracia ha absorbido el concepto de cultura, renegando y re escribiéndola sin contemplar ni importar el uso de la verdad histórica. Estos líderes necesitan de la genuina e ingenua connivencia de un colectivo que actúe como secta, apoyando sus promesas y propuestas, perdiendo su autonomía crítica. Tanta emoción obliga a considerar un totalitarismo, cargarse las instituciones y las oposiciones, situando a un líder por encima del Estado de derecho con la justificación de un cambio de paradigmas institucionales para proteger al supremo mesiánico, otorgando un vía libre a la exaltación del culto personal.


El miedo exacerbado a un supuesto enemigo interno o externo se alimenta permanentemente con mensajes superficiales atados al concepto de emotividad. Los mensajes suelen apelar a tergiversar datos que serían fácilmente contrastables en la realidad -lo que podría ayudar a comprender nuevos conceptos como metaverso o mundo virtual- marginando y apelando continuamente a lo peor de los otros. Las emociones mandan mas que las mayorías, los sentimientos inflaman la razón. Plagados de sensaciones frustrantes, las sociedades transforman sus sentimientos de hastío, resignación e indignación para implorar el fin de la racionalidad y la aceptación de la frivolidad e información superficial. Alguien que piense por todos, que opine con la “verdad” y posibilite ignorancia, obediencia, colaboración y silencio de sus subordinados. La emocracia incuba contradicciones y disentimientos, viviendo en una condena difícil de erradicar: un constructor de mundos ficticios con cabezas cada vez mas cerradas donde la subordinación del modelo “padre” protector te mienta de manera burda, donde la parálisis mental permite descansar la parálisis política y de opinión. Administrar las emociones de los demás es el “espontaneo” objetivo de una sociedad infantilizada e impúdica y lo que es peor, infeliz...

 




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