martes, 9 de mayo de 2023

Ahora todo es bruma y no hay luces que seguir si piensas volver algún día

 “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”.

Milan Kundera


Cualquier placer finito está basado en su fugacidad. Estamos de paso, pero con elementos que quedan, sobreviviendo la caducidad. Coleccionamos, apilamos, recuperamos, mantenemos, reciclamos, olvidamos. Buscamos lo que existió para sostener la devoción y si nos compensa, atrevernos en buscar hasta lo que pudo no haber existido. Somos demandantes y misteriosamente, se nos cumplen las demandas, la tentación de la esperanza tiene su industria y sus mecenas. Centrados en la literatura, se asiste a un fenómeno cada vez más intenso y del que no se duda, la aparición de innumerables obras póstumas e inéditas de autores que nos han marcado. Terminan obteniendo igual significado las obras que nunca se completaron que aquellas que hicieron época, vale tanto el punto y seguido más que dar por bueno un punto y aparte o punto final.


Escritor es aquel que escribe aunque no lo lean o no lo publiquen. Se tiene la necesidad de escribir, algunos con modales prolíficos y otros apenas guardan cuartillas, notas al vuelo, cartas, borradores desechados o pequeños manifiestos. Seguramente todos soñamos con trascender, que nuestra obra sea material de referencia o consulta y reposo mental. Pocos llegan, y a pesar de dicha confirmación, las librerías están llenas de novedades, de éxitos y de libros sin literatura, con ventas sin ser un éxito. Escribir puede ser un impacto emocional o puede ser un estilo sin emociones. Un gran escritor puede serlo en secreto, sin que lo sepa ni reconozca su entorno. Pero se alimenta escribiendo, leemos y escribimos seguramente porque necesitamos vivir más. Le consultaron al escritor rumano Mircea Cartarescu que haría si muriera el último lector vivo sobre la tierra, y contestó: “Seguir escribiendo”.


Las razones de un estilo suscitan las dudas sobre la autenticidad. Si un hallazgo literario es lento, carente de emoción y originalidad se puede tratar de un inédito borrador rescatado en forma póstuma y puesto en circulación para acceder a un nuevo material de autor reconocido. Se debate la pertenencia y la necesidad de difundir ese material, ya que proliferan, despertando -al menos en quien esto escribe- si se trata de hallazgos o estrategias que no sumarán relevancia a los grandes aportes que si han prosperado de autores famosos. En general, la decisión de publicar textos inéditos y tardíos es polémica y genera tensiones entre herederos, albaceas o editores. También entre los lectores, pero pocas veces se llega a dudar si ese hallazgo es un texto reescrito parcialmente o si en verdad, se trata de un trabajo inconcluso de autor que solíamos admirar. El dilema de dudar de la autenticidad de una obra o, lo que es peor, la del artista no alza voces. En general, no se pregunta si el material hallado es verdaderamente necesario.


Podemos citar prolíficos autores que no han terminado o depurado infinidad de textos. Cantidad de borradores, “embriones” o “gérmenes” se editan como escritos parcialmente, con producción residual o experimental. También se da el caso del descubrimiento tardío de grandes obras y noveles escritores. Excelentes libros han tomado importancia tras su publicación póstuma, ya que la intención de su producción literaria ha quedado suspendida por la muerte. Entre la gama de opciones, se encuentran escritores proscriptos -generalmente por política-, escritores que no pudieron burlar la censura de sus gobiernos. De ellos, trascienden sus lecturas una vez que terminaron los regímenes que le prohibieron, en muchos casos, con el autor fallecido. Por último, Max Brod, amigo y editor de Frank Kafka, desoyó el pedido del escritor checo de que sus escritos y manuscritos debían ser quemados tras su muerte. Parte de su obra, inmortal, como “El castillo” o “América” hubieran privado de aportaciones valiosas a la literatura mundial. La duda es si todo el material inédito existente que se ha publicado en los últimos tiempos, sostienen la calidad de los trabajos de Kafka.


No podemos precisar donde comienza y finaliza el “corpus” de un escritor. Sabemos que la avidez editorial por seguir seduciendo al lector va en aumento. En toda obra póstuma resta saber -menos en casos aislados como el de Kafka, Emily Dickinson o Nabokov- la intención del autor. La duda de esta entrada se centra sobre todo en valorar si aquellos textos recuperados y editados cambian o no la percepción que se tenía del escritor y no le mejoran. Las obras quedan expuestas y reducidas al criterio económico de sus editores o albaceas. Es considerable la lista de libros que han hecho historia tras el fallecimiento de su autor. La duda no la genera la inmortalidad de una obra, sino la magnitud de inéditos que se publican cada año. El negocio insiste en funcionar más allá de sus autores. Nadie duda, o no lo hace público, de la autoría de esas obras, porque si bien al lenguaje lo maceramos para sacar su máxima capacidad de expresión, nada puede permanecer perdido en un cajón o ático sin exposición o aceptar una manera de estar solo olvidado. Se buscan historias estén o no acabadas -sin consultar quién las acaba- y supone vender una acción interrumpida u olvidada tanto o igual que una tarea terminada...



 

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