domingo, 2 de abril de 2023

Cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo

 “Siempre habrá una cosa que está por encima de todo esto, y son los grandes escritores, que de toda la vida se han saltado esta división de géneros y pasan por la puerta grande de la literatura”.

Virginia Woolf


La literatura ante todo, es literatura. Después vienen las clasificaciones que dividen o especializan, dependiendo criterios. Hay literatura como existe música, cine, pintura o artes plásticas. A partir de un desarrollo, emerge la costumbre de construir un dogma. Las obras literarias se deberían defender por sí solas, porque lo que ofrecen tienen que decir de ellas por sí mismo. No necesitarían una visión determinista pero se termina en ella cuando alguien apela a la percepción. No se sabe si es por una cuestión comercial, simplificación o deformación cultural, se apela a la genealogía de la reivindicación y del reproche. Leer un buen libro es siempre el objetivo, en forma particular no me detengo a determinar si a quién leo es a un hombre o a una mujer.


De las lecturas de mis últimos dos meses, cuatros autoras -Almudena Grandes, Layla Güerrero, Mariana Enríquez y Géraldine Schwartz- se encuentran en minoría entre nueve escritores hombres. Eso no significa un arrebato machista en mis gustos ni una tendencia hacia la “manosfera” -concepto que arropa una masculinidad enfatizada, una oposición a lo femenino y una misoginia exagerada-. Cuesta tener que defenderse de una presunción que no se visualiza al escoger un libro. Cuesta sentarse a escribir una entrada sobre algo cotidiano en el propio accionar -escribo sobre mis sensaciones a las cosas y no en nombre de ningún colectivo- y cuando un libro me entusiasma no apaciguo ese entusiasmo en valor al género que lo generó. Se sabe que existe una diferenciación entre géneros, se reconoce que la literatura siempre tuvo un predominio excesivo del hombre por sobre la mujer, pero aquella persona que está educada sin necesidad de determinar todo el tiempo las diferencias, sabe optar por lo importante: lo bueno, lo que comunica ideas o vivencias.


Existen comunidades de hombres empecinados en promover creencias antifeministas y sexistas. Fomentan el odio, el resentimiento hacia las mujeres. La igualdad de género se hace difícil de enseñar, con la paradoja de que la vida en sociedad es mixta. La mitad de la humanidad tantas veces no deja crecer a la otra, postergándola o demorando su visibilidad. Los ismos se destacan por querer silenciar temas. Para gente normal -que las hay y son multitud- confirmar empoderamiento, resiliencia, ginecentrismo, sesgo, paternalismo, patriarcado, igualdad de género o conceptos como macho alfa, parecen extraños. Pero saben que existen las diferencias, saben que los espacios a ganar cuestan ser ganados. Saben que la vida es una sola como para sostener pacientemente que llegue a una naturalidad de lento acceso, que lo convierte en exasperante y retrogrado. Saben que la causa por una igualdad debería estar pre establecida de antemano, como uno de los tantos sucesos naturales en la existencia. Pero no se sienten encasillados en términos divisorios. En el caso que compete la entrada, la literatura, es evidente que la mujer ha sido invisibilizada en la historia de la literatura, que la oferta predominante es la masculina, que la historia de la escritura lleva mas tiempo en manos de los hombres, lo que otorga un injusto privilegio.


No concibo en mi afición a la lectura, el preconcepto de hacerme con una literatura escrita por hombres. Predomina sin ninguna duda mis lecturas de autores masculinos por sobre lo femenino. Pero no recelo previamente cuando en mis manos cae una obra de autora. No adhiero al concepto de “literatura femenina” y generalmente esas definiciones me alejan de la exploración, cometiendo tal vez un profundo error de descubrimiento. Pero cuando algo se me define como una especialización que no me comprende, me aleja de esa temática. En cambio, en mis manos cae cuanta literatura exista que no venga precedida de etiquetas, de definiciones o diferencias. Si en el formato comercial de venta se especifica que es una autora para un publico eminentemente femenino, no me acercaré, como tampoco lo haré si el etiquetado lo define como taurino, de centro comercial, manosfero o tantas otros precintos.


Ser activista es una manifestación de continuidad que suele desgastar a propios o extraños. Provocación o agitador terminan siendo los sinónimos a utilizar cuando se pregonan en forma permanente una idea. La vida debería cursar su cauce en base a un océano de ideas variadas pero se ahoga en la fragmentación cada vez más dispar de sus identidades. Antes consideradas vanguardias, ahora parecen cansinas manifestaciones de una representatividad que abusa hasta del propio colectivo. Abogan representar a toda una especie uniforme, quedando fuera de foco una evidencia, somos todos distintos. El arte, si es arte, es cuestionamiento. Y va dirigido a las preocupaciones más profundas de los seres humanos en tanto seres humanos. La identificación instintiva pésimamente ejecutada acerca al victimismo. De esta manera predomina la comodidad de enfrentarse, donde las limitaciones nos siguen arrastrando a un estado mínimo donde la responsabilidad siempre es del otro.


Hasta principios del siglo XX las escritoras se veían obligadas a utilizar pseudónimos de hombres para poder publicar, además de sobrellevar una vida de encierro. Currer Bell y Ellis Bell fueron las firmas masculinas utilizadas por las hermanas Emily y Charlotte Brönte. Emily Dickinson -quién edito parte de su obra en el anonimato-encontró un resguardo en el encierro en sus habitaciones para crear los poemas que cambiaron el estilo literario definitivamente. Al día de la fecha continúa existiendo una abismal diferencia entre hombres y mujeres en la edición de un trabajo literario. A partir de 1900 varias escritoras colocaron las piedras esenciales para centrarse en temas como desigualdad de género o violencia machista institucionalizada. Virginia Woolf, Simone De Beauvoir, Anna Ajmátova o Marguerite Duras propiciaron, entre otras, una herencia necesaria que tomó vida propia. Su escritura se debe definir como legítima literatura. Ese es el sello indispensable para considerar arte al género -literario-. La no división contempla la diversidad y la naturalidad de formar parte de un mundo literario. Cuanto más se centra en las circunstancias mas se aleja de lo esencial, que es el arte. Los momentos brillantes de la genialidad literaria ha posibilitado trascender el sexo de los autores.


Para avanzar en esta trascendencia se debe posibilitar desarticular los sesgos de supremacía del varón. La repercusión de un libro basado en el género de su autor no coincide con la naturaleza del buen lector, no es fácil percibir el sexo del que bien escribe, y desconfiar de un texto por el sexo contradice con la necesidad cultural de trascender por una buena literatura. Los temas son universales, variando la sensibilidad, agilidad y profundidad de quien lo concibe. La realidad no siempre es la verdad, para muchos el cambio de paradigma es convertir el feminismo en marca y de esa manera, asegurar un cambio. Una justa causa bien defendida es una buena causa; mal defendida peligra ser catalogada como mala causa sumida en la indiferencia, desprestigiándola. Para el buen lector no será deliberado escoger el sexo del escritor por sobre una excelente recomendación literaria. No por leer a Virginia Woolf o a Gioconda Belli se revindican derechos, muchas veces se acercan a ellas para generar un malentendido de base: la deriva identitaria. Una critica sectaria es misógina, venga de donde venga. Los seres humanos crean categorías discriminantes, lo que es una calamidad. Se debería favorecer que nos lean porque lo que escribimos interesa y porque, como todo lo interesante, es diverso...

 



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