viernes, 14 de abril de 2023

No me hablen de esperanzas vagas, persigo realidad

Hay dos razas de hombres en este mundo, pero solo estas dos: la raza del hombre decente y la raza del hombre indecente. Ambas se encuentran en todas partes; penetran en todos los grupos de la sociedad. Ningún grupo está formado enteramente por personas decentes o indecentes”.

Viktor Frankl, filósofo austríaco (1905-1997)


Toda cultura que evoluciona ha sufrido avatares históricos. El poder reflexionar les permite adquirir un importante grado de sensibilidad, además de reconocer los propios errores. La historia de toda minoría es sufriente debiendo revertir eslóganes, prejuicios o consignas ideológicas, siempre aspirando a un concepto que tenga verdadero parentesco con la justicia social. La historia en cuanto a su marketing suele olvidarse de las víctimas porque pecan de convertirlos en simple estadística utilizable. Discutimos el número olvidando el concepto. Solo las victimas están en malas condiciones de sentirse eternamente en la experiencia de ser víctimas, empantanadas o detenidas en el tiempo. Tergiversando reivindicaciones surgen los acaparadores de la virtud, aquellos que rápidamente sustituyen la idea por una representación. Una palabra que ha tomado una dimensión exagerada en los últimos años es “woke”, que en sus inicios refería a un “estar despierto”, interesándose por problemáticas sociales identitarias.


El privilegio de un sentimiento genuino se irá extremando a medida que cada comunidad de excluidos escale poder en el reclamo sin importar como lo perciban los de afuera, aún a riesgo de modificar la verdad. “El conocimiento es poder” se convirtió en refranero popular tras la difusión de la obra “Mediterráneo” de Francis Bacon, en 1597. La cultura woke reformuló el concepto de Bacon y aprovechándose de la divulgación que alcanzó con la tesis de Foucault -que impugnaba una voluntad del saber que inventa una verdad avara y comedida- radicalizan de tal manera los conceptos de opresión que lo convierten en un “error” de lo que se empecinan en llamar verdad. La expresión woke tergiversó su génesis terminando por ser solo una expresión peyorativa de alguien que se siente moralmente superior al resto. Ante la masividad expansiva del término a través de redes sociales, lo woke dista de representar un genuino reclamo ante el racismo, igualdad, sexismo o clasismo. Todo en la vida está impregnado del mismo pecado de origen, solo que el manda arrastra al resto a la culpabilidad.


Hoy se utiliza la palabra woke como insulto a mano, similar a fascista o populista, con evidente énfasis negativo. Se le atribuye a la derecha pero en realidad su uso se acomoda también a los de izquierda; ambos que reconozcan al poder como “progre” -otra referencia de crecimiento desmedido en los últimos años y utilizada despectivamente-. Antes de la irrupción digital coincidíamos en una indignación compartida sobre como funcionaba el sistema, ahora también nos molestan las diferencias que se hacen cada vez más evidentes. Molesta por igual una promesa electoralista en campaña política como a quienes ven el progreso como un problema de partida. Molesta la ausencia de cualquier minoría en cualquier manifestación social, política o cultural, aunque no es posible que convocar a “todos” los segmentos. Ha pasado de ser una palabra comodín a sustituir a la cansina “políticamente correcto”. Lo woke es lo enemigo, lo que no permite ningún tipo de debate, es la confrontación plena donde prevalecen las emociones por sobre los razonamientos o argumentos. Es el grito imperioso e histérico de modificar ahora mismo el pecado original de la humanidad. Ese sentido peyorativo ha propiciado una cultura de la cancelación, donde el intercambio de ideas fue suplantado por las más dura censura.


Uno supone que gran parte del pensamiento woke proviene de los Estados Unidos. Al explotar su uso con el movimiento “Black lives matter” hace diez años y remontar su origen a 1930 por los movimientos antirracistas que debían defenderse del racismo bruto, la realidad indica que este nuevo pensamiento dominante proviene de los trabajos de los posmodernistas franceses como Michel Foucault, Jacques Derrida y Jean François Lyotard, utilizando el dogmatismo de las ideas divisorias para canalizar mas división, reduciéndolo a objeto de polémica, donde la sola mención del pensamiento no facilita el debate identitario. Cuando un grupo privilegiado pierde poder responde con la queja, sarcasmo o prejuicio. Y lo hace en supuesta representación de todos. Lapidar a quien se equivoca rara vez conduce a un cambio y se desestima la importancia de un pensamiento crítico. La palabra woke no es en sí una reivindicación sino una problemática cerrada a debate. Somos llagas necesitadas de ser reconocidas como víctimas, porque las víctimas son las únicas puras, inmaculadas.


La imposibilidad de sentir lo que siente la victima no permite entender su problema, se milita una diferencia de incomunicación. El temor es que el pensamiento woke sea conducido hacia una “dictadura para bien”. Deconstruir las bases de toda sociedad ha generado esa permanente desconfianza por el todo. Hemos sido engañados y el embuste proviene del poder. Cuestionando los preceptos de una cultura occidental corremos el riesgo de dudar de las creaciones humanistas: universalidad de derechos, la razón para fijar los conocimientos, la objetividad de sistema judicial o el pensamiento critico. Abolir la igualdad de derechos generado desde una cultura de poder lo que en verdad, persigue, es el conquistar el poder. Se corre el riesgo de determinar como se rehabilita la verdad y defender con verdadero rigor las Humanidades para saber que el universalismo de los derechos están eficazmente establecidos. La sociedad se resquebraja por juzgar a los demás en base a sus propias ideas de la moral, consiguiendo que el totalitario siempre sea el otro.


Una palabra destinada a la sensibilidad social adquirió una elasticidad escondida tras la ideología en forma de espiral que no encuentre nunca un final. Si al luchar contra las injusticias o formas de discriminación se vive del rédito que estas generan para terminar haciendo lo que antes se criticaba, eso los define como monopolistas de la virtud y moralidad. Perdida la batalla contra el capitalismo -y el capitalismo necesita de las diferencias y las distancias entre ellas-, las energías parecen volcarse en perder la batalla cultural -aunque cultura se confunda con publicidad o impacto-, opacando el ansia de las luchas igualitarias que ya no consiste en alcanzar la igualdad o visualización sino en la imposición. Una concepción destinada a tomar conciencia de la desigualdad u otras formas de injusticia social pasa a ser un agravio ideológico con percepción equivocada de superioridad intelectual. Woke significaba estar despierto, estar al tanto, saber lo que ocurre en la comunidad. Hoy estamos siendo manejados por prejuicios que disimulan ser adultos, confirmando que de despiertos, bien poco...

 



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