miércoles, 22 de marzo de 2023

Que lo injusto no me sea indiferente

 “Nuestra historia nos enseña de qué es capaz el ser humano”

Richard von Weizsäcker, presidente alemán entre 1984-1994


Las sociedades limitan su accionar de acuerdo a diversas fidelidades, ataduras emocionales o lealtades que pueden resultar nocivas para su sano funcionamiento. Lo mismo sucede en una familia. Tantas veces no se puede reforzar un juicio de valor muy definido al no poder reconocer las acciones y responsabilidad dentro de un contexto. Aferrados a consideraciones utilitarias para aliviar pensamientos o demostrar movimiento o acción -como memoria, memoria histórica, derechos humanos, empatía social, resiliencia y tantos-, la trascendencia por el recordar termina siendo un concepto de difícil implementación. La memoria parece selectiva o acomodaticia, el problema es que en su nombre se gana mucha liquidez en base a subvenciones y muy poca responsabilidad de definir. En la complicidad de las sociedades en ese pasado sucio de mi última entrada, refuerzo esos conceptos vertidos a través de una palabra de origen alemán, “Mitläufer” (*) para toda aquella gente común que no comete crímenes pero no está limpia por la indiferencia con la que deja actuar a sus “representantes” o “líderes”.


Olvidar seduce. Mentir es una cualidad muy presente en el accionar humana. Ocultar es uno de los errores de diseño que portamos. Estamos expuestos a un efecto erosivo de nuestras propias palabras o discursos. Hemos ido ensanchando los limites de lo éticamente soportable. En la Alemania nazi un “mitläufer” se convertía a causa de indiferencia, apatía o conformismo en cómplice de las barbaridades observables. No vale decir que no se estaba al tanto, solemos tener un criterio cercano de las situaciones espurias que actúan sobre nuestras sociedades. La magnitud de la bronca ante esta característica es saber que los “monstruos” son en realidad bien pocos, los tiranos se cuentan o acumulan en puñados, ante la pasividad de miles de millones. Esa masa de personas que no actúan, que avalan discursos perversos, actitudes inhumanas o indecentes ante el prójimo son los “mitläufer” de cada nación.


Avalan con su impasibilidad la tensión de la cuerda que no permite un consenso y hasta demuestran entusiasmo ante una intervención despótica. La biblia es un texto que se lee durante toda la vida sin llegar a entenderse nunca Es lógico que estas re ediciones “marketinera” de lo llamado religioso sean ilógicas ya que la vida lo es, no somos tan aptos para ver la paja en el propio ojo. Todo lo que nos mueve al contraste con la actitud del vecino se tolera ante lo acontecido en la propia casa. Se aconseja no mirar tanto atrás porque reabre heridas, pero habitamos suelos no cicatrizados, porque las reacciones de hoy son movilizaciones absurdas de un pasado que tal vez nunca existió, o al menos no con esa épica con la que intentamos disfrazar cada acto social y humano. Las grandes tiendas no conciben el diseño vestuarista ideal para que todo lobo se pueda vestir de cordero, pero así todo mimetizan sus miserias sin necesidad del sastre o del niño explotado en la costura de un tejido con mano de obra barata. No se trata de lo que los corderos digan, sino de las realidades que no expresen. A la humanidad le exigimos grandeza pero predomina la indiferencia o el silencio cómplice o la chatura.


Somos habitantes de la furia y de oportunidades desperdiciadas. No sabemos escuchar nuestro pasado para conocernos íntimamente y aceptarnos. Perseguimos en forma estéril un ideal de justicia y verdad pero lo único que sabemos alcanzar es el olvido. Tantas contradicciones no nos liberan de culpas, no hace falta tanta hipocresía de no reconocer la culpa colectiva sin asumir responsabilidad. Se podría comenzar con un intento de discernimiento. Y en coincidir que hay un exceso de referencia de memoria para una era de amnesia. Memoria nunca significó mentir o parodiar. La desmemoria permite reinventar una identidad. Y no tenemos claro -o no lo queremos tener- que ser oportunista pueda ir de la mano con que sea legal, pero no acorde con una responsabilidad moral. La mentira permanente nos aísla de nuestros escasos puntos de referencia. Un “pasado sucio” es difícil de investigar si los propios ciudadanos contribuyen echando toneladas de olvido o repitiendo consignas capciosas o manipuladas en una montaña de comodidad material.


La historia, si no se repite cíclicamente, registra mecanismos sociopsicológicos similares en el tiempo. Todo momento de crisis exacerba esos mecanismos y allí, la gente de a pie, los modestos “mitläufer” se convierten -a veces a su pesar- en cómplices irracionales de ideales perversos, hasta criminales, amparados en una supuesta euforia ambiental. Un trabajo correcto de memoria significa no mentir, no sirve de nada reinventar el pasado, este vuelve siempre para recordarnos nuestra falta de decoro. La memoria suele correr por carriles distintos, distorsionando el pasado. Las emociones y su utilización se filtran para manejar los recuerdos, amparados en una supuesta objetividad. No se trata de afrontar honestamente el ejercicio de la memoria para dar buena imagen. La imagen también es subjetiva y falseada. Se trata de intentar vivir conscientes de lo que somos, de lo que hacemos y de lo nunca hicimos...


(*) Entrada basada en la lectura del libro de Géraldine Schwarz, “Los amnésicos” de Editorial Tiempo de memoria.

 



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