jueves, 16 de marzo de 2023

Si un traidor puede más que unos cuantos que esos cuantos no lo olviden fácilmente

Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”

Cicerón


Se procura tener capacidad para distinguir entre historia, mito o memoria. Múltiples trabajos históricos reflejan un plano esencial en la vida humana: la alteración de una conducta personal o social en situaciones emocionales. Hay grados de responsabilidad como también indiferencia, inoperancia, delación, lucro o pasividad en un registro público de la historia. Gestas y bajezas visto desde otro punto de vista, la historia se escribe con suciedad donde se condiciona a todos los futuros. Todos esos futuros de la historia son crueles, pero nos hemos acostumbrado a estudiar la historia como si fuera un compendio de hechos de grandeza y superación. Esta otra mirada no quiere ser ofensiva ni blasfema, es simplemente razonar en voz algo alta que la ambigüedad moral está presente en toda acción y parte de esa historia que nos precede no puede escapar entre el desnivel del bien y mal, de la inocencia y la culpa.


Nos educaron para considerar esencial estudiar el pasado para comprender el presente. El momento histórico siempre predomina, se escriben manuales, libros, ensayos, poemas o himnos sobre ellos, pero lo que resta definir son las formas de actuar para llegar a esas epopeyas. Las grandes plumas románticas que idealizan la historia sagrada de cada nación se escriben con adjetivos superlativos, con orgullosas hazañas patrióticas y con intencionalidades altruistas. Esto contrasta con la historia contemporánea, la que vivimos, donde no se perciben esas efusividades patrias ni grandeza, ni pensar en las generaciones futuras. El presente es cruel, nos sobrepasa, como para pensar en acomodar el futuro. Esa falta de realismo en lo que leemos, estudiamos o respiramos no concuerda con lo que vemos, con los que de forma cruel nos hace sospechar que no se puede cambiar. Y esto sin contar que muchas naciones confrontan eternamente con un pasado conflictivo, sangrante.


Los corruptos son siempre los del exterior, las conciencias no permiten un examen critico. Predomina el borrón y cuenta nueva, el olvido como cicatrizante o la confrontación eterna, postergando varias generaciones como herederos de responsabilidades y alternando la victimización entre facciones. Es difícil calificar la conducta del conjunto de una población, su seguimiento es borroso. Si se juzga en forma individual tampoco parece ser tarea fácil. Nadie construye historias sin contar con apoyos. En la desgracia se le llamará tirano, en la admiración padre o madre de la patria y admirados extasiados de sus sueños omnipotentes. En retirada, los bandos tienden a diluirse, tampoco parece sociable el señalar con el dedo al verdugo o adepto camuflado de cordero democrático. Pero la historia es una repetición, tal vez no seamos nunca futuro sino prolongaciones de hechos o conductas pasadas, como vivir en un eterno bucle de la posmemoria.


Hoy se vive en las cercanías de frases grandilocuentes y acusaciones remanidas, lideradas por la palabra fascista. La clave de los fascismos fue seducir para luego someter. Visión simplista con auto complacencia por el pasado, movilización general y sentido de pertenencia a una nueva época gloriosa hacen un permanente apócrifo discurso pero efectivo. Seguimos ávidos de un sentido de pertenencia aunque cada día actuemos con mayor individualismo y menos compromiso. Un tolerante ejercicio de la memoria debería imponerse en el paso del tiempo, el sentido crítico parece necesitar el añejamiento para poder ser valorado en una justa dimensión con adecuado trabajo de la rememoración. Hay demasiadas caras de una historia con múltiples y confusas identidades. Convicción, ecuanimidad y responsabilidad necesitan de ética para un honesto reconocimiento de lo ocurrido. Es dudoso que la población adquiera esa sabiduría como incierto el imperativo ético del historiador. Hoy es mas complicado, tendemos a creer solo lo que nos gusta, ante la duda se desacredita.


No podemos confiar en la emanación de una armonía natural que permita una proyección de sociedades sin coacciones, paraísos de orígenes puros o nobles pueblos originarios. Seguimos dominados por pensamientos infantiles, ingenuos. Si se repite una historia sin ser razonada es porque, en verdad, nunca se le puede imponer a las sociedades que aprendan cosas en las que no están interesadas. En estos tiempos pedimos que la historia sea contada como un cuento, con atractivo y encanto. El historiador se diferencia del juglar o del novelista en que no puede permitirse ciertas licencias, no comprende la invención o la demasiada imaginación y se nutre del rigor. Viviendo la historia con romanticismo es donde se amamantan los nacionalismos, que tarde o temprano son los ideólogos de la manipulación histórica, donde si no nos repetimos en los mismos errores se debe a la creatividad o a que las circunstancias siempre ofrecen nuevos matices. Es difícil emprender el cambio, dejar de estar obcecadamente del lado de la tesis favorita.


Se debe mirar atrás para comprender el hoy. Y si no se comprende, al menos obligar a descolgar la mochila con los acontecimientos pasados. Apasionado de la historia, cuesta definir esta otra arista, la de esta entrada del pasado siempre sucio, de la memoria histórica despistada. Todo parece provenir del juego sucio al analizar los pasados con la perspectiva, necesidades e intereses del presente. Si la vida es cambio e inestabilidad, debemos convivir con otras culturas, creencias y posiciones políticas. Tal vez el roce no nos permita modificar el gen del embuste que nos predomina, pero al menos podamos aceptar que nosotros también estamos contribuyendo a otro futuro cruel de las generaciones futuras, que nuestros ideales cometen o protegen crímenes. Sería cuestión de canjear la hipócrita frase de proyectar los cambios para la grandeza de nuestros hijos y convivir con lo que hay, que es mucha mística, complejidad y casualidades o desatinos que nunca satisfacen las expectativas del porvenir….

 



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