Creo
que es la hora de decirlo. Mis numerosos lectores aguardan hace meses que me
juegue, que deje de marear a una perdiz que ya esta desplumada y servida a la
toledana. La indiferencia no puede ser un recurso y mi pluma está lista, me
cueste lo que me cueste. Es un tema álgido, donde todos guardan su
interpretación contundente, por eso me he demorado. Pero los últimos hechos no
permiten más la presencia de los grises, de los débiles, por eso me lanzo. Aún
cuando pierda algunos preciados lectores, pero Dios, la patria y no me acuerdo
a quien más se menciona actualmente, me lo demande. Y aquí voy, les doy la
oportunidad que salgan del blog o que vuelvan a releer las bondades de las
patatas fritas o la nota de Mad Men que yo creía redondita y nadie me la ha
halagado.
Son
momentos de debilidad, de desconfianza, de flaqueza, de miseria interior. Y
estos hechos no se pueden tolerar. Nos quieren seguir manipulando, nos
tergiversan la historia y el que tiene memoria debe decir basta. Nos quieren
enfrentar, nos quieren hacer sentir que nuestra niñez y adolescencia fue un
fraude, que todo lo que nos contaron o aprendimos era mentira, que nos dejamos
engañar, que nos llevaron de las narices. Nos dicen que lamentablemente, nos
vamos a dar cuenta tarde, cuando ya no se pueda remediar. Hay algunos que dicen
que ya vieron esta historia, pero yo con mis cuarenta y seis años, me desayuno
luego de leer en la tan nefasta prensa, que me obviaron un hecho contundente y
que yo lo repetía como un corderito obediente. Por eso, pongo el listón alto,
tomo aire para no desfallecer en las siguientes líneas y espero que a la salida
de este post no me espere el juez de turno o me investiguen los fondos
reservados para café con leche con la lectura del Marca, que cada mes limito
aún más. Pero ahí voy, no pasará de este párrafo, luego será todo más fácil de
explicar, me quitaré la presión y espero que mi dialéctica y vocabulario me
permitan defender mis principios ante los sicarios de turno, ante los
portadores de la tristeza permanente. ¿Siguen allí?, espero que sí y por
primera vez no me interesa el me gusta del face o que me lean en Suiza o los
países bajos. Quiero quedar en los anales antes que me rompan mis principios. Y
lo digo: "Miente… Miente… Miente… Disney miente".
Uff,
que alivio. Es verdad que la conversión te libera. Me siento un barrilete
cósmico que se quitó años, siento que aunque me corten las piernas al menos podré
medir algo así como metro setenta y me conformo, dicen que es la medida
standart y estoy agotado de ser extra large. Después del arrepentimiento, de la
explosión, estoy dispuesto a ser subsidiado, solo espero el mejor postor. Pero
no me quiero apartar del tema, vuelvo a gritar que miente, que el habitante del
superfroost miente aún en la tumba y que no debe quedar impune.
Sé
que el escrache no es democrático, aquí me lo recuerda Mariano Rajoy todo el
tiempo, que es de fascista lo de los abrazos simbólicos. Que sabrá lo que es
ser facha, conozco un país donde uno se lo dice al otro, y el otro al otro y
así todo el tiempo. Y todos contentos porque en el fondo no saben que
significan la palabra, es como un cliché, como decir todo el tiempo too much,
como que es cool y hay que usarlo, como ahora aquí en Spain, donde todos se
empecinan en decir algo así como: “-no es guapo, es lo siguiente”, ó “-no es
inteligente, es lo siguiente”. Y así yo me quedo con la duda, nunca llegamos a ver
lo siguiente, siempre nos quedamos en el ahora y así no vamos a ningún lado. Y
yo siempre a trasmano de los modismos, si me costó una década acostumbrarme a
esa frase que me decía todo y yo creía que no me decía nada, esa cita que sintetizaba
al máximo el vocabulario y yo creía pobreza de léxico, esa frase que fue la
primera que recibí en este País Vasco y que porque guardo memoria, decía
textualmente: “-Vamos a ir a conocer el Puente colgante y tal y cuál…”. Y yo,
en esa timidez absurda que me acompaña, me iba a la cama a la noche con la
insatisfacción de no haber percibido si llegué a conocer el tan mentado tal y
cuál.
Yo
prefiero creer que mienten los herederos de Walt, porque se derrumbarían los
bastiones de mi niñez, no podría transmitir a las siguientes generaciones mis
horas perdidas jugando a imitar al personaje. Prefiero creer a Editorial
Aguila, por que en el fondo soy un lelo que cree en todo lo escrito, si me leo
el Boletín Oficial no me llego a dar cuenta que éste miente, sigo siendo un
niño, y en el fondo creo que me enorgullezco.
Quien
no leyó las revistas de El llanero solitario, quien no recibió un libro de sus
colecciones de regalo, quien no vio los dibujitos animados o quien no se aferró
con desesperación a seguir los veintitrés minutos que duraba cada serie en
blanco y negro, para después seguir con Viendo a Biondi. Yo era uno de esos
adeptos, casi adictos y hoy defiendo mi juventud, no al personaje porque debo
confesar que casi no me acuerdo de ningún capítulo, pero sí recuerdo y eso es
indeleble en mi cerebelo, tres o cuatro frases que serán inmortales, aun cuando
los operadores de turno me quieran quitar parte de mi infancia.
“Kemosabe”,
“Hi-yo, Silver” ó “¿Quién es ese hombre enmascarado?. –Es el Llanero
solitario”, frases repetidos en el zaguán de mis tías Coca, Chiche y Betty
mientras mis guionistas mentales mejoraban la secuencia recién vista y yo
galopaba con la escoba de mis tías buscando algo que se asemeje a una bala pero
me debía conformar con una cucharita que decían que era la única platería de
importancia en esa casa.
“Con
su fiel compañero indio Toro, el
audaz e ingenioso jinete enmascarado de la llanura inició su lucha por la ley y
el orden en el temprano oeste de los Estados Unidos. En ninguna de las páginas
de la Historia se puede encontrar a un mayor campeón de la justicia. Vuelven a
nosotros ahora esos emocionantes días de ayer. ¡Desde el pasado viene como un
trueno el galope del gran caballo Silver! ¡El Llanero Solitario cabalga de
nuevo!”. Así rezaba mi preámbulo de lunes a viernes, era injusto que existiera
el fin de semana. Al menos los sábados a las trece horas contaba con Ron Ely y
ese increíble Tarzán que no necesitaba un afeitado o el paso por un peluquero,
para contentar mi calenturienta imaginación en esos días llamados de descanso.
Y repitiendo el preámbulo me animo a nombrar por primera vez al personaje,
aquel que necesita una rápida reparación al menos de los latinoamericanos, que
parece que se negaron a llamarlo de otra forma, porque era peyorativa, y en
América no peyoramos a nadie.
Disney es astuto, no es un secreto para nadie. Va a
darnos un golpe mortal pero lo hace de manera solapada. Ya lo vivimos con
Bambi, el tipo mató enseguida a la madre y con la vieja no se juega, pero el
tipo lo hace y se convierte en éxito. Como no iba a subir la apuesta. Pero se
apoyó en un ganador, al menos en lo que a personajes fantásticos se
refiere.
Me gusta Johnny Deep, pero en algunos personajes,
sólo en los mágicos y debo reconocer que tiene muchos. “El joven manos de
tijeras” o menos conocido como Edward Scissorhands fue su carta de
presentación; el papel de J. M. Barrie me devolvió a mi querido Peter Pan en
“Finding Neverland”; junto con Tim Burton recuperamos la imagen de “Ed Wood” y
más recientemente las excentricidades infantiles pero tan queridas de Willy
Wonka en “Charlie y la fábrica de chocolate”; el mismo Burton nos estremeció
con las hamburguesa de carne humana que generaba el peluquero Sweeney Tood en
la pelí del mismo nombre; el sombrerero en Alicia en el país de las maravillas
(otra vez Burton por medio) o el personaje máximo para Disney, el de Jack
Sparrow en cualquiera de la tetralogía de Los Piratas del Caribe. Para el niño que llevo
dentro, los personajes de Deep han dejado marca e inspiraron confianza a la
hora de ver y creer en dichas películas.
A la hora de presentar el elenco de El llanero
solitario a los ejecutivos Disney, Gore Verbinsky adelantó que tenía apalabrado
a Deep para el film. Por un momento todos pensaron: “Huau, Deep en el papel de
Llanero Solitario, negocio seguro”. Pero el director enseguida los contradijo,
Deep haría el papel de segundón, el de personaje que despertó mi hartazgo e
indignación ante la manipulación y mentira.
-¿Pero porqué el enojo?, me preguntarán. Crecí
mirando la serie o leyendo la revista y siempre, pero siempre llamé al indio
como Toro, como al pan pan y al vino ídem. Pero Verbinsky aprovecha al
desempolvar al héroe del western y asignarle el papel de indio a Deep para
decirnos muy suelto de cuerpo a toda América Latina que el personaje en
realidad siempre se llamo… “Tonto”. Como muchos, creo que estoy cansándome de
Verbinsky, a ustedes no le sucede?
Como puede uno aceptar esta arbitrariedad o bajeza
para modificar la historia. Si siempre fue Toro, si siempre le dijo Kemosabe
las pocas veces que habló durante los episodios. Y el imperialismo ocultó en la
traducción al castellano de América el nombre hiriente, el que generó Frank
Striker (el creador) ya que era una palabra inexistente en inglés pero asociada
a lo “salvaje” en lengua nativa norteamericana. Muchos aducen que la conducta
esquiva o dispersa del personaje justificaba el uso del nombre, pero a todas
luces representaba un comentario peyorativo a los indios, como si fueran
escasos de entendimiento o razón. Y la madre patria lo sabía, siempre lo
llamaron Tonto, ni siquiera le dieron la opción de llamarlo Comanche como algunos
latinos prefirieron y nos lo ocultó. De ahí que me suene aun más hiriente una
frase tan común en la península: “-¿Chaval, tu eres tonto o qué?”.
A pesar del escándalo que quiero generar ante esta
situación, debo reconocer que la particularidad de esta producción es que se
considera subversiva, retratando a la caballería americana como la mala
mientras que los indios comanches son finalmente la raza postergada o héroes
condenados. Es intención de Deep, confesado en conferencia de prensa, reivindicar definitivamente a los originales habitantes de EE.UU ante el eterno
maltrato dado por Hollywood.
Pero quiero continuar con el relato, que en este
caso me van a llamar el relator de este relato. Si la intención de Deep es
reivindicar a los pueblos originarios, porque insiste en llamarse tonto?. Acaso
alguien cree que somos tontos, no lo puedo creer. Hay jefes de estado que nos
hablan con tanto cariño durante tantas horas tratándonos como hijos dilectos
que me cuesta creer que puedan creer que somos tontos o que nos hacemos los
indios. Doscientos cincuenta millones de dólares en producción y otros ciento
setenta y cinco millones más en gastos promocionales en todo el mundo al menos
permitiría registrar en autores el nombre que toda América clama en nombre de
nuestras infancias idílicas: el carapintada Toro y su caballo Scout.
Hace un tiempo que tengo en lista de espera
escribir sobre la problemática de identidad sexual de nuestros héroes de los
comics, también compañeros de lectura desde pequeños y atacados en los últimos
años. Cosas que nunca interesaron ahora parecen ser indispensable a la hora de
analizar las particularidades de cada serie. El pasado mes de junio nos
desayunamos que Linterna Verde es gay; en realidad se pide llamar linterna
fluor, una pesadilla para las toneladas de comics leídos de ese superhéroe. Hace
poco el periódico también americano The New Yorker (para cuando una ley de
medios en ese país de desestabilizadores) nos mostró en tapa la relación
homosexual de Beto y Enrique de Plaza Sésamo. Que decir las desdichas de Robín
en su afán de ser solamente paladín de la justicia y adlátere de Batman, al que
se le ridiculiza esa frase tan justiciera como la de chico maravilla. Y Toro
tiene mucho en común con Robin. El indio apareció en el episodio 12 radiofónico
para complementar las hazañas de John Reid, para que el héroe contara con
compañía y ayuda para sus misiones. Comenzó como partenaire y brilló, pero temo
que alguna mente pícara decida lanzar el cotilleo de que Toro vino para hacer
más llevadera la vida de kemosabe.
Y ahora, cuando estoy tan cerca de cumplir los cincuenta,
me obligan a decirle tonto al indio que hace el trabajo sucio o de inteligencia
al llanero solitario. Y me resisto y digo basta: no mientan mas, conozco gente
en mi país de origen que han dicho hace poco que nunca mienten. Y yo quiero ser
así antes de cumplir el medio siglo.
La apuesta de Disney será seguramente un éxito de
taquilla; luego habrá que discutir las bondades del guión y la dinámica de la
historia. Quizás se plantee en breve la secuela y la disputa por el nombre del
aborigen deba ser el precio a pagar por todos los americanos (los buenos, no
los malos) para reflotar ese western abandonado hace tiempo y olvidado hasta
que se convirtió en demanda.
Esta entrada debía ser una investigación sobre el
significado de la clásica palabra kemosabe. La madre patria dice que es un
vacío legal de la traducción, que en realidad es una especie de kienlosabe. Siento
que continúe el vacío existencial del concepto. Uno se deja llevar por las
emociones; la niñez no se mancha y no es posible seguir sufriendo las mentiras
del imperialismo y de los medios de comunicación. Salgamos a las calles,
inundemos los pasillos de los cines donde se exhiba, insistamos en llamar Toro
al tonto y estemos atentos, defendamos nuestra industria, porque temo que en
breve alguien ose indagar sobre los hobbies o inclinaciones de otro grande de
la máscara, el tierno tío de Anteojito, aquel que García Ferré en un arrebato
de originalidad y sin el uso maligno de ningún dialecto americano, bautizó como
Antifaz.
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