El
viaje a Cracovia no comienza por el estómago pero la cantidad de puestos
callejeros que ofrecen el obwarzanek invitan a detenerse, al menos a probarlo.
Al descender del tren que nos traslada desde Varsovia, en los alrededores de la
estación y mientras nos orientamos en busca de la oficina de información
turística o de la tradicional calle Florianska, poco más de diez carros de
venta ambulante nos ponen sobre aviso sobre la importancia de este pan en la
cultura gastronómica polaca. Desde 2006 figura en la lista de productos
tradicionales y está protegido por la Unión Europea.
El
obwatzanek krakowski es un producto de panadería con forma de anillo, su
superficie está formada por tiras de masa con forma de espiral. Para prepararlo
se necesita: harina, grasa, azúcar, levadura y agua. Y se decora espolvoreando
diversos ingredientes como sal, semillas de sésamo, amapola, de ajenuz u otras
hierbas.
Las
cifras de venta son elocuentes. Al día se venden unas 150.000 rosquillas de
estas, con un coste aproximado a treinta y cinco centavos de euro. El dato del
precio no es baladí, si el obwatzanek es el primer detalle que nos detenemos a
observar en la ciudad, la segunda particularidad nos confirma que Polonia al
cambio, es favorable para los que solemos movernos con euros.
Sus
orígenes son confusos y complejos y muchas teorías disputan la autoría. La
mayoría coinciden en un invento de los judíos de Cracovia, cuando un panadero
homenajeó al Rey de Polonia, Juan III Sobieski con este pan tras levantar con
decreto la restricción de producción de
productos de panadería. Esta teoría se repite junto con otra, un poco más
difícil de comprobar y sobre otro producto tradicional, este de carácter
internacional. Luego de ayudar a levantar el sitio de Viena de manos de las
tropas turcas y al recuperar el botín
dejado por estos, encontraron sacos con granos de café y harina y los panaderos
hornearon lo que luego conoceríamos el croassant con la forma de medialuna
sacado de la bandera de Turquía, para agradecer al rey polaco que los había
condecorado, ya que los panaderos, quienes trabajaban de noche y alertados por
ruidos constantes de tropas, dieron la alarma sobre el ataque de los turcos.
Volvamos
al pan conocido como el bagel de Cracovia. En Polonia recomiendan que los
productos horneados tengan una caducidad de tres horas luego del horneado. Por
eso es frecuente la búsqueda de un obwatzanek caliente. En referencia al
concejo de caducidad, las otras beneficiadas sobre las bondades de este pan,
son las palomas. Por las noches, en la soberbia calle Florianska podemos ver a
esta población de aves alimentándose del pan del pueblo.
Si
continuamos por esta tradicional vía llegaremos a la parte más interesante de
la visita, el stare miasto o casco viejo. Durante el recorrido de la hoy nominada
ulica Florianska y antes vía Real, porque era el lugar donde pasaban las
comitivas reales, veremos la arteria más importante, glamorosa y comercial de
Cracovia. Nace en la plaza Matejko y termina como dijimos, en la Plaza del
Mercado, corazón histórico de la ciudad.
En
uno de los laterales de la plaza encontramos la Basílica de Santa María y allí la segunda postal de esta entrada. Construida
y reconstruida fruto de los continuos embates enemigos, está coronada por dos
torres desiguales. Desde la más alta, llamada torre hejnalica se cumple cada
hora una curiosa tradición que hoy acerca a la mayoría de los turistas. Un
bombero a cada hora en punto toca una melodía breve, treinta y ocho segundos, con
su trompeta. La melodía se repite en cada uno de los cuatro puntos cardinales y
siempre cierra su participación con un saludo de manos, siempre devuelto con
entusiasmo por los presentes en toda la extensión de esta plaza medieval, la
mayor de Europa.
Cracovia,
tierra mágica de leyendas, avisa que esta tradición musical rige desde el siglo
XVI, y como no podría ser por otro motivo, también a causa del constante acoso
enemigo. Recuerda a un vigía que desde esa misma torre anunciaba a diario con
su trompeta la apertura y cierre de las puertas de la ciudad y daba la alarma
en caso de incendio o de ataque enemigo. Según amplia la leyenda, durante un
ataque de los tártaros a la ciudad, una flecha enemiga atravesó la garganta del
trompetista y la melodía quedó interrumpida. En su memoria se estableció este
toque de trompeta que recibe el nombre en polaco, de hejnat mariacki y se
interrumpe en la mitad de la nota.
Como
toda leyenda puede ser cierta pero difícil de precisar. Lo real es que
constituye una atracción turística exclusiva de la ciudad. En abril de 2005 los
bomberos sustituyeron la melodía por una más triste, la “Lzy Matki” (algo así
como Lágrimas de madre) en homenaje por la muerte de Juan Pablo II que
casualmente recibió su bautismo en esa misma basílica; y la melodía retomó a la
torre cinco años después tras la confusa muerte en accidente aéreo del
presidente Lech Kaczynski.
Todos
los mediodías, la melodía es transmitida por la radio estatal (Polskie Radio
Program I) y si tienes tu móvil a mano, puedes escanear un holograma que te
permite descargarla como politono. Como corolario de esta postal o pastilla,
Adolf Smietana es todo un referente en la ciudad. Además de ejercer de bombero
durante medio siglo, es el trompetista de mayor duración en referencia al
hejnat mariacki. Durante treinta y seis años, ha subido cada hora el medio
centenar de escalones de la torre, abriendo la ventana superior y desgranando
la melodía que lleva un rito ininterrumpido de setecientos años. Y otra vez la
leyenda nos cuenta que Adolf es de los que nunca se dormía u olvidaba, su precisión
era de relojería.
A
orillas del Vistula, más de ocho millones de turistas nacionales e
internacionales visitan cada año la ciudad y todos comienzan por este casco
histórico y esta plaza que desde el año 2000 es considerada Patrimonio de la
Humanidad por la Unesco. Además de la basílica encontramos la Lonja de los
Paños, construcción gótica con arcadas ubicada en el centro de la plaza y
levantada por encargo del Rey Casimiro el Grande para alojar el mercado. Hoy
esta arquitectura diversa, donde alternan el gótico y el renacentismo, acoge el
mercadillo de artesanías. Junto a la lonja encontramos la torre del
Ayuntamiento, al centro el monumento a Adam Muckiewicz (importante poeta
romántico) y a un costado la Iglesia de San Adalberto y a los cuatro costados,
las terrazas de estilos tan diversos de la cultura gastronómica polaca e
internacional, donde la concurrencia completa sus ingestas o momentos de
esparcimientos en locales de época tan agradables y que conservan intactos su
forma original. Es común instalarse en la comodidad de la terraza pero todo
aquel que se interna en sus sótanos
podrá comprobar, no solo que conservan el estilo de la época de creación, sino
que en sus comienzos no eran sótanos si no su altura original, y el paso del
tiempo junto con las capas de basura y asfalto lo convirtieron en sofisticadas
bodegas.
Todo
aquel que añora la vida antes de las leyes antitabaco, se lleva una sorpresa si
decide comer en el interior de estos tradicionales restaurantes. Si bien el
fumar está restringido en la mayoría de los espacios públicos, la ley establece
la permisividad al fumador en bares, restaurantes y locales nocturnos, siempre
y cuando esté dividido el local en salas y que resulten ventiladas y aisladas
de los espacios públicos donde impera la restricción. Pero revisando la
legislación, podemos encontrarnos que a diferencias de otras normas que se
cumplen de manera estricta, en Cracovia casi casi que uno puede fumar donde se
le de la gana. Eso sí, todos los locales estarán debidamente señalizados con
obleas donde se deje constancia de la prohibición de fumar o de la habilitación
de salas especiales.
Cracovia
fue la ciudad donde se licenció Karol Jósef Wojtyla en Literatura polaca. Luego
fue arzobispo, cardenal y elegido Sumo Pontífice tras la muerte de Juan Pablo
I. Para 2016, el Papa Francisco I escogió a Cracovia para la Jornada Mundial de
la Juventud. Es que esta ciudad recuerda a cada paso a Juan Pablo II y desde
una ventana del Palacio Episcopal podemos encontrarla tapizada por una foto de
su Santidad y se denomina la ventana papal. Desde allí se dirigía
periódicamente a los espontáneos que a todas horas completaban sus vigilias
ante el descanso del Pontífice, en sus reiteradas visitas a la ciudad. Y varias
veces tuvo que pedirles encarecidamente que se retiraran a sus casas para que
él pudiera descansar. “No podría llevar adelante mi actividad papal si
estuviera todo el día respondiendo a vuestros saludos. Por favor, marchar a
casa”, aun recuerdan el pedido casi paternal.
La
visita saltea pero no deja sin mencionar la Colina de Wawel y su Castillo,
destino obligado tras recorrer el stare miasto. Pero para completar estas
postales de Cracovia, nos alejamos un poco de ese ambiente de leyenda y de
dragones para adentrarnos en Kazimiere (el barrio judío), y tras cruzar el
Vistula por el puente de los candados, llegar finalmente a Podgórze, el barrio
donde se instaló el ghetto de Cracovia allí por 1941.
Entre
1941 y 1943 más de diecisiete mil judíos fueron confinados en únicamente
treinta calles, tocando dos metros cuadrados por persona. Todavía hoy
permanecen en pie las casas de las que se expulsaban a los propietarios polacos
para hacinar allí a la comunidad judía. El centro del ghetto era la Plac Zgody,
irónicamente llamada la Plaza de la Paz. En esta plaza los miembros de las SS
obligaban a los judíos a deshacerse de sus pertenencias antes de subirlos a los
trenes que los dirigirían a los campos de concentración. En una de las esquinas
de la plaza se encontraba la farmacia del Aguila y allí residía Tadeus
Pankiewicz, farmacéutico polaco y único habitante no judío que habitó en el
Ghetto. La farmacia era el único lugar del ghetto donde podía recibirse
información proveniente del exterior y allí se reunían los judíos y partisanos
para deliberar una endeble resistencia.
Pankiewicz
suministró comida a los judíos, prestó cuidados médicos y ayudó a escapar a los
más osados a través de un falso tabique que comunicaba la farmacia con el ghetto.
La
farmacia sobrevivió a la guerra y permaneció en funciones hasta el año 1967
cuando las autoridades comunistas obligaron a cerrarla, dejando lugar a una
cervecera. Se perdió parte del mobiliario hasta que en 1983 se adaptó para
museo, paso obligado para recordar la historia del ghetto y su escasa
posibilidad de resistencia. Hoy la plaza se llama Plaza de los héroes del
ghetto y alberga sesenta sillas vacías de distintos tamaños y representan el
escaso mobiliario que los judíos lograron trasladar de sus antiguos hogares.
Era habitual en la plaza ver a los judíos sentados en sus sillas a la espera de
los traslados forzosos a los que los sometían. Si bien parte del muro que
permanece intacto a trescientos metros de la plaza (los nazis construyeron el
muro en forma de lápida con la clara intención de dejar claro el mensaje de que
les aguardaba la muerte) y la fabrica-museo de Schindler forman parte de las
distintas guías de visita a la ciudad, la farmacia y las sillas vacías son
testimonio más contundente para reflejar una siniestra página de la historia de
la humanidad. La existencia del museo contó con la ayuda de entre otros de Román
Polanski (habitante del ghetto de niño) y de Steven Spielberg (director de la
premiada La lista de Schindler).
Mencionando
la película, una escena conmovedora tiene participación en esta plaza y marca
el cambio psicológico por el cual el protagonista de la película decide ayudar
a los judíos. Mientras monta a caballo en compañía de una de sus amantes,
presencia desde un cerro cercano a la farmacia del Aguila como los nazis
expulsan al sector B del ghetto, aquel integrado por personas mayores o
enfermas, sin posibilidad de considerarlos aptos para el trabajo. El destino
serán los campos de exterminio aunque abundan los fusilamientos en la misma
plaza; se recuerda los días 13 y 14 de marzo de 1943 como la matanza del ghetto
de Cracovia. Schindler se detiene a observar a una pequeña vestida de rojo
(recordar que la película es de riguroso blanco y negro) que lo conmueve. A
pesar de lo llamativo del color la niña logra movilizarse con discreción entre
tanta locura hasta ocultarse finalmente en el interior de una casa. El color
rojo permite ver el paso de un ser humano porque ya nuestros ojos se han
acostumbrado con una hora de película a ver la masa sin color ni futuro.
Vamos
regresando a la ulica Florianska donde se encuentra el apartamento escogido
para esta escapada a Cracovia. La ciudad tuvo el raro privilegio de salir casi
indemne de la Segunda Guerra Mundial. El resto del país casi fue reducido a
escombros. Para algunos la causa es que Cracovia luego de invadida Polonia por
los alemanes en setiembre de 1939 se convirtió en la capital general de
Gobierno de Alemania. Los nazis no quisieron destruir ese símbolo de esa nueva
Alemania que querían extender a toda Europa. Pero hay otras teorías y retomando
las leyendas que tanto nutren la historia de la ciudad, una de ellas atribuye
este milagro a que sobre la ciudad cayó una de las siete piedras mágicas
existentes en el mundo. Así Delhi tiene la luna; Delfos: Venus; Jerusalén: el
Sol; La Meca: Mercurio; Roma: Marte; Velehrad: Saturno y a Cracovia le
correspondió Júpiter. De ahí que consideren a todas estas ciudades como centros
de energía sobrenatural y estén protegidas de los desastres naturales y del
hombre. El punto donde cayó la piedra está en la colina de Wawel, en la esquina
noroeste del Castillo en un lugar no accesible para el turista.
El
sol de poniente da un toque mágico a la Plaza del Mercado. Las calesas no
interrumpen a esta hora del día el paseo constante a los turistas. Es difícil encontrar
libre una mesa en las terrazas. Los flashes encandilan la inmensidad de
monumentos que rodean la ciudad y a la hora en punto, el acorde inconcluso del
trompetista nos recuerda que esta ciudad con más de 800.000 habitantes es incapaz
de defraudar al viajero y a la historia.
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