“Solo los impasibles no rectifican”, le atribuyeron la frase a Leopoldo Alas García – Ureña, más conocido por “Clarín”. O al menos esta expresión se la imputan a él, ya que no pude confirmarlo a pesar de encomendarme a la red, el mejor vertedero para los adoradores del 2.0.
Antes que algún conocido enfervorizado por la política argentina me conteste por inercia que Clarín miente, tengo que aclarar que la importancia de este escritor zamorano fue clave en la literatura hispánica y que en La Regenta, su obra más trascendente de 1885, utilizó diversas técnicas como el monólogo interior, los sueños y los recuerdos, para expresar con originalidad inédita para la época, y generar un enorme impacto por su valentía y su calidad literaria. Si bien hoy día estos textos parecen desfasados, seguimos atrapados en las frases de siglos anteriores, y una de ellas me llama poderosamente la atención, ya que la dicen todos pero nadie la luce con contundencia y entereza: “rectificar es de sabios”.
La cita es de Alexander
Pope, poeta británico del siglo XVIII, destacado también por su traducción de
los textos de Homero y por su poesía satírica. Y la de rectificar no es su único
slogan logrado, en aquellos tiempos donde los ciento cincuenta caracteres no
eran obligados, se solía extraer más sabia de la corteza cerebral y dejar
frases bien cerraditas, que se convertían en máximas, eso sí, parece que de
imposible ejecución en la raza, salvo en las personas sabias y reflexivas,
colectivo minoritario en cualquier época.
“Algunas personas nunca
aprenderán nada por la sencilla razón de que lo entienden todo demasiado pronto”,
“El hombre nunca debe avergonzarse de reconocer que se ha equivocado, puesto
que hacerlo corresponde a decir que hoy sabe más de lo que sabía ayer”; “Errar
es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios”; “Las palabras son como
las hojas. Cuando abundan, poco fruto hay en ellas”; “Los necios admiran, los
sensatos aprueban”. Podría seguir con la recopilación de citas de Pope, pero me
aparto de la sabiduría buscada y por ende, de una posible rectificación en esta
vida tan equivocada.
En realidad, la gran búsqueda
debe ser la de la sabiduría. Parece más a mano que otras dudas que nos habitan.
Y el término sabio es ambiguo: 1. Grado más alto del conocimiento. 2. Conducta
prudente en la vida o en los negocios. 3. Conocimiento profundo en artes,
ciencias o letras. 4. Noticia (conocimiento).
“Errare humanum est”, o
reconocer que es natural del hombre equivocarse es una frase de Séneca. Pero
nos olvidamos generalmente que esa cita tiene dos partes. “errare humanum est
sed perserverare diabolicum” que quiere decir que es diabólico perseverar en el
intento de ese error. Es norma que el hombre se equivoque, no por tener
animosidad contra mis semejantes, sino porque al disponer de ese plus que
llaman libre albedrio, está garantizado que de la libertad de movimientos se
acierta y se erra. La hormiga continúa su eterna lucha contra los elementos
construyendo sus hormigueros de la misma forma desde que la hormiga es currante
y debe hacer sido eso antes que el mismo hombre se pusiera a trabajar. Sus construcciones
parecen ser seguras, perfectas dentro de la naturaleza. Y hacen sus refugios exactamente
iguales que las hacían hace millones de años y nosotros, no estamos preparados
para eso. Innovamos, transgredimos, nos arriesgamos y en eso consiste el
progreso. Y en el progreso está contemplada la equivocación, gracias a la
libertad de la que estamos dotados. No es malo equivocarse, lo dijo Pope o
Séneca. Lo malo parece la sensación de no saber o querer reconducir el error.
El ministro de Educación
(y demás carteras) del Gobierno de España, José Ignacio Wert, tuvo que rectificar
su decisión de recortar las becas Erasmus, una vez instalados los alumnos en
los países donde están desarrollando las becas este año. El escándalo era absoluto
pero no es el primero de este ministro de Mariano Rajoy. La impopularidad de la
medida y sobre todo, lo absurda, hizo volver la decisión sobre sus pasos. Pero
no fue sabiduría, en una concatenación de medidas crueles de recortes y de
verborragia inflamable del ministro, los ciudadanos decidieron que se les
mienta algunas veces pero todo tiene un límite. El PP prefirió tirar del
tópico, otorgándole la dudosa condición de sabio, al rectificar, pero a todos nos queda otra sensación, la de pérdida
de credibilidad reiterada y la duda sobre la legitimidad de su gestión.
Otro personaje central de
la historia española puede ser Felipe González. Esto no está dictado por la
ideología, simplemente cualquier persona que dirija las riendas de cualquier
democracia es importante, en su buena o mala gestión. Y Felipe González acertó
en resumir otra máxima de pocos caracteres al precisar al que se equivoca todo
el rato. “Rectificar es de sabios, pero es de necios rectificar a diario”. Convengamos
que dos o tres siglos pueden ser necesarios para redondear una buena idea o expresión
del hombre. Y esta cita de Felipe González parece más acorde con estos tiempos.
La persona inteligente (que no necesariamente debe ser sabia) y sensata, debe
aprender de los errores. Pero no es sabio y juicioso estar rectificando todos
los días. Algunos lo hacen por ansiosos, culpógenos, inestables o
irresponsables; otros por incompetentes. Pero hasta los prefiero ante aquellos
que no tienen entre sus objetivos reconocer un error, regalarnos y regalarse
una disculpa a tiempo y reconducir la situación. Y qué decir del que rectifica
luego de semanas de negar la evidencia y solo rendirse cuando el agua le ha
llegado al cuello.
Cuantas cosas cambiaríamos
si pudiéramos volver atrás. Caemos en el estéril ejercicio de imaginarlo,
cuando es al menos improductivo. A lo hecho, pecho es otra frase, esta de
origen popular. Ya no podemos volver atrás. Si nos equivocamos, aceptar el
error es más difícil pero más sano, abrevia el camino. Pero no lo hacemos.
Persistimos en el error y hasta construimos nuestra vida con esos cimientos.
Dejamos que el error se convierta en mentira, obligamos que ese error genere
desconfianza, permitimos que esa equivocación se convierta con el tiempo en
ambigua, es decir que terminamos ofreciendo a otra persona la autoría de nuestra
equivocación, y ya no volvemos a ser como éramos.
Y caemos en otra máxima
popular, “El tiempo cura todas las heridas”. El tiempo todo lo puede, eso es
cierto. Pero las heridas de las equivocaciones no deberían entrar en esta
máxima. Un error no remediado se mantendrá en el tiempo y no se olvidará y los miembros
de una familia o los habitantes de una nación
perdurarán con el error. ¿No sienten que pasa eso en nuestras sociedades?
Rectificar no es de ministros, jefes de estado o de empresarios. Pero tampoco
lo es de nuestra gente de a pie, que de tan cercanos que eran ahora son tan
distantes. ¿Quién de los que llegan hasta esta línea de esta incierta editorial
no han sufrido la división en carne propia? Y no caigamos en la ideología, solo
pensemos en el accionar de algún ser querido que se ha distanciado o que por su
equivoco accionar nos ha distanciado de otros. ¿Y no será verdad que del
material de los cimientos se construyen las pirámides sociales?
En Argentina, en momentos recientes
de mayoría absoluta, era común una máxima con un contenido exitista ante la
divergencia o crítica. “Si no les gusta, armen un partido político y ganen unas
elecciones” era el saludable consejo. Hubo un tipo que lo hizo pero de momento
no cambio esa virulencia, no hubo autocritica. La voz de los votos solo es
escuchada en el momento que toca ganar. La derrota no se reconoce, nadie
rectifica políticas ni caminos. Pero es tan necio el gobernante como el
gobernado que cree tantas mentiras, y las sostiene a costa de alejarse de sus seres queridos. Quizás el
problema de la falta de rectificación tenga que ver con esa pirámide tan mal
construida. Lo que se ve por la tele no difiere mucho de lo que abunda en casa.
La rectificación parece
estar mal vista. Más que sabios, nos especializamos en querer ser tozudos,
necios. Hay otra frase de Clarín, recuerden que es Leopoldo Alas que dice: “El
orgullo es una pasión de los Dioses; pero de los dioses falsos”. Entre mis características
podemos destacar que tengo algo de orgulloso, aunque puedo confundirme con
cabeza dura o algo cercano a la terquedad. Pero de mi madre aprendí a pedir perdón,
aunque a diferencia de ella, al no asimilar en el momento que estoy cayendo en el
equívoco, será cuestión de horas que me acerque y diga las palabras mágicas.
También conocí otros procederes en el mismo entorno familiar, que es dejar
pasar el tiempo y retomar la conversación como si aquí no pasó nada. Creo que
ese proceder es característico de alguna raza, es su manera de reconocer un
error sin dejar el orgullo de lado, lo vengo a descubrir al irme de mi entorno.
Como un guiño que alguna vez le hice a alguien al que de verdad amo, lo pongo
en práctica con los que dejan pasar el tiempo y se amigan con el arte del
disimulo.
“La experiencia es un
peine que te da la vida, cuando te quedas pelado (o calvo)”, esta frase debe
ser popular pero yo la leí de Oscar “Ringo” Bonavena, aquel mítico boxeador
argentino de la década de los setenta. Es decir que el sabio no es solo el filósofo,
del literato o amante de las artes; la sabiduría puede aparecer en cuenta gotas
en la misma persona, algo que presumo de la vida de Bonavena, llena de tantos
equívocos que hasta lo llevaron a su muerte. Quizás tantas citas nos exponen,
el refranero de lo que debería ser no nos deja ver el bosque de nuestras
contradicciones.
Será que nadie conoce el
rumbo. Será que antes no lo conocían pero al menos les motivaba una convicción,
que con el tiempo siempre parece equivocada. Pero ahora nos mueve la desgana,
vemos la gran obra de teatro indiferentes, con ganas de protestar pero que la
protesta no dure demasiado. Sabemos que más que una rectificación vendrá una
excusa, pero nos vale. Seguimos atascados en defender ideologías que llevan un
siglo de caducidad y las creemos vigentes solo porque las parafraseamos. La barbarie, la intolerancia, el
fundamentalismo y la violencia debe ser combatida y el punto de partida deberíamos
ser los habitantes de los cimientos, porque si seguimos creyendo que sólo el
ganador es infalible, que los demás no tenemos derechos a criticar, que ser
opositor es ser enemigo y persistimos en la convicción de que un gobernante es
un cacique o el dueño de hacer lo que le guste y no que solo debería ser un
gestor de nuestra confianza, nunca recuperaremos el pudor y terminaremos
aceptando una cosa hoy y otra bien distinta mañana.
Pero como todo comenzó con
una frase de Pope, me retiro con un verso de Antonio Machado de su Poema de un
día, meditaciones rurales. Su obra es más actual que nunca.
Todo
llega y todo pasa.
Nada
eterno:
ni
gobierno
que
perdure,
ni
mal que cien años dure.
—Tras
estos tiempos vendrán
otros
tiempos y otros y otros,
y
lo mismo que nosotros
otros
se jorobarán.
Así
es la vida, don Juan.
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