Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
“El Dinosaurio”, es un microrrelato del escritor guatemalteco Augusto
Monterroso. Lo publicó como parte del libro Obras Completas (y otros cuentos)
en el año 1959. Al día de hoy se lo sigue considerando uno de los relatos más
corto escrito en español. 51 caracteres incluidos comas, espacios y punto
final. Aún resulta corto para un tweet. Pero la duda en este 2013, es saber si
fuese escrito hoy, si estaríamos
hablando de un microrrelato o un relato largo algo difícil de leer en la red,
al no disponer de un tiempo preciso o precioso para la lectura.
Gran parte de
la narrativa de Monterroso se distinguió por su brevedad, vitalidad y
precisión. Es decir que “El dinosaurio” no fue un oasis en su creación, otros
minicuentos tan sugerentes y bellos como el citado, podemos encontrar en “La fe
y las montañas”, “La oveja negra” y “La vaca”, por ejemplo. El ganador del
Premio Príncipe de Asturias del año 2000 falleció unos años después, más
precisamente el 7 de febrero de 2003. Todavía no existía el twitter (Jack
Dorsey lo creó en marzo del 2006) y aún en esa época no se había transformado nuestro
hábito de lecturas, si bien ya no nos dedicábamos a la novela decimonónica,
todavía valorábamos sentarnos a leer una agradable literatura promedio de 400
páginas. Mejor para Augusto, quizás de haber alcanzado a vislumbrar la
metamorfosis mecanográfica y virtual que pone en jaque la lectura en actitud
pasiva, hubiera comprendido que muchos pudieran adoptar lo breve como el
paraíso artificial de los que se denominan “versátiles”. Y hubieran creído que
Monterroso no gozaba de la diversidad de un nutrido vocabulario.
“El dinosaurio”
ha sido estudiado tanto como texto literario o como si se tratara de una
reflexión política. Lo notable que cualquier mínima interpretación superará en varias
veces su extensión de los 51 caracteres. Desde un valor metafórico, alegórico o
sub-textual, a un género fantástico por
su imaginación, o un género de terror o suspense y también, porque no, dotado de
carácter policial; una equilibrada estructura sintáctica que abarca dos verbos
alternados por tres adverbios; y hasta un relato en ese entonces moderno con
más de una interpretación posible. En cualquier caso, nos encontramos con una
manera distinta de comunicar, y sobre gustos hay diversos, tal como lo confesó
el mismo Monterroso: “si a uno le gustan las novelas, escribe novelas; si le
gustan los cuentos, uno escribe cuentos. Como a mí me ocurre lo último escribo
cuentos. Pero no tantos: seis en nueve años, ocho en doce. Y así. Los cuentos
que uno escribe no pueden ser muchos. Existen tres, cuatro o cinco temas;
algunos dicen que siete. Con esos debe trabajarse. Las páginas también tienen
que ser solo unas cuantas, porque pocas cosas hay tan fáciles de echar a perder
como un cuento”.
Los hábitos que
cambian no es invención reciente. Hay una curiosa inversión que siempre se da
entre la lectura y la realidad de cada época. Se supone que ahora vivimos más,
pero se confirma que ahora queremos leer menos. Cuando la vida era corta e
incierta por esa brevedad, nos sometíamos a lecturas largas y duraderas. Más de
mil páginas, inmensas introducciones, detalladas referencias históricas y
culturales, y una historia para contar. Pero la lectura finalmente invirtió su
signo. Estando las sociedades conscientes que la expectativa de vida ha
mejorado, que nos hemos abrazado a la a veces parecida ilusión óptica de un
estado de bienestar, más cortas son las lecturas que encaramos. En las
librerías abunda la literatura aparentemente escrita de un plumazo. El
periódico a papel es un extraño documento que nos permitimos solo en días de
premio, algún domingo de nostalgia donde necesitamos dar vuelta una página
dejando descansar el mouse o ratón del ordenador o el latigazo del tacto de
nuestros dedos en las tablets o móviles. Y tan extraño como el papel resulta
encarar hoy los extensos editoriales que nos ofrecen las ediciones de domingo o
los suplementos especiales. La consideración de la lectura como una inversión
productiva está desgastada, la lectura larga y reposada nos enseñaba la
práctica del compromiso, hemos girado a la práctica de la deserción. Aunque
para no entrar en pánico, la llamaremos dispersión; y si somos uno más de los
que hoy se denominan hiperactivos, lo llamaremos no poder darnos el lujo de quedarnos
quietos sin hacer nada.
Don Baltasar
Gracián y Morales, maestro conceptista español, universalizó el “lo breve, si
bueno, dos veces bueno” en la primera mitad de los 1600. Pero no debe haber
acunado esta frase para que fuera aplicada por cualquier blogger de este nuevo
siglo. Es que un blog presupone una creación más técnica y fría, abarcando el
uso de palabras claves, enlaces cuidadosamente utilizados, hipertextos para
agregar, imágenes impactantes para que llamen la atención e inviten a la navegación,
rapidez de descarga y síntesis semántica para encontrar pronto la definición o
respuesta buscada y escapar a otro rincón de la red. El resultado es un blog
optimizado para los infatigables buscadores que solo necesitan contenidos que
la gente busque, el resto es ruido abandonado en la red, de ahí que tengamos
blogs con entradas que persisten en silencio sin comentarios o agradecimientos,
hasta que sucumben a tanta indiferencia o castigo.
Friedrich
Schiller, poeta y filósofo alemán, es considerado junto a Johann von Goethe,
como los dramaturgos más importantes alemanes. Casualmente Schiller recibió una
carta del autor de Fausto donde le rogaba: “Perdóneme que le haya escrito una
carta larga porque para una corta no he tenido tiempo”. Hoy la gente no lee,
escanea los artículos. Si los ve largos, teme comenzar la lectura y prefieren
un patrón de lectura en forma de “f”, es decir, un primer movimiento visual
horizontal en la parte superior del contenido (como el palo superior de la f).
Le sigue un segundo movimiento horizontal más corto, similar al segundo palo de
la letra f para rematar con un repaso en forma vertical a la parte izquierda de
la pantalla, similar al palito de la f. De esta manera, erradican el concepto
de introducción, desarrollo y conclusión por un fotograma mental rápido que
capte la atención y permita un poco mas de navegación. Erradicamos el viejo
sistema secuencial de leer a papel de izquierda a derecha, y de arriba hacia
abajo.
Por eso prima
el concepto “menos es mas”, parece que preferimos no usar tantas palabras para decir lo que
finalmente siempre se puede manifestar en menos contenido. El manual del
blogger y el “sentido común” del usuario clama por párrafos cortos y lenguaje
sencillo. No podemos permitirnos retroceder y releer, no lo querrán digerir,
les causará cansancio visual y perderás un lector. Las entradas largas tienen
los días contados. Los libros largos tienen el presupuesto perdido y los
suplementos dominicales no se leen, se acumulan para la basura o para los
residuos del perro o el gato.
Publicar en un
blog es relativamente sencillo, sobre todo para aquel que tenga un mínimo
conocimiento informático. Lo difícil es lograr poseer un contenido interesante.
La premisa tiene que ser lograr una entrada que llame la atención del
visitante. Llaman mini post a una entrada con 200-400 palabras; las de 400-800
palabras son considerados post cortos; si tienen entre 800 y 2000 palabras se
les dice largos; y más de 2.000 palabras son post o contenidos pilares. Es la
primera vez que recabo esta información, se darán cuenta que me desenmascaro
virtualmente al reconocer que mis entradas son largas, más largas que un pilar.
Y quizás lo hago como nostálgico que no quiere perder el placer de encontrar un
momento para leer, otro para meditar y un último esfuerzo para dejar de lado la
emoción o euforia de la lectura y salir a recomendarla y difundirla. Prefiero
las entradas largas y me gustaría saber que son más los que descubren que si
vamos a vivir más, podemos leer mejor y ya que seguimos con los dichos, el
escritor y crítico francés del siglo XVIII, Jules Renard advirtió “Cuánto más
se lee, menos se imita”.
Para terminar,
desde 1959 se busca emular la hazaña del microrrelato de “El dinosaurio”. Luis
Felipe Lomeli, escritor mexicano de 38 años, incluyó en su libro “Ella sigue de
viaje” un microrrelato de 40 caracteres que le permitiría adueñarse del cuento
más breve en lengua hispana. Se titula “El inmigrante” y en mi caso, resume
exactamente en 40 caracteres mis doce años fuera de mi país, y como homenaje,
me abrazo a esta entrada corta.
Dice:
“Olvida usted
algo? – Ojalá”.
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