“El hombre nunca es sincero cuando
interpreta su propio personaje. Dale una máscara y te dirá la verdad”.
Oscar Wilde
Los medios y las redes nos atosigan
con frases, discusiones, teorías, imágenes o compilados insanos de como deberían
funcionar las sociedades, pero lo que logra es el hastío, desencanto y la sensación
de fracaso personal persistente. Tal vez sea la síntesis de esta ultima década
el ver como han derrapado los mecanismos morales de ideologías que fracasan
tanto en la teoría como en la práctica. Los movimientos populistas se destacan,
principalmente y sin entrar en su demagogia, en exteriorizar y demonizar sus
enemigos, culparles de todos los males y golpear a toda fuerza que se le
enfrente en esa ansia canibalística del poder. Sienten reivindicación en la
destrucción, le da sentido a un movimiento de deshumanización al oponente, al
otro.
Elegimos bien las causas pero elegimos
terriblemente mal a quienes luego las representan. Liberamos nuestras angustias
suspirando por un objeto de deseo que obtusamente queremos legalizar: la delincuencia.
Por eso nos identificamos con los villanos, como ya razoné hace dos entradas. Personajes
como los de Breaking bad, Peaky Blinders, John Wick o Narcos nos permite
identificarnos con los villanos y no con los que no trasgreden ley y solo viven
en la opacidad de la normalidad. Hemos humanizado la delincuencia y quizás por
eso, nos indigna tan poco el descontrol de nuestros lideres o movimientos. Se vive
en una violencia ideológica extrema, vomitando los calificativos más absurdos
contra los que opositan ese estilo. La periodista Stephanie Zacharek por
elaborar una definición sobre una película recién estrenada le valió un sinfín de
ataques. Ella dijo: “Las películas también son producto de su tiempo:
no podemos ver películas en una burbuja, y no importa cómo de entretenidas
sean, no pueden borrar el mundo más amplio en el que vivimos".
Y Zacharek
recibió todo tipo de comentarios negativos y amenazas solo por decir en qué
tipo de sociedad recae hoy la película sensación, Joker. Los ricos son los únicos
culpables, los pobres se merecen todo lo que necesitan y los tipos tristes
tienen todas las posibilidades de convertirse, sin más, en héroes. Y eso no
significó que la crítica haya sido negativa hacia el film de Todd Phillips, solo
reparó en una sociedad cada vez más orientada hacia la violencia e intimación como
método de solución de problemas. Adoramos falsos ídolos que viralizan su poder
a través de la manipulación de las redes sociales.
Joker es
la violenta irrupción del fracaso personal permanente utilizando el caos y
sufrimiento. Es una película que deslumbra por mostrar el descenso hacia la locura
de un hombre. Pero los análisis van más allá de una persona y sitúan esa
escalada de protesta violenta social que estamos transitando. La película habla
de algo más, y quizás sea lo más importante: el tratamiento social hacia la
enfermedad mental y sus estigmas. Se banaliza el concepto de que los “locos”
son los malos cuando se suele demostrar que la mayoría de los hechos aberrantes
los organizan y trascienden los cuerdos. Primo Levi recordaba que la maldad es
una infección latente en cada uno de nosotros y no una anomalía mental.
Aquellas personas normales encolumnadas detrás de un dogma que deshumaniza a
quienes no pueden o no quieren formar parte de ese grupo.
Y la enfermedad
mental sufre de estigmas sociales igual de perversos. Se cree que la enfermedad
mental se supera en el mismo momento en que la persona afectada pueda actuar
dentro de la normalidad y entonces, deje de tenerla. Es otra forma gratuita de
violencia, las reglas están siempre de nuestro lado por eso se estigmatiza las
enfermedades mentales. Tal vez Joker no sea una oda a la violencia social, tal
vez su director muestra esa primera idea para ocultar el verdadero concepto, el
llamado de auxilio para todos aquellos seres abandonados que no reciben el
tratamiento ni la atención adecuada. Estas terribles fallas en el sistema empeoran
aun más el estado mental de las personas con enfermedades psíquicas. Y la idea
que transmite en forma subliminal la película es que las personas que padecen
trastornos mentales reaccionan de este modo porque han perdido la esperanza en
quienes les rodean y no los escuchan. No todos estos individuos tienen el gen
de la maldad predestinada, pero sí tantas veces las circunstancias que rodean la
frustración los lleve a pensar que esas historias son las que rediman su situación.
La
persona con enfermedad mental no es violenta per se, solo que no puede dominar
sus reacciones sin perder totalmente los estribos. Joker es un increíble relato
subliminal de claves para entender porque ocurren las cosas que ocurren y la
gente termina haciendo, no debiendo ignorar las experiencias negativas que
generan un poso de acoso, burlas, impaciencia, indiferencia e intolerancia
acostumbrados a soportar desde pequeños. Es la vieja historia de la exclusión y
marginación social y sus consecuencias: ansiedad, baja autoestima, ira, frustración
y a veces, no siempre, rencor. Arthur Fleck se convierte en Joker quizás por el
hartazgo de una sociedad que exacerba y no acepta al diferente. Resulta increíble,
pero aún hoy, molesta el problema mental acentuando la falta de socialización que
le van a presentar a los afectados por estos trastornos. Es de esperar que se
vea finalmente a la persona y no tanto, su diagnóstico.
La película
refleja un reordenamiento de un personaje esencial de cómic, como la historia
de un perdedor tan desesperado, que finalmente recurre a la violencia como formula
de escape. Este detalle empatiza con el espectador, tal vez pensando que
refleja la violencia social de estos tiempos como método de cambio de paradigma.
Tal vez Joker siga la línea de Taxi Driver o La naranja mecánica, la diferencia
es que está vez parece que se proyecta en una sociedad donde el efecto de la alienación
es posible, y negativamente, la definimos como justicia social y apenas llega al
rencor y amargura, que es lo que logra el positivismo y su cultura de la
felicidad que nos obligan a consumir, para terminar siendo seres
infelices e incompletos, además de perdidos en un mundo que la mayoría no
entiende ni quiere entender...
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