“La
palabra es como la leche que se ordeña. Nadie puede volver a meterla en la
ubre”.
Sa'ad ad-Din Varavini
del libro del Marzban, año 1220.
Si bien se trata de una
actividad al alcance de cualquiera, en mis tiempos de niño no se necesitaba ni
se exigía una preparación en particular, el carisma era importante para
cautivar, sumado a una expresión dramática que manejara el ambiente, el ritmo
de narrar y eso solucionaba todo. Hay personas más hábiles que otras para
contar historias, dominando con soltura técnicas o claves. A todo niño le
encanta que le cuenten aventuras, participa con preguntas, suspiros de
admiración o zozobra y con el componente esencial que es la imaginación. Ese
arte admirativo se perdía de adulto hasta que hace poco, decidimos involucionar
y desear que los farsantes nos cuenten historias absurdas e infantiles todo el
tiempo; y nosotros, creerlas durante toda la vida.
Ahora cada cual
construye su relato y lo vende sin depurarlo ni darle un estilo y mucho menos
credibilidad. Se procura sazonar cualquier manifestación con una dosis adecuada
de emoción transformándose en una poderosa herramienta de comunicación. Y
resulta, por que la gente lo cree, ya sea porque necesita creer en algo o por
que sencillamente, son tan ignorantes que con poco decorado y argumento ya se
sienten satisfechos para seguir hasta limites insospechados al fraude. Porque
ya nadie se digna a diferenciar entre relato y verdad, vivimos en el interior
de esos cuentos de niños en nuestros cuerpos de adultos, y repetimos ideologías,
conspiraciones o epopeyas que no existen. Pero no es que no existen porque han
dejado de existir, no existen porque son epopeyas contemporáneas que debemos
saber que nunca han existido, no se han evidenciado, no hay registros. Pero se
ha convertido en la técnica de comunicación de gestión de los gobiernos más
utilizadas.
El sesgo que estos
relatos le dan al pasado y al futuro se convierten en nada, en mitos políticos,
estableciendo una nueva secuencia de acontecimientos que actúan como inventario
de un decálogo o ideología, con los beneficios de que estas sobre
interpretaciones se terminan consolidando bajo el apoyo de los ciudadanos.
Mirándolo correctamente estamos atrapados en un proceso de opresión simbólica
que nos impide vivir nuestra propia vida, deforman nuestros ideales y dejan de
expresas sus propias vivencias, puntos de vistas o experiencias. Se llega al
absurdo que el relato se constituye en la memoria viviente de una ciudadanía
que en realidad, no vivió nada de lo que le cuentan y cree. El poder continúa
con el armado de nuevas historias y escenarios para mantenerse y perpetuarse.
Paradójicamente la audiencia cree estar viva y en plenitud cuando están
dormidos o narcotizados por tanto cuento.
La incoherencia es
ahora una figura retórica. Y la sobredosis de relatos nos han intoxicados pero
no para reaccionar ante la farsa sino solamente para atacar al relator ajeno a
nuestros gustos, al que cuenta el cuento que no nos agrada oír. La percepción
de las cosas parece más importante que la realidad. Sabemos que no podemos
seguir aceptando una sola aproximación de la realidad, ya que motivada por las
florituras lingüísticas y por el uso de una realidad falseada por las emociones
o por las capacidades cognitivas, contamos las cosas de muy variados prismas y
en muchos casos, nos encontramos con el intríngulis que varias acepciones
divergentes en realidad están mostrando parte de la realidad. Ese problema es
de toda la vida, ahora nos hemos acercado al abismo ya no con las fake news
sino con en la mentira que nos sostiene en el engaño. Toda trama tiene un “escenario”,
olvidando que el escenario originalmente era la parte esencial de un decorado
para poder desarrollar obras dramáticas o teatrales. Escenario es un decorado,
hoy es la historia que nos quieren maquillar y reconvertir.
Como argentino,
siento con pesar y algo de asco la sensación de que somos el experimento
inicial de toda la podredumbre de lo que somos capaces de generar para luego
exportar. La técnica de storytelling fue muy utilizada en las últimas décadas
de campañas presidenciales. Se utilizó para reinventar el pasado y luego para
hacer comunicación de una gestión que a los pocos minutos podía ser desmontada
por tratarse de actores, malos actores. Pero esa manera burda de negar datos,
estadísticas o cifras que solemos olvidar fácilmente, dio paso a bombardearnos
casi a diario con supuestas personas reales que contaban de manera sencilla y
emotiva, como nuestras vidas cambiaban y mejoraban a causa de esas medidas de
gobierno que en realidad no se registraban. Y como con la emotividad se
trasmitía una reivindicación a las continuadas postergaciones sufridas por
nuestra propia decadencia, preferimos definir un estilo de liderazgo a partir
de logros ínfimos y nunca detectados en el exterior, salvo por los aliados que
se dedican a montar sus propios escenarios, relatos o ficciones que jalonan
historias falsas pero compartidas en muchos países del continente y del mundo.
Y te sientes
impotente intentando explicar este fenómeno. Y te sientes estúpido al intentar
explicar al cándido amigo, conocido o familiar que cree a pie juntillas el
relato y en tu afán por quitarle la venda, el idiota viene a decirte muy suelto
de cuerpo y con tan poco contenido, que en realidad soy yo la victima de una
manipulación. Resultaría conmovedor de no ser tan sádico el mecanismo, la
persona que no razona y repite el cuento de turno, te dice con la mano en el
corazón su preocupación por lo manipulado que está la persona que razona con
relativa independencia. Es fantástico y digno de un escenario de obra picaresca
que el imbécil crea que es el otro el que se ha sido manipulado. Se abrazan a
la libertad de expresión y que todas las expresiones son respetables en el
mismo momento histórico que no respetan que contrariemos la fabula y que además,
les demos pruebas. Y no son necesarias pruebas contundentes, tipo Watergate, simplemente
recordarles que esa epopeya o efeméride no ha sucedido, que no la han visto.
Si bien desde la
literatura de Don Quijote ya se mencionaba la problemática de un hombre con la
cabeza deteriorada a causa de fantasías provenientes de las historias de
caballería, que podían tergiversar la realidad del Hidalgo recreando andanzas y
hazañas ficticias, producto de una mente plagada de mentiras, exageraciones o
falsos relatos. Esta novela se convirtió en el hito de la literatura en
castellano. Esta novela tal vez es la base del “storytelling” que en los
primeros años del nuevo siglo, el ensayista marsellés Christian Salmon definió
como el arte de filtrar ficción literaria en la comunicación política u otros
campos. Vivimos rodeados de narradores no fiables pero seguimos pidiendo nuevos
repertorios, encandilamiento y fantasía. La comunicación ha mutado a los principios
del marketing y publicidad norteamericana, y de esta manera a los memoriosos y perceptivos nos
queda otra que asumir que lo que se negó la semana pasada, será aceptado con
bombos y platillos a las siguientes semanas. Lo vimos en Argentina con Alberto
Fernández, Massa, Moyano, Julio Bárbaro y demás títeres y lo vemos en España
con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. La cordura está sitiada, y la reconversión de
la historia de acuerdo con la viralidad y necesidad de actualizar histéricamente
la información, devalúa aún más el discurso público. La mediocridad se ha
estandarizado, decimos las mismas incoherencias en la mesa a la hora de la
comida, como en el parlamento, en las escuelas, universidades, platós de
televisión o en los mítines.
Estas nuevas y
ficticias historias formatean peligrosamente la mente de los ciudadanos. Existe
una audiencia considerable que no cuestiona el relato aceptándolo
acríticamente. La tendencia en aumento de dormir de forma despierta a las
personas nos enfrenta con un dilema de necesaria resolución. El ideal de
justicia de Don Quijote es la antítesis de la injusticia que él mismo encontró
al recrear las historias en su propio paso por el mundo. En realidad, lo
conmovedor de la historia de Cervantes es ver como el hombre, creyendo ser
digno, tantas veces apenas es ridículo y cándido. El continuo juego de espejos
en donde se mezclan ficción o realidad nos enseña en realidad que la verdad
nunca se busca en la certeza sino en la duda. Y yo no dudo ni callo que estoy
rodeado de amigos y conocidos cada día mas tristemente estúpidos. El consuelo
es que ellos se apiadan de mí, por estar tan tristemente manipulado,
regalándome aquel ofensivo: flaco, te hacía más inteligente…
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