“¿Cuál es la diferencia, me pregunto yo, entre un país que encierra en
la cárcel a unas cuantas personas de
más y un país que deja en libertad a sus gánsteres?”.
John Le Carré
Si uno habita en un país que la mayor parte del tiempo es gobernado por
un incorregible sistema clientelar o corrupto, uno ya no puede discernir quien
estuvo primero: si el partido o sus votantes. Con dolor ya no nos podemos
preguntar si hay en verdad, alguien inocente. Inocente de inocencia o candor,
no de responsabilidad. Cuando en el tiempo las hordas que se hacen llamar
pueblo repiten la canción de la justicia social, tal vez es que lo crean
sinceramente. El concepto de justicia social hace que el pueblo ame a sus
propios ladrones porque lo único que comprenden de lo que es justicia es poder adelantarse
al otro para robar lo que empecinadamente seguimos denominando el dinero de
todos.
El problema radica en los libros de historia y de derecho cívico quienes
se empeñaron en presentarnos desde niños un mundo que no existe. En las
lecturas, como sucede posteriormente con los amantes de la literatura -donde me
incluyo- la vida es casi perfecta, con explicación y heroísmo para casi todo.
Pero no sucede lo mismo al transitar la vida, ahí viene el primer gran
confronte, similar al día que terminamos el colegio secundario y nos dicen que
estamos preparados para abrirnos al mundo exterior. Y una mierda. Nos sentimos
timados, impotentes y apichonados. A medida que das un paso por la jungla debes
ir rompiendo una página de cada manual de cívica, derecho usual o como mierda
llamen a la asignatura del momento. No se te ocurra recitar de memoria las
definiciones clásicas, se mearán de la risa en tu cara. Y ahí tal vez hayas
madurado, estés listo para dar tu primer golpe.
Y en los clásicos se esconde parte de la hipocresía que se trasmite en
un secreto intenso de generación en generación. Aspiramos a ser un ejemplo
cívico y religioso en el decir y un gánster o prostibulario en el hacer,
contando con la aprobación y empuje animal de lo sindical, de la justicia que
no tiene venda porque ya no necesita ocultar nada, y por los políticos que no
se trata de gente proba que quiere devolver parte de su grandeza a la nación,
sino de maleantes que al recibirse de dirigentes pueden blanquear su pasado
para continuar hasta que el futuro o el azar decidan, sus negras inclinaciones.
Y el candor de los inocentes que los proclama, que los ensalza, que los eleva
como padres de la patria. Una mayoría lo hace porque son solo pelotudos; la
minoría, mientras tanto pide acercarse a la fiesta para hacerse con cuanta
migaja pueda. El que asciende de estos es la prueba de la superación del
humilde y oprimido. Esto es el poder y no lo que los libros emparentan con un
crecimiento personal basado en la cultura y la probidad.
Bertrand Russell declaró alguna vez que la obra renacentista “El
príncipe” de Nicolas Maquiavelo era un libro para gánsteres. Maquiavelo fue el
primero que se animó a decir que hay que dejar de lado toda consideración moral
para no ceder poder. Pero no fue un libro que trascendiera a la eternidad por abrir
los ojos a los verdaderos humildes y propiciar el cambio, sino que pudo ser el
libro de cabecera de todo aquel cuatrero que necesitaba blanquear su raid
delictivo para sacar aún más provecho y parecer al mismo tiempo, un ejemplar
ciudadano. “Todo el mundo ve lo que aparenta ser, pocos experimentan lo que
realmente eres”, o “el fin justifica los medios” o “la política no tiene
relación con la moral” o “la mayoría de los hombres, mientras no se les prive de sus
bienes y de su honor, viven felices; entonces, el Príncipe es libre para
combatir la ambición de las minorías”, hicieron de “El príncipe” un tratado de
filosofía política basado sobre un elogio a la mentira. El problema se da
cuando la sociedad ya está avisada sobre el arte del engaño; se necesitan y se
consiguen, nuevas y más complicadas formas de engañar. Y ahí parecemos estar
todos prestos.
Hemos estudiado
muchos conceptos sobre un Estado. Pero lo que no solemos mencionar, porque no
aparece ser democrático ni habla bien de sus habitantes -nosotros- es que el
“Estado” alienta la existencia de rufianes que se encarguen de los enemigos más
peligrosos. Estos gánsteres no suelen atacar las bases de ese Estado, solo
aspiran a encontrar un nicho de desarrollo e ir creciendo, podríamos parodiar
que terminan siendo apadrinados por el silencio estatal. No hay nacionalismo en
su accionar solo la necesidad de darle otro sentido a su existencia. Eso sí,
una vez alcanzada una cota de poder, todo pasa por la patria, por lo nacional.
Los ciudadanos cercanos van sufriendo a estos antihéroes pero ese sufrimiento
no alcanza para frenar esa proyección zonal, barrial, local, estatal y luego
nacional. Se presentan como ciudadanos con una fuerza esencial por salir
adelante, gesto que los países enaltecen. Mejoran entonces su condición social
-aunque se empecinen en borrar la historia pasada no lo logran- para
convertirse en hombres de negocios vinculados y funcionales al poder. Ahí
tenemos a los más grandes empresarios, mecenas e iluminados visionarios donde
ampararnos.
Las mentiras tienen
las patas cortas, nos juran. Pero hay que ver con que rapidez caminan ligero
ante la incredulidad primero, y luego hastío de los habitantes. Y la mentira
tiene patas cortas pero estadías demasiadas largas. Podemos repetir la misma
mentira durante cincuenta años que hasta parece de absoluta vigencia.
Maquiavelo decía que se engaña al pueblo por su propio bien. Vivimos inmersos
en un pesimismo sobre la verdad que asfixia. Nos agobia la mentira permanente y
nos mentimos para seguir soñando. Creemos que con un golpe democrático de urnas
bastará pero, como las gripes, las cepas regresan con más fuerza. Nos quedamos
sin aliento, ya no vemos negro el futuro, siquiera lo vemos. Mientras tanto,
ellos festejan al grito liberador del oprimido o sufrido soldado del pueblo.
Mentir es el arte de la vida y la perfección es seguir sosteniendo el arte del
engaño y el contra engaño. Las circunstancias arreglan los decorados para
seguir mintiendo. Y los que escribimos, tenemos la presuntuoso vanidad de creer que por escribir se puede generar un país más verdadero. ¡Que imbéciles!
Los gánsteres
disfrazados de honorables tienden a tener un enorme poder político. El modus
operando será el mismo, apoyo de dinero negro, corrupción, extorsión y ofensiva
amparándose en que se defienden de las ofensas. En un principio no ambicionan
el poder político, va en contra del buen funcionamiento del negocio, pero son
demasiado humanos, se tientan con la inmortalidad, con borrar gran parte de la
primera trayectoria, son ambiciosos. Lo cristalino no genera dinero, pero las
cloacas sí. Y el mejor aliado que encuentran es el Estado. Saben que un país no
se desarrolla cuando menciona la palabra Estado en toda intervención, en
realidad lo que perpetua la corrupción es la permanente necesidad de ser
asistido por el Estado. Se debe explicar que no se odia al pobre, se odia al
estado asistencialista que no modifica nada, salvo que mantiene eternamente
enganchado al votante asistido. Eso y el miedo son los ingredientes que
sostiene al gánster y sus mentiras en el poder. Por eso no se puede debatir, la
pobreza y la exclusión social como los derechos humanos contemplan una carga
emocional tan intensa que nos obliga a ser moderado. ¿Acaso hay alguien que
pueda estar en contra de los derechos humanos del oprimido?
“Hay que saber disfrazarse bien y ser
hábil en fingir y en disimular. Aquél que engaña encontrará siempre quien se
deje engañar”, nos dice El Príncipe. El gánster se disfraza, disimula y hasta
deja manifiesto que tiene sentimientos y que en su escala, es portador de
buenas acciones para con “su familia” y el pueblo. Y el pueblo adora a los
gánsteres, festeja a los granujas, vitorea a los hampones y perdona a sus
ladrones. Será que el equilibrio del sistema ha sido siempre desequilibrado y
los gánsteres en el mundo de hoy son personajes tan de carne y hueso más que de
ficción. Vemos las películas y seguimos la dinámica de las series, sufriendo
con los excesos que cometen y la barbaridad con que practican sus actos. Pero
les deseamos a los Tony Soprano, Joseph Bonanno, Thomas Shelby, Nucky Thompson,
Pablo Escobar o Tony Montana que no se desmoronen sus imperios. Eso sí, nos
indignamos porque los políticos reales no son íntegros, honestos ni honorables. Para luchar contra los
poderes se desaconsejan esas virtudes, recuerden la palabra de Maquiavelo. Sabemos
que el político de hoy es una promesa imposible de cumplir pero nos indignamos
igual. Y cuando vemos el caótico sálvese quien pueda que nos convertimos, nos
consolamos diciendo la tontera universal “con el hermoso país que tenemos, que
lo arruinen tres o cuatro”…
No hay comentarios:
Publicar un comentario