Terminar una historia es
quizás el desafío más importante al que se somete un escritor en su proceso
creativo. Muchos autores comienzan su relato de atrás hacia delante, sabemos
que sucedió pero nos resta conocer cómo llegó
a dicha situación. En la mayoría de las ficciones sucede que el último
capítulo nos dará la llave de la resolución. Y en muchos casos, solo las líneas
finales nos arrojan la conclusión. Pero sabemos que no existe una sola regla
para terminar una historia. Tenemos varios tipos de finales: cerrados, abiertos
o circulares podrían liderar la clasificación. No sólo se trata de caprichos o
estilos del autor, si miramos bien la vida, nuestros pasos están cercados por
todo tipo de finales, y en más de una ocasión no hemos logrado dar con un desenlace,
con una vuelta de página, con un cierre programado y enfrentado. Muchas veces
optamos por la solución Sherezade, que apremiados por las dificultades, optamos
por dejar inacabada la historia, la continuaremos al día siguiente, o vendrá
alguien a cerrarla por nosotros, o el tiempo se encargará del epilogo.
Algunos cierran historias
en el momento mismo de la muerte. Don Alonso Quijano, para muchos solamente
reconocido como Don Quijote de la Mancha, da final a las dos partes de su
historia, cuando en su lecho de muerte, reconoce a todos los que lo rodean en
ese instante final, que ha recuperado la cordura y que abomina los libros de
caballería que lo han llevado a comportarse como un loco. La obra terminó como
comenzó, el personaje antes de morir recobra la cordura, pero en el medio
tuvimos una historia repleta de aventuras y mensajes que al día de hoy no logra
ser superada. Para los amantes de esta hidalga novela, existe un valiente
desafío que encara en forma de novela Andrés Trapiello, quien estudió en
profundidad la carrera de Cervantes, y se denomina Al morir Don Quijote. La
historia se aprovecha del final cerrado de Cervantes, y comienza en el mismo
momento que el Hidalgo expira en su lecho rodeado de los suyos. La crónica se
basa en el supuesto día siguiente de ésta, la mejor historia de la literatura
hispana. Y lo hace respetando el estilo, buscando nuevos caminos novelescos a
los distintos personajes que acompañaron a Don Quijote en la historia
cervantina.
En la vida real, la que
habita en nuestros cuerpos y no en las hojas, solemos comenzar historias sobre
el final de otras. Es la vida tan incierta, que a veces solo nos cruzamos con
alguien para que este finalice una etapa de su vida y podemos llegar a
desaparecer aún antes de que encare el siguiente período. Me ha pasado un par
de veces en la vida la increíble situación de sentirme perdido, varado y
estancado en alguna fase interminable de mi crecimiento, y producto de alguna
conversación amena y distendida, darle a mi necesitado interlocutor alguna
respuesta, un giro, una ventana, o el valor para afrontar una decisión. Han
vuelto a agradecérmelo y yo, disimulando que no recordaba esa charla, asentía satisfecho
por la buena nueva, quedaba consternado al comprobar que había sido de ayuda a
alguien y yo seguía fondeado en la misma boya o muerto.
En la lectura encontramos
finales anunciados o súbitos. Y ese
mismo desenlace puede ser cerrado o abierto. El autor juega con nuestra
complicidad al ofrendarnos un final abierto. La historia termina en el papel
pero ha de continuar en nuestras cabezas y en nuestras sensaciones. Pensaremos
diversas maneras de cerrar esa historia. Pero dependiendo de la manera en que
nos la ha contado, podemos sentirnos estafados porque esperábamos un desenlace
procesado, para que solo pudiéramos digerirlo y a lo sumo, cuestionarlo. Esto
puede deberse a que la historia presentó altibajos en su construcción o que
nuestra naturaleza nos pide todo el tiempo historias bien cerraditas, ya sea
con final feliz o desengaños, pero cerradas. Y hay otros, que agradecidos,
prefieren el dilema de la historia abierta, y que se sienten capaces de tomar
la post dirección de la ficción para adornarla con distintas alternativas de
final. Eso, si miramos bien, puede estar sucediendo todo el rato. Hay un afán
de reconstruir la historia, cuestionamos la validez de los biógrafos o
historiadores para restaurarla con el prisma actual, accionares de siglos
pasados. La historia “actual” de Simón Bolívar o Juan Manuel de Rosas podrían
ser un buen ejemplo.
Con el paso del tiempo,
encontramos un sinfín de historias inconclusas en nuestras vidas. Y muchas más,
que si bien han concluido, no con el final que habríamos deseado. Muy de vez en
cuando caigo en la tentación de consultarme que hubiera sido de mi vida de
haber tomado otra decisión. La respuesta es inexistente y vana. Pero la
historia parece abierta, siempre nos persigue la duda ante el tamaño de
nuestras decisiones. Hasta hace unos años me preguntaba que hubiera sido de mi
vida laboral en el caso de quedarme en casa. Es posible que hubiera mejorado
aún más mi buen currículum, pero por otro lado, me he animado a participar en
una historia tan apasionante como la de vivir en otro país, con otras
costumbres, a edificar una endeble tela de araña de protección limitada pero
estable en afectos y reconocimientos. Para ganar a veces se debe saber perder o
al menos postergar o dar rodeos al triunfo, y creo que esa cualidad es la que
nos une a muchos de nuestras amistades o relaciones en esta etapa migratoria.
Annie Wilkes, protagonista
femenina de la historia de Stephen King en Misery, rescata de un accidente de
coche a un hombre inconsciente que resulta ser Paul Sheldon, el autor de una
saga de novelas protagonizada por Misery Chastain. Ferviente admiradora y
devoradora de esas novelas, encara la recuperación del autor con un celo
enfermizo que esconde una enfermedad psicológica. Sheldon en su afán de
agradecer tanto celo y desvelo de la enfermera, le ofrece para que lea el
manuscrito de la última novela de la saga, donde decide acabar con la vida de
Misery. Wilkes (interpretada brillantemente por Kathy Bates en la película) al
devorar el manuscrito y comprobar la muerte de su heroína, se enfurece con el
autor, sometiéndolo a una serie de torturas físicas y psíquicas, brillantemente
reseñadas por ese maestro del suspense y dolor que era en otras épocas King. Al
obligarle a escribir una nueva historia, le advierte que “Jamás se meta con mi
Misery” y el terror se adueña del escritor al no lograr direccionar una
historia acorde con los cambios de humor o carácter de su ocasional enfermera y
anfitriona.
La novela, una de las más
logradas junto con It, de Stephen King es una muestra permanente de suspenso y
terror. La historia casi se desarrolla en la habitación donde reposa Sheldon y
el temor es permanente. El final debe ser uno solo, la muerte de Emmy para que
sobreviva el novelista secuestrado. Pero ente tanto suspense, siempre recuerdo
el ataque de furia de Emmy ante el giro que da el autor al resucitar a Missery.
Emmy le cuenta su más profunda desilusión en su infancia al imaginar toda la
semana como haría Flash Gordon para salvarse en el siguiente capítulo de la
serie, ya que finalizaba el episodio con un coche con los pestillos
herméticamente cerrados por dentro y Flash cayendo a un precipicio sin poder
escapar del coche en movimiento. Al retornar al cine el sábado siguiente se encontraba
con un engaño tan habitual al usado en los comics donde se modificaba en parte
el final anterior, logrando escapar antes de caer al precipicio. Emmy, a pesar
de su locura, grita la misma indignación que podemos sentir todos ante un final
con engaño, si nos ofrecen un acertijo imposible de resolución, solo la
inteligencia e inventiva puede ser permitida en la conclusión de la acción.
Estamos cansados de los fenómenos de ilusionismo que nos ofrecen algunos
autores. Y fue una pena que una mujer desquiciada como Emmy nos ofreciera ese
alegato ante los pésimos finales o engaños a los que algunos autores quieren
hacer con sus obras. No debemos olvidar las expectativas del lector o seguidor.
El final cerrado para
muchos representa una filosofía ante la vida. En un mundo caótico, el lector
estructurado agradece el desenlace ordenado, coherente, lógico, que pone algo
de armonía en el planeta que nos toca vivir. Es además, el más antiguo de los
desenlaces. Los griegos pensaban que los desenlaces felices estaban destinados
a la comedia y los desgraciados a las tragedias. En todos los casos, las
problemáticas generadas anteriormente, se aclaran y resuelven.
El final abierto deja la
pregunta central sin responder y ha sido asociado con una aceptación de que la vida
es un proceso o proyecto casi siempre inconcluso, rodeado de pocas certezas y
muchos interrogantes o cuestionamientos. Dependiendo de nuestras naturalezas,
aceptaremos este tipo de desenlaces como los más lógicos y necesarios. Es
difícil atarnos a un final cerrado y contundente. Estamos para cuestionar y no
siempre aceptamos esos finales cerrados y sellados, aún con un estilo preciso y
depurado. Estamos en un caldero en ebullición y lo más probable es que el
cierre no sea inmediato, que perdure un buen rato en nuestras existencias,
atormentándonos o simplemente recordándonos otra tarea aun pendiente de
resolución.
Cortázar o Joyce, entre
varios, optaron en varias de sus obras en ofrecer un final circular. Estos
remiten al lector a un capítulo anterior ya leído en la novela, generando así
un lazo infinito con la obra. Rayuela, por ejemplo, con su tabla de
instrucciones, nos obligaría eternamente a leer los dos últimos capítulos de la
novela. James Joyce en Finnegans Wake utiliza el recurso de terminar la obra
con las mismas palabras con que la comienza, obligando o dándole la idea al
lector que nunca ha de terminar esa lectura. Equiparándolo con la vida, a veces
creo ver la similitud con la repetición de errores que solemos desarrollar en
nuestras vidas y que se asemejan en parte a los errores de nuestros padres y
que, casualmente procuramos todo el tiempo desnudar en ellos sin advertir que
los habremos de repetir casi calcados, salvo con el matiz de nuestro carácter o
con la variación que nos brinda el famoso libre albedrio.
Internet nos ofrece otro
tipo de actuación, que es la de retomar las etapas cerradas y también
inconclusas de nuestra trayectoria. Facebook nos permite recuperar a nuestros
compañeros de la infancia. Retomamos luego de una emoción verdadera al
encontrarnos, el contacto con aquellas personas que la vida nos ha alejado por
más de tres décadas. El día de nuestro cumpleaños o el del otro sujeto,
dejaremos un mensaje cercano, sin tener en cuenta que hace 30 años que no
sabemos nada de aquel compañero. Pero sentimos o queremos sentir que esa
persona continúa siendo afín, quizás porque los lazos generados en nuestra
niñez no respondían a los criterios de adultos, tan proclives a desestimar un
vínculo ante tanta diferencia entre las partes.
Y también la curiosidad
nos obliga muchas veces a googlear o a espiar a historias que creíamos cerradas
y de hecho no nos acordábamos ya de su existencia o de su paso por nuestras
vidas. Si es simple curiosidad, muchas veces se soluciona con una breve irrupción
en su perfil, siempre y cuando esta persona no conozca los criterios de
privacidad que estas redes sociales nos brindan y nos limite el acceso. Pero en muchos casos,
reabrimos la puerta a un dolor pasado y que como mínimo nos obliga a
preguntarnos si vale la pena abrir nuevamente nuestro corazón, nuestras fotos,
nuestra actualidad, nuestros gustos, nuestro vigente éxito o fracaso actual, a
historias del pasado. Si es para aligerar mochilas, puede valer la pena el
intento. Pero si es para hacer circular un final mal cerrado, nos puede volver
a jugar una mala pasada. Suele ser duro comprobar que lo que nos unía en otras
épocas, ha quedado enterrado por el paso del tiempo, y ahora podemos ser
completamente extraños. Debemos dejar de hacernos preguntas sin respuestas.
No hay un solo final, ni
una sola manera de encararlos. Pere Calders, considerado como uno de los
mejores cuentistas de la literatura catalana explica que en los vericuetos de
la vida, cada episodio que se cierra significa que acto seguido comienza otro,
el cual hereda sus consecuencias. Cuando escribí mis propios cuentos comprobé
que un final abierto nos aleja de nuestra propia obra, ya que de la
interpretación de nuestros lectores, surgirán nuevas historias. Y en un par de esas
interpretaciones sentí vergüenza y dolor de ego, ya que un carácter autoritario
hasta se permitió cuestionarme. Así todo prefiero ese tipo de finales y queda
de manifiesto en este blog, un razonamiento que a veces no me lleva a ningún
lado, en un futuro me permitirá una
nueva entrada, y quizás en esa nueva oportunidad, lograr el final soñado a
tantas de mis películas inconclusas o aún no redactadas.
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