Cuando recién comenzado el
año 2008 nos sorprende desde Argentina la frase entre tantas frases dichas ese
día: “odio a la gente como vos” quizás no nos dimos cuenta que como sociedad íbamos
hacia atrás, que la evolución ya estaba estancada. No es que comenzó en ese
reportaje la degradación, quizás ese día se confirmó un nuevo estilo, el de la
ofensa permanente basada en el odio sin disimulo y el de que todas las partes
se sientan victimas, perjudicados por otros.
En ese reportaje no era uno solo
el agresivo, el entrevistador gustaba de su tono marginal y previamente había ofendido
al aire al entrevistado. Es la pescadilla que se muerde la cola, según una
frase utilizada permanentemente (dialelo o círculo vicioso). Y es el día de hoy
donde nos cuesta discernir y ponernos de acuerdo con quien dice la verdad, todo
lo que sucede es una conspiración del enemigo. Nadie cae a causa de sus errores
e inmoralidades, todos son víctimas de conspiraciones.
Es España el victimismo es
cosas de todos los días. No es de ahora, solo que las crisis enfervorizan esos
victimismos, parece que se intenta sacar ventaja de ese malestar social.
Derecha, izquierda o centro sacan a relucir sus dogmas y casi todos coinciden
que la culpa o la responsabilidad es del otro. Y también, el que cae o asoma al
abismo es un chivo expiatorio de alguna conjura. Y así avanza el hombre por su
derrotero en la vida. No vamos tras la verdad, solo buscamos la distracción del
show.
A causa del fallo de
Estrasburgo con relación a la Doctrina Parot, he leído un reportaje al
sacerdote Isaac Diez, director de salesianos de Deusto. En él explica la situación
de las víctimas del terrorismo que ven como con este fallo se reabren de
inmediato las heridas que no han podido aún cerrar, a pesar del tiempo. Y
menciona la importancia que tuvo en su rol de terapeuta de familias deshechas
por la violencia del terrorismo, el haber conocido la obra de Viktor Emil Frank,
“El hombre en busca de sentido”.
Frank, tras perder en el
holocausto a sus padres, hermano y esposa y sobrevivir a cuatro campos de
concentración nazis, incluido Auschwitz y Dachau, creó la logoterapia o terapia
basada en el sentido sobre la capacidad humana para superar situaciones y
sufrimientos límite. Antes de la guerra
se había desarrollado en psiquiatría y neurología, además de haber
estudiado profundamente el psicoanálisis de Sigmund Freud, con el que no
coincidió en su postura determinista ni con su visión reduccionista del hombre.
Muchas veces me abruma la
necesidad de sugerir este tipo de lecturas. En los meses de existencia del blog
he recomendado varios libros generados en la supervivencia del holocausto. Y me
atraganto hace un mes con la necesidad de insinuar un par de libros brillantes más,
vinculado a ese momento de la historia, donde sobrevivientes o periodistas han
contado su experiencia con una claridad y contundencia que irrita y duele, pero
da sentido a la mayoría de las dudas que me genera el accionar de la maldad
humana. “Un tren en invierno”, de Carole Modrehead y “Bajo una estrella cruel”
de Heda Margolius Kovaly son esos títulos, pero de momento seguiremos con la obra
de Viktor Frank.
“Quién tiene un porque
para vivir, encontrará casi siempre el como”. Frank gustaba de citar a
Nietzsche. Y en su alegato descansa el punto central del existencialismo: vivir
es sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. En el campo de
concentración, todas las circunstancias conspiran para conseguir que el
prisionero pierda sus asideros. Todas las metas de la vida familiar han sido arrancadas
de cuajo, restando la última de las capacidades de la que es difícil disponer:
elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias. Es decir, que
vamos a hacer para superar o encarar ese momento.
Por ese motivo, la obra
fue fundamental para Isaac Diez, retomando la entrevista al cura salesiano. Al
vincularse con víctimas de ETA, comenzó a aplicar esos métodos para intentar
reconstruir a personas que estaban rotas a causa de la violencia. “El perdón es
muy difícil. Para poder hablar de perdón se necesita que haya una relación personal
y antes de hablar de perdón hay que hablar muy seriamente de la sanación, que
es que la víctima recupere su autoestima y pueda entablar y vivir con
naturalidad la relación con su familia, su entorno. Se suele hablar de reconciliación,
entendiéndola como reconciliación con uno mismo, para aceptarse personalmente,
y con el entorno” dice en uno parte de su intervención.
Inmediatamente le consulta
el periodista si las victimas deben tener un papel importante en la política antiterrorista.
Diez contesta: “El primer deber de todas las asociaciones de víctimas es
ayudarse a superar el victimismo. Si no, ellas mismas sufren y hacen sufrir
muchísimo. ¿Cuál es su papel?. Ese. Y el deber primero de toda institución es
intentar que las víctimas salgan de su situación de victimismo. Si tienen que
formar una asociación para defenderse quiere decir que nosotros no estamos
haciendo lo que tenemos que hacer: ayudarles a que superen su condición y no
tengan esa necesidad.”
¿Cuál es el principal obstáculo
para que las partes puedan cerrar heridas?, le preguntan. “No es de partes, es
de todos. Todos somos constructores y todos debemos aportar. Tenemos que
celebrar los elementos positivos, porque lo que no se celebra, no se valora y
muere”, contesta.
Cada vez que sentimos que
nos pasa algo injusto que nos hace sufrir, caemos en el paradigma de la
víctima. Muchos de esos sufrimientos son minúsculos, comparados con los grandes
duelos por los que muchos deben atravesar. El victimizarse suele ser un estilo
al que todos recurrimos. Suelen decir que de lo que nos pasa un 10% es lo que
nos pasa y el 90% restante es la interpretación que hacemos de lo que nos pasa.
Y depende de la actitud que tengamos ante la vida, ese 90% nos puede hacer
creer que todo lo malo sólo te pasa a ti.
Sentirnos victimas todo el
tiempo nos aleja de nuestro sentido de la responsabilidad, no podemos discernir
nuestra parte de culpa en lo sucedido. Es lo que solemos denominar perder la
perspectiva. Y si dejamos de lado esa óptica, no podemos aprovechar la
experiencia de poder aprender de esa situación, de remediar el error propio o
la agresión externa. Es un vicio en el que todos podemos caer. Quizás por eso
llevo un tiempo que parece muy largo leyendo obras vinculadas al dolor extremo
y sin sentido del holocausto. Porque creo que a pesar de que a mí me pueda no
estar pasando ciertas cosas en la vida, la verdadera dimensión de víctima está
en esos sobrevivientes. Y encima, me aportan claridad al dejarme compartir su
drama existencial y para colmo de males, lo expresan con lucidez ejemplificadora,
como tomando distancia de su propia historia. Y en estos tiempos, avergüenza ver
el rol de víctimas que intentan ocupar los que no son víctimas, sino
responsables. Y comprobamos con hartazgo como el que se victimiza nos manipula.
O cree que lo hace.
El lenguaje no es
inocente, genera realidades. El lenguaje es acción, tiene un impacto profundo
sobre nuestro destino. Ante el drama de los campos de concentración, la mayoría
de los sobrevivientes soñaba con poder decirle al mundo lo que había sucedido.
Necesitaban compartir esa desgarradora experiencia. Pero solo algunos lo
lograron, otros fueron optando poco a poco en encerrarse en su hermetismo,
pasado el momento de la liberación prefirieron recurrir al ostracismo, a
convivir con sus fantasmas sin hablarlo. “No sabíamos nada. Lo siento. Aquí
también sufrimos” pudo haber sido alguna de estas frases las que los
desmoralizó y no les permitieron reintegrarse a una antigua vida que ya no
existía. También están los que comienzan
a contar y deforman la realidad, ese famoso 90% de la interpretación. Y hay un
grupo que a través del lenguaje desarrolla una parodia. Y da la sensación de
que son demasiados los pertenecientes a este género.
Posicionarte en el papel
de víctima impide la autocritica. Y con las excusas y justificaciones perdemos
la posibilidad de utilizar un lenguaje adecuado. Asumir esa responsabilidad nos
puede permitir retomar las riendas de nuestra independencia y nuestra libertad.
El cómo contar la historia de nuestra vida desde el lado del protagonista aun
cuando se fracasa puede ser mejor que cuando nos justificamos o nos convertimos
en damnificados. “Todo me pasa a mí”, “los demás no me entienden”, “no sé cómo
puede portarse así conmigo con todo lo que hago por él o ella” , “me haces
sentir mal”, “me sacas de quicio”, son frases de mecanismo de defensa que en
realidad solo protegen a nuestro ego, que es el que ha fallado. Creemos que
nuestra autoestima quedará intacta, pues nos aseguramos de creer que no ha sido
culpa nuestra. Y muchas veces es un autoengaño.
Los colectivos de victimas
no pueden salir solos de ese rol. Y el deber del que no ha sufrido ese dolor es
apoyar pero tomando las riendas. No podemos exigirle que superen con facilidad
esa pérdida o dolor, que perdone y tienda la mano o que acepté con resignación un
indulto o una condena escasa. Muchas veces, esos colectivos quedarán varados en
el limbo del dolor, del odio, de la angustia. Es el resto de la sociedad la que
debe continuar. Y es la misma sociedad la que no debe utilizar esos colectivos
como bandera para sus apetencias personales. Y esa misma fracción de la
sociedad que enarbola esa bandera, generalmente termina utilizando un lenguaje
similar de intolerancia al del agresor, no sabe reconciliar el mensaje, no sabe
tender puentes para la transformación. Es a ese sector al que debemos exigir la
evolución. Y parte de nuestros gobernantes o de los satélites que los circundan
se disfrazan de defensores de derechos humanos. Y usan un lenguaje que
contradice con su historial, con su pasado, con sus antecedentes. Y los que no
hemos sufrido nos olvidamos del que en verdad sufre y enfrentamos con la misma virulencia a esos
impostores, pero también nos degradamos. Sigue la pescadilla comiéndose la
cola.
El prisionero 119.104 del
campo de concentración de Auschwitz, Viktor
Emil Frank, prefirió seguir viviendo desde el sentido. Luchó por su propia
dignidad y no quiso sucumbir ante la lógica de las circunstancias por las que
pasó. No quiso ser víctima. Se quitó de encima las losas que le propuso la
humanidad y buscó el sentido de la felicidad aunque sea en un suspiro. Nos dejó
“El hombre en busca de sentido” para ayudarnos a “leer” las conductas salvajes,
brutales e inhumanas que los medios de comunicación ponen delante de nuestros
ojos. Lamento recomendar otra lectura vinculada al holocausto, pero me da la sensación
que seguimos sin aprender, seguimos dándole la espalda a la evolución, seguimos
alimentando a los farsantes que no tienen nada que ver con las verdaderas victimas.
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