La mayoría de mis escritos
nacen de una idea casual, de un momento de inspiración. La mayoría de las veces
lo que se puede leer en la entrada del blog, poco tiene que ver con la idea
original. Pero mucho tiene en cuenta el estado de ánimo de ese momento o la
soltura que tienen tus dedos a la hora de teclear y ver como toma forma la hoja
en blanco. Y generalmente, al momento del primer punto y aparte, suelo tener en
claro si lo que estoy garabateando tiene algún valor. Y me asusto, porque estoy
llegando al primer punto y aparte de este escrito.
Al escribir trato de
mantener una metodología. A poco de publicar una entrada, pasan unas horas y ya
pienso con que tema debería continuar y me mentalizo en retrasarlo unos días
para madurarlo, aún cuando comience a buscar información que lo complemente. De
momento la metodología se concentra en acomodar mi cabeza en un nuevo argumento,
distinto al anterior. Aún no he llegado a una disciplina donde de antemano
pueda saber que la siguiente entrada responderá a deporte, libros, actualidad,
recuerdos u otras clasificaciones. Sin ir más lejos, hace unos días pensé que
era hora de escribir algo sobre cocina, pero ya ven, mis dedos me están
llevando hacia otros lares.
Y leer también tiene su método.
Al menos, eso creo. En estos casi doce años que llevo en el País Vasco habré
superado las mil lecturas, la mayoría novelas y bastantes ensayos. Me cuesta
dedicarme a los cuentos, no sé porqué, mas teniendo en cuenta que he leído muy
buenos. Para la elección de los textos tengo un par de cuadernos donde agrego y
agrego autores a conocer y leer y a esos le tengo que sumar a los que ya he
leído y debo actualizar su obra. Una vez que leo un título, lo subrayo con
resaltador y hago una ficha de su autor. Pero con respecto al resaltador, no
llego nunca a tener el cuaderno resaltado siquiera en su mitad. Siempre me
ganan las obras que aun no he leído.
-¿Y cómo se que un texto
que escribí es bueno?; ¿Y cómo certificar que el libro leído es bueno?-. Con
respecto a mi escritura, es difícil de responder. Al terminar un escrito lo
siento tan próximo que me cuesta ver sus errores, imperfecciones o frases
confusas. Espero que algo parecido le suceda a los grandes escritores: que la
emotividad y la falta de distancia le juegue en contra. Una opción es tratar de
compartirlo rápidamente con Fernanda. Ella, con sus silencios, con sus
interrupciones, sonrisas, aprobaciones, con sus dudas sobre mi ortografía y
etcéteras, logrará además de aprobar el concepto o idea, manejar la distancia de
mi perspectiva y bajarla a tierra. Es un ejercicio duro, recuerdo que cuando
frecuentaba los talleres literarios, no me permitía ni el cambio de una coma. Y
muchas veces, me enojo cuando Fer intenta mutilar alguna frase que considero
sublime.
Si de leer se trata, me
fijo una meta anual. De los entre sesenta o ochenta títulos que acometa en el
año, tengo que sentir una emoción intensa durante la lectura y un orgasmo de
confusión al terminarlo con al menos tres o cuatro obras. Y lo suelo alcanzar.
Pero no puedo precisar que sea fruto de excelente literatura y menos que menos
quiero entrar en ese campo donde los supuestos eruditos desacreditan lecturas a
las que de manera peyorativa analizan como best sellers o libros de autoayuda. Si bien no suelo leer
esos géneros, se que la gente lee lo que quiere o necesita y el resultado de cada
uno es lo que importa. Si un libro te llega, eso es lo que prima.
Con el paso del tiempo y
con las ganas o necesidad de volver a escribir periódicamente, me fijé seguir una
serie de objetivos que alguna vez leí de Clara Obligado (publicaba en una
revista sabatina en el periódico de aquí y yo hice taller literario con su
hermana María allí). El primero, leer buena literatura: porque un gusto bien
formado me permite escribir hasta encontrar mi modelo o estilo; luego, no
preguntar indiscriminadamente por su opinión a personas que no están
acostumbradas a comentar o leer textos; prestar mucha atención a los buenos
lectores, tanto conocidos como de blogs o revistas culturales. Si varios de
ellos coinciden en la elección, casi con seguridad la obra será buena; dejar de
ser destructivo. Lo confundía con ser exigente y en el momento de mayor
confusión creativa, no pasaba del primer punto aparte porque todo me parecía
inmaduro o carente de ingenio o sentido; y la última consigna aún no la puse en
práctica, que es dejar reposar mi escritura durante un tiempo en un cajón
cerrado para que ese lapso ponga mi perspectiva en su lugar. Este debería ser
el próximo objetivo irrenunciable.
“Digo exactamente lo que
pienso. Y lo hago en forma sencilla, sin retórica. La gente que se reúne a
escucharme sabe que, con independencia de si coincide o no con lo que pienso,
soy honesto, que no trato de convencer ni captar a nadie. Parece que la
honestidad no se usa mucho en los tiempos actuales”. Presten atención, está
encomillado. No lo escribí yo, solo se lo pido prestado de un reportaje a José
Saramago, uno de los más grandes (sino el que mas), que cuando leí allí por 1998
la novela Todos los nombres, sentí ese orgasmo, esa necesidad de ir por mas, de
querer conocer a ese hombre que con tanta tranquilidad me contaba tan bien una
historia. Y me acompañó desde ese momento, aún hoy cuando nos dejó hace más de
tres años. Y me acompañó en el momento más duro. Cuando tuve que meter toda mi
vida en dos maletas para venirme a vivir a territorio desconocido, sólo atine a
dejar mi biblioteca casi intacta en Buenos Aires, pero subir al avión los diez
títulos que de Don José tenía en ese momento. Y aquí lo seguí comprando casi el
mismo día que salía. Era la manera de agradecer con mi fidelidad, la fidelidad
del luso de compartir historias.
-¿Y los momentos de clímax
con la lectura en lo que llevamos de año? No tengo que hacer mucha memoria, los
títulos están ahí, a la alcance de la mano. “Esta historia”, de Alessandro
Baricco (en breve estará en el mismo pedestal que Saramago). Esta historia es
similar a casi todas las historias del italiano, pero te dejan una sensación
agradable de querer seguir soñando aun cuando el libro terminó hace bastantes
estaciones (recuerden que leo mucho en el metro); “Ocho noches blancas”, de
Andre Aciman. Al libro llegué por una recomendación al suplemento Babelia de
otro al que admiro, Javier Marías. La novela me atrapó, me angustió, trata
sobre todo de la inseguridad que tenemos ante el avance de las relaciones; “Y
que se duerma el mar”, de Gustavo Martín Garzo. A Garzo lo encaré el año pasado,
leyendo su interpretación de la historia de amor de María y José, visto desde
la óptica de José, el personaje bíblico quizás menos mentado. Y este año seguí
con esa historia, pero esta vez escrita desde la perspectiva de María, y para
mí, que no estoy atravesando un momento de armonía con la fe y las sagradas
escrituras, fue sentir que me contaban una buena versión de una historia
trillada y sin ese tufo a mentirillas; “Paradero desconocido”, de Kressmann
Taylor. De este libro generé una entrada el mes pasado, no voy a ahondar más
pero si fui sutil y no contundente, lo recomiendo en Argentina para ver si se
refleja ese país enfrentado que tanto se lastima. Y “Si esto es un hombre”, de
Primo Levi, que a lo largo de este mes, se verá en entrada aparte al blog.
-¿Y qué hay de cómo saber
si lo que escribo es bueno?- No sé si es tan importante. A mí me gusta, a otros
también, de otros no tengo ni una referencia y habrá también al que no le diga
nada o no le llegue o no le guste ni un poquito. Pero siempre me acordaré que
cuando compartí con mis compañeras del taller que daba tan bien mi amigo Amelio
García, un cuento que se llamaba “A la deriva”, en el mismo momento de leerlo
dejo de ser mío y paso a ser de los sentimientos que generó a mis compañeros.
Unos me felicitaron, otros me pusieron objeciones, alguien le recordó un
familiar que ya no estaba, a uno lo dio alegría el desenlace y a otro enojo lo
mismo, pero en definitiva cumplió aunque sea por unos minutos un cometido,
llegar a la mente y a los corazones de otras personas. Y después de varios años
a la deriva, vuelvo a completar dos o tres páginas de un Word que ahora no
flagelo o destruyo. Quizás no pase tanto por saber si lo que escribo es bueno, al
menos retomo algo que me gusta y quiero compartirlo, y después de tantos años
donde solo se me daba escribir correos electrónicos que ya casi nadie contesta,
y si lo hace dedica dos o tres líneas, recuerdo
una frase de Alessandro Baricco al querer explicar su novela “Seda”: -“Lo
difícil, lo realmente difícil, es transmitir el silencio”. Y eso era lo que me
pasaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario