Se trata de la mejor serie
con diferencia. Comenzó en 2007 y pasó
de ser una emisión de baja audiencia a un fenómeno mediático, avalada por la
crítica, respaldada por los premios, comentada a todas horas en los distintos
blogs, y en distintos foros se
especializan en analizar el comportamiento de cada uno de sus integrantes. Para
muchos, la serie ideada por Matthew Weiner es un ícono, una serie de culto. Mad
Men nos muestra desde el primer capítulo adulterio, hijos ocultos y despreciados, falsas
identidades, amores frustrados, soledades, vicios, excesos, marketing,
publicidad, patriotismo, sensación de vacío permanente, ambición e intriga. Con
una enumeración así todo indica que se está promocionando uno de los tantos
proyectos televisivos. Pero la serie no responde como una telenovela al uso.
Mad Men nos encandila al mostrarnos como algo natural el doble rasero que
oprime a cada ser humano, más simple si cabe: todas y tantas contradicciones
que nos habitan.
Recrea la sociedad de una
época a través de acontecimientos históricos y alusiones a personajes públicos,
así como la actualidad cultural de ese momento. Y ese momento puede ser
considerado clave: la sociedad americana forjada a partir de la Segunda Guerra
Mundial, donde un importante crecimiento económico se manifieste en el aumento
de los niveles de consumo de la población. Y esa idea de alcanzar el bienestar
a través de productos y servicios cuenta con un enorme aliado para la difusión:
la televisión, un medio muy joven pero potente, destinado a cubrir los vacios
que ese mismo afán de consumo genera en las mentes humanas. Pasados más de
sesenta años, la situación se agravó, el vacío es inmenso y la televisión suele
suplir los razonamientos. Por eso es tan vigente, aunque los estereotipos que
muestren los personajes parezcan hoy extintos.
Los hombres de Mad Men son
personajes fuertes, determinantes y abusivos. Pero sus debilidades los hacen
irresistibles. Los personajes viven al límite, pero es en sus fantasmas donde
nos detenemos, donde los humanizamos y hasta perdonamos sus otras miserias, las
vinculadas a la imagen y a lo que genera: ambición. Si buscáramos una sola
palabra que definiera la serie, la palabra escogida por muchos sería exceso. Y
la serie nos deja una imagen entre líneas que pudimos deducir con el paso de
los capítulos. Una imagen que no quedaba fijada pero no pasaba inadvertida, que
a todos les parecía incomoda era en la cortina del inicio, la caída al vacío de
un hombre de traje y corbata, cayendo
desde la ventana de una torre de oficinas (para muchos la referencia de los
suicidios en las Torres Gemelas). La fascinación por la serie está dada desde
el mismo inicio, sabemos que esta historia y quizás la de la humanidad, está
basada en la caída de un hombre, en el salto al vacío y que esperemos que algún
día esa caída logre terminar.
Y el personaje
determinante de la serie es Don Draper. Alto, apuesto, seguro, dominante,
seductor, enigmático, son los rasgos salientes del director creativo. Parco a
la hora de mostrar su intimidad, pero desenvuelto al momento de vender una
campaña, de desarrollar el producto de otro. Mantiene una vida paralela en casi
todos los sentidos, el hombre duro parte de un muchacho indefenso, abandonado.
Y esa parte sigue golpeando la seguridad de Don, la caída es constante, su
autoridad está construida sobre un sinfín de secretos y un pasado que le sigue
atormentado.
Don siempre ha salido
adelante, la mayoría de las veces huyendo. Aprendió a sobrevivir dejando de
lado los sentimientos, los esconde, no los comparte con nadie. Pero a su vez,
cada tanto pide a gritos que lo liberen de esos secretos, de ese silencio que
esconde un pasado. De tan dominante parece tan indefenso. Don no sabe amar, al no
querer comprometerse ni involucrarse con nada relacionado a los sentimientos
pasa de cama en cama. Si odia su pasado, en su presente lo repite. Pero otra
contradicción, en sus campañas se compromete con sus clientes, los fideliza,
cree en la tradición como permanencia.
Otro tema que trata la
serie y que Don es la prima donna es el sexismo. La serie refleja como la mujer
era tratada: un ser del que solo se tenía en cuenta su dimensión física. Los
hombres se interesan por su belleza y atractivo. Y queda claro que no logran
comprenderlas, ni les interesa el esfuerzo que conlleva. No hay romanticismo en
los estereotipos de la serie, no existe la media naranja, al unirse no se
complementan. Fuera del sexo, cada uno va por su lado. Unos creciendo
laboralmente y cubriendo las necesidades económicas de sus tantas vidas; las
otras, cumpliendo la imagen de familia perfecta, cuidando de sus hijos y
manteniendo el encanto de su propia imagen.
Los personajes de la serie
parecen sacados de la vida real y eso genera la identificación de la gente con
la serie. Una vez terminado el episodio de turno, la música cuidadosamente
escogida nos invita a pensar en lo vivido, y ver las discusiones en la web y en
los foros sobre las características o mensajes que nos quieren transmitir. La
mayoría de las veces no ha sucedido nada gravitante, ese es otro secreto. En
nuestras vidas diarias no suceden cosas gravitantes, no hay Indianas Jones o
Sr. Spock en nuestros adn. Pero si hay caras ocultas en nuestras vidas, hay
personajes creados para contrarrestar nuestras debilidades, hay fracasos que se
repiten de padres a hijos, hay incomprensión tanto generacional, como de sexos,
como de culturas. Y en el medio, la publicidad y la televisión nos siguen
prometiendo que formamos parte o debemos formar, de este mundo perfecto, donde
todos estamos conectados y nos complementamos.
Un síntoma desalentador lo
dio una encuesta realizada entre los lectores de Askmen.com, en octubre de
2009. Allí coincidió la mayoría en elegir como hombre más influyente del año a
Don Draper, a todas luces un personaje de ficción. ¿Es que no tenemos hombres
en la vida real capaz de asumir y liderar ese rol? El perfil de Don quedó por
encima de personajes como Steve Jobs, Simon Cowell o Roger Federer y nos obliga
a pensar si en realidad ese macho alfa dominante no ha desaparecido de la
tierra o de las fantasías de sus habitantes. Si bien el hombre moderno aborda
roles que antes rechazaba, no logra superar el vacío existencial al no
encontrar su lugar en el mundo y fantasea al menos en sentirse representado por
un machista empedernido.
En algunos hogares, los
roles han cambiado. Las mujeres son el sostén económico. El hombre, mientras
sostiene la terrible lucha de encontrar un lugar en este reducido mercado
laboral, se recluye en actividades de la casa y en el cuidado de sus hijos. El
hombre cocina en casa, ya no solo en los restaurantes. El hombre sabe el precio
de la leche y lee las etiquetas de los productos. Conoce la pastilla ideal para
aprovechar las ventajas de su lavavajillas. Participa durante los embarazos,
planifica en la decoración de la casa y recicla cada vez más rápido su imagen,
de metro sexual a tecno sexual y a ubersexual en menos de dos décadas. El
hombre sensible está más presente en la sociedad, pero el desencuentro
continúa.
Y el hombre sensible
escucha, y al escuchar pregunta, al principio tímidamente. Juega con sus niños,
los acuesta y puede ser el primero en levantarse cuando se despiertan en la
noche. El hombre sensible se desborda, se siente incomprendido y para muchos
otros hombres es una imagen molesta, se lo identifica como algo femenino. Y el
hombre sensible en vez de pegar un puñetazo sobre la mesa, grita su histeria,
su inconformidad y su frustración, solo quiere ser entendido, solo busca algo
de protección.
El hombre sensible y la
mujer trabajadora y sostén económico destruyen mitos. El hombre cerebral y la
mujer sensible representan otra de las tantas imágenes estereotipadas. Ser
sensibles no debería responder a características de distintos géneros. Ser
sensible no significa perder fortaleza, ni ser tierno es ser inmaduro. Ser
sincero es una virtud, no puede ser considerado una debilidad. Hay muchos
parámetros a revisar, la cuestión es si logramos un mínimo de entendimiento en
el largo camino.
Como trabajé trece años en
agencias de publicidad, me suelen preguntar si es verdad lo de los excesos.
Seguro que los habría, pero con algo de culpa debo confesar que no me aproveché
de esos estereotipos, y de mucho de ellos ni supe que estaban allí. Tuve muchas compañeras mujeres, y casi
ninguna de ellas tenía un papel secundario. Los roces no lo daban los géneros,
los daban las personalidades de esos géneros. No tuve la constante imagen del
trasero cadencioso de Joan paseándose por la oficina ni esas secretarias que
solo eran lindas (aunque recuerdo la amante de un contador que fue
recepcionista en una de las agencias) pero me queda la imagen de muchas de mis
compañeras que entre nervios y apuros de campañas por entregar se permitían
superar la presión y además de eficientes, eran buenas amigas. Me gustaría
preguntarle a Nico, al polaco, darienzo, Hernán, el bicho, Fabián, el chango, a
juancito, al piloto, a Fabio, y a otros si conocieron esos excesos de Mad Men
en su día a día y si lo conocieron, porque no me avivaron.
Falta un año para que
termine la serie. Don terminó la sexta temporada en un declive que no parece
tener freno. Está en riesgo su trabajo, su segundo matrimonio y hasta sus
amantes lo abandonan. Pero como todo se trata de las contradicciones, el
personaje se hunde pero lo hace con estilo. Pide a gritos que lo salven, pero
él se logra mantener fiel a algunas pocas convicciones y se muestra como el
personaje más sensible de la serie. Parece que esta vez se enfrenta con su
pasado y fantasmas, lo asume y deja de huir. Si muchos aun no han visto su
confesión ante lo que el chocolate Herschey representó en su vida de niño, no
imaginan de lo que es capaz de generar el ser sincero; la cuenta finalmente se
pierde, los socios se enojan y lo separan del cargo. Es que el fondo no se
trata de los fantasmas de Don, se trata de los fantasmas y fantasías del
sistema, hay que seguir vendiendo la imagen de un mundo ideal, aunque en el
mientras el hombre sensible grite hasta la afonía que se trata de una nueva
mentira, de que está asustado y que no sabe cómo hacer frente.
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