Hace unos meses y por casualidad me tocó ojear El
Periódico de Aragón. Y para mi sorpresa me reencontré con unos personajes que
conocí a pocos meses de establecerme en Plentzia, “Los gauchos cuatro”. Emilio
Mas, Antonio Latino y Lucho Murillo acababan de editar su disco 26 y habían
repartido su música folklórica casi por todo el mundo. Cuarenta y seis años
atrás habían formado en Santa Fe el grupo Los Arribeños y a consecuencia de sus
giras por España y norte de Portugal, algunos integrantes se radicaron en
Zaragoza y dieron forma a Los Gauchos cuatro.
En el reportaje, me enteré que en un principio eran
cuatro pero a la muerte de uno de ellos
hace dieciocho años, continuaron con el mismo nombre y sin el reemplazo, en su
homenaje. Miraba la foto y recordaba que había conversado solo unos minutos con
Mas, y me trajo los recuerdos de los primeros meses fuera de Argentina, cuando
a través del mail me comunicaba con familiares y amigos de manera al menos
semanal y me apoyaba en esas comunicaciones. Y me acordé de mi nostalgia
inicial, del dolor de no estar cerca de los míos, de la lucha empecinada porque
todo aquí fuera igual que allí, de aquellos arrebatos por querer volverme
entrada cualquier noche. La nota terminó, no alcanzaba la pagina de duración,
pero a mí me quedó la nostalgia, no la de aquellos tiempos, sino una nueva, que
se va perdiendo, cuando llevas una década fuera de tus pagos y vos mismo te
reconoces lejano a aquel personaje nostálgico y errante de los primeros días.
Al llegar a casa, busqué y busqué y con alegría puedo
decir que conservaba en mi casilla de correos un mail de julio de 2002, que
había enviado a mis amigos. Ahí recordé que en una visita a Buenos Aires, mi
amigo Micky en una cena en su casa con sus padres se levantó de la mesa y fue a
buscar la hoja impresa de ese mail y la volvió a leer y todos se rieron con lo
que allí les contaba. Por eso, aprovecho esta entrada, para hacer un refrito y
pidiendo disculpas por la poca producción (tengan en cuenta que regreso de mis
vacaciones) dejarles este recuerdo que en ese momento fue muy emotivo. Confieso
que el correo sufrió algunas modificaciones, se supone que estos años han
mejorado mi escritura y no me podía permitir publicarlo sin una minuciosa corrección.
De nuevo desde
Plentzia.
Me olvidé de
contarles algo que sucedió una vez recibida el alta de la faringitis,
amigdalitis y otras yerbas que me dejó, además de débil, muy sensible. Una
noche cualquiera salí de trabajar del bar y me dirigí al bodegón donde labura
Fer para estar con ella un rato. Luego de media hora viendo como ella corría de
un lado al otro para atender todas las mesas, decidí ir a casa a descansar para
volver a buscarla cuando terminara su jornada. No sea cosa que me enfriara y
tuviera una recaída. No solo me aconsejan y retan aquí en Plentzia respecto a
mi salud, , sino que también me llegan sugerencias desde mi patria... Así que
presto a hacer las cosas bien, enfilé por la carretera a mi casa.
De repente, desde
la Iglesia de la Magdalena llegó a mí un ruido de gente, aplausos y música. Recordé
que en medio de tantas fiestas del pueblo, se trataría de un concierto más de
los tantos a los que aún no le había dado importancia ni presencia. Les cuento
que la fiesta va por barrios, cada uno a lo largo del verano tiene su verbena,
pero el concepto de barriada es muy distinto al que podemos tener en Capital
Federal. Dos manzanas pueden considerarse barrio o barriada. ¡Ustedes verán cuantas
fiestas se celebran en Plentzia! La cosa es que si sumamos de a dos manzanas,
tenemos fiesta todas las semanas. Esa noche le tocaba a la Iglesia de la
Magdalena.
Retomando los
aplausos, en un principio solo miré ligeramente hacia arriba (la iglesia está
en una cuesta, junto al Casco Viejo) y continué mi marcha a casa. Las campanas
del Ayuntamiento anunciaban las doce, el cambio de jornada. Podría dormir un
par de horas antes de regresar a buscar a Fernanda. Pero de repente comienzan a
cantar Adiós Pampa mía y juro que me
quedé de piedra, mil veces escuché esa canción sin escucharla y era la primera
vez que me dolía la letra y al mismo tiempo el reconocer algo que pertenecía a
mis recuerdos habituales me llenó de emoción y alegría. Subí la cuesta casi
corriendo (bah, ustedes saben que no me gusta correr) y me mezclé entre la
gente, casi ciento cincuenta personas. Lo de mezclar es una licencia que me
permito, porque para mi curiosidad todo el mundo estuvo pendiente de su
curiosidad por mis movimientos y emociones. Los que en el escenario terminaban
el tema, se llamaban Los gauchos 4 (pero por más que mirara por todos los
rincones del escenario solo distinguía a tres tipos), y tocan temas folklóricos
de nuestra tierra. Dicha información recabé entre la gente mientras tres de los
supuestos cuatro comenzaban los acordes de Memorias de una vieja canción, que me recordó a Horacio Guarany. Decidí quedarme
allí, la debilidad de la enfermedad estaba a salvo, el entorno me transportaba
al barrio de Belgrano y esas canciones que antes escuchaba de fondo desde la
radio de la cocina, ahora me arrancaban más de un suspiro, entendí que eso era
lo que denominan identificación o raíces. En esa hora que estuve allí me
pasaron cosas curiosas y graciosas. El primero que se acercó era un hombre que frecuenta
diariamente el bar en busca de un blanco rueda por la mañana y un claro
(rosado) rioja por las noches. Se pegó a mí, me ofreció un sentido abrazo y me
dijo: ¿-Alguna vez pensaste que ibas a ver en vivo fuera de Argentina a los
gauchos 4-?. Yo, tratando de que no aflorara mi habitual hasta entonces ironía,
solo atiné a decir: - No, nunca lo imaginé -. Entonces el hombre se emocionó y
me dio otro abrazo, éste más fuerte. A
partir de ese momento estuvo todo el tiempo junto a mí y no regateo en muestras
efusivas hacia mi persona. Mientras tanto, yo tarareaba las chacareras y
canciones que estos gauchos utilizaban en su repertorio. Cantaban bien, pero yo
no tenía la menor idea de quiénes eran...
No soy de aquí ni soy de allá, cantaban y yo
haciendo gorgoritos al recordar la versión de Alberto Cortez y la original de
Facundo Cabral. Al rato, se me acerca otro cliente del bar y me pregunta: ¿-Están
viejos, no-? y yo, otra vez algo sorprendido, contesto: -Pero no tanto como
pensé...- El buen hombre me dijo que tenía razón y se quedó del otro lado, pero
éste sin abrazarme. Solo me guiñaba el ojo, sin poder distinguir aún entre
cercanía o tic. Después de cinco temas, todo Plentzia se arrimaba a consultarme
cómo estaba. Preguntaban si se me había pegado la morriña (la nostalgia, para
nosotros). Yo les confesaba que sí, que estaba emocionado por no decir
conmocionado. Pero ellos pensaban que lo estaba por estar frente a Los gauchos
4, que en ese momento ya eran más leyenda que los Rolling Stones o Los redonditos
de Ricota.
En medio del
desfile de plencianos a mí alrededor, me quebré al escuchar los primeros
acordes de Zamba de mi esperanza.
Recién en ese momento recordé la cantidad de veces que canté de niño esa
canción y juro que lloraba por dentro, necesitaba volver a Buenos Aires. El
tipo de los abrazos, que no dejaba de mirarme, me abrazaba más fuerte.
Cuando estaba por
terminar el concierto, se acercaron otros dos clientes del Biritxi. Uno me
preguntó si esa era la formación original del grupo, a lo que inicialmente me
tenté de decirle que faltaba Cipollati, pero solo dije que no sabía. Todos,
pero todos allí conocían a Los Gauchos 4 y el único que no tenía ni soberana
idea de quiénes eran esos tíos era yo, casualmente otro gaucho, el quinto,
aunque por lo visto podría ser el famoso cuarto, el que faltaba.
Lo último, ya en
los bises. El primer bis fue Yo soy argentino. Se acercó otro conocido, también Javi y me dijo: -Tengo un
poster-. Lo miré y dije: -¿De quién?-. El contestó: -De Gauchos 4-, todo orgulloso.
Yo no podía imaginar que estos ñatos tuvieran hasta poster, así que solo atiné
a decir: -Qué bueno-. Javi me miró y con complicidad me dijo: -¿Lo quieres?-.
Yo le dije: -Bueno, me gustaría-. El tipo se fue corriendo hasta su casa (bajando
la cuesta), regresó todo transpirado cuando promediaba Cuando un amigo se va y me entregó el poster de tres tipos bastante
fieros (no me pregunten dónde quedó el cuarto gaucho) y dijo: - Es para ti -.
Yo, que a esa altura tenía que mostrar que estaba eufórico por estar frente a
los míticos gauchos 4, solo atiné a decir: - Lo voy a pegar en la cocina -. El
tipo me abrazó (perdí la cuenta la cantidad de abrazos recibidos) y dijo: - ¿Para
qué estamos los amigos? – justo con el final del tema de Alberto Cortez.
Ahora todas las
mañanas veo antes de ir a trabajar reposar sobre el sillón del comedor el poster, que no me animo a tirar por temor a que
se enteren de tamaño sacrilegio. Así que, a veces con Fer, al terminar
exhaustos nuestras jornadas laborales nos quedábamos a dúo en la sala mirando a
un cuarteto que a todas luces era un trío.
Por último, al
terminar el recital, el alcalde de Plentzia (al que hasta ese momento no me
había dirigido ni una mirada al entrar al bar y tenía cara de amargo), se
acercó y con cara de político en campaña me preguntó si los quería conocer.
Cualquiera que me conozca bien sabe que no me interesaba conocerlos (no por
conocerlos, sino por timidez de acercarme), pero no pude decir que no. Así que
caminé treinta metros hombro pegado al alcalde, mientras todos me saludaban y
me decían: Gaucho o pibe. Me presentaron al que cantaba y recién allí el tipo
me dijo que el tocaba con Los Arribeños treinta años atrás y que se vino a vivir
a Zaragoza y armaron el grupo y les iba muy bien, sobre todo en el norte. Eran
de Santa Fe y hasta participaron en una película con Cafrune y Hernán Figueroa
Reyes, de nombre “Ya tiene comisario el pueblo”. Lo felicité y traté de salir
sigilosamente. No quería más abrazos, ya tenía un poster y me iba tarareando Zamba de mi esperanza, el mejor regalo
de esa noche que me acercó algo a mi casa, la verdadera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario