lunes, 30 de enero de 2023

Estallaron los vidrios de mi corazón

 “La lucha por el espacio en el fútbol está siendo terrible pero la revolución del mundial 2022 la hizo un tipo que caminó”.

Jorge Valdano


Desde el dieciocho de diciembre me cuesta ver futbol. En conversaciones entre amigos parece ser un sentimiento compartido. La tanda de penales que definió la vigésima segunda Copa Mundial de FIFA arrasó con todas las emociones, expectativas, ilusiones y necesidades de un pueblo pero también a muchos nos ha dejado vacíos. Finalmente fue la copa de Leonel Messi en Doha, segundo motivo de orgullo, ya que el primero es el juego de nuestra selección. En todo caso, el combinado nacional escogió la final de las finales para obtener su tercera estrella y la obtención -merecida-llegó a través de un juego que revindicó nuestro estilo. Ante comentarios absurdos de “malos ganadores” solo responder que la final se ganó con una exhibición contundente hasta el minuto ochenta y tras la reacción de un solo jugador rival -vaya jeta la de hablar de reacción francesa-se sobrepuso con épica.


No hay forma de medir la pasión y la experiencia de las multitudes pueden tener puntos en común pero nunca comparables ni explicables. Tampoco se debe acostumbrar uno a la recurrente falta de respeto que intenta relativizar la conquista ajena. Hay desmesuras que se construyen por pura ilusión, existen necesidades que exceden el ámbito deportivo, hay alegrías que permiten recuperar la capacidad de ser felices aún siendo de los países mas complicados donde vivir. Puede sonar absurdo pero no requiere explicación ni se le debe nada al mundo. Se gana y se deja el recado que para flagelarnos ya estamos nosotros, no necesitamos a las críticas rancias del viejo mundo. El que quiso ganar, ganó. El que se sentía campeón de antemano se olvidó el hambre, hombría y orgullo en los vestuarios en una final del mundo, creyendo que se gana en forma despreocupada. Las finales se ganan con entereza mental y a pesar de nuestros desaguisados que llevan del cielo al infierno, por primera vez, una nación como la nuestra se sintió identificada con el deseo de veintiséis deportistas y un cuerpo técnico.


Los derechos de formación y mecanismos de solidaridad son derechos conseguidos para cuidar las instituciones deportivas de origen que les permite cuidar -en parte- su patrimonio formativo. La ley Bosman en 1996 obligó a la reforma del reglamento que cambió el futuro de las entidades deportivas. Los derechos de formación fue una consigna propiciada por la Conmebol, ya que por siempre el futbol sudamericano sufrió los caprichos de la billetera europea pero a precio de observación, porque a pesar de la adaptación aceptable de la mayoría de los jugadores sudamericanos al viejo continente, la picardía de los equipos UEFA consistía en pagar menos por si el jugador no se adaptaba. Las cartas estaban echadas pero ahora algo mejor barajadas. Los derechos formativos solo parece ser una compensación ya que la fuga de talentos a edades tempranas no puede ser controlada. La avaricia y avidez de unos y la mala gestión de otros no permite gozar de los talentos en sus países. Uno se acomoda a todo, de ahí que veinticinco de los veintiséis convocados de la selección Argentina para el mundial, jueguen en equipos del viejo continente. Y uno de ellos, el estandarte, nunca jugó oficialmente un partido en el torneo de primera división del fútbol local. En ese espejo doliente se reflejó una nación. Y compite.


En nuestras conquistas mundiales siempre sostuvieron un “pero” que intentó relativizar el triunfo. Los derechos humanos arrasados en un país con dictadura, un gol con la mano, la única mención a Maradona en México o ahora los penales otorgados a la selección o la frase de “malos ganadores” parecen recursos para relativizar la grandeza del futbol argentino. Análisis habrá muchos, simpatías diversas pero no se puede negar que el cuco de la final sucumbió no solo por su falta de valentía sino por la actitud, por el hambre de gloria y determinación con la que Argentina “asustó” a Francia. El tiempo permitirá reconocer que la entrega argentina fue tan genuina y la defensa de sus ideales se sostuvo aún en los diversos momentos de zozobra. Jugó al futbol de manera inteligente, obligó a replantear el concepto de jugadores dinámicos y capeó los temporales con personalidad. Un equipo que se brindó a su estratega, que derrochó despliegue y talento rejuveneciendo a un Messi para que sellará el pasaporte a la eternidad.


A lo largo de su carrera deportiva, Messi se llevó por delante todos los registros posibles. Sus récords superaron largamente los anteriores existentes. Han intentado compararlo con jugadores que no podían ni debían compararse. Esta vez logró meterse en las venas de la mayoría de los simpatizantes argentinos, tal vez su cuenta pendiente y tremenda injusticia. Al momento de alzar la copa se generó un fenómeno similar al de Pelé en el mundial de 1970. Todos querían -menos Francia- que el mundial lo ganara Messi. Integró planteles magníficos pero fue en el equipo de su vida donde logró por convicción y rebeldía llegar al último escalón mientras supuestos mejores selecciones quedaban en el camino. No se trata de buenos o malos ganadores, las anécdotas de lo sucedido en los cuartos de final contra los Países bajos solo se han contado del lado de los errores albicelestes. Se buscó la polémica para desmerecer a un equipo que no solo respeto a los rivales sino a su esencia sudamericana, sorprendió con un juego a dos toques que apabulló por momentos a polacos, holandeses, croatas y franceses.


Algunos argentinos quedamos vacíos de euforia. Todo lo que se intente escribir quedará corto. Tantos años sufriendo por los traspiés de Messi para sentir que lo más codiciado lo tomó con naturalidad, sin locuras, sin rencores, en familia. Me quedó con una frase que dijo Pablo Aimar, “El mejor Messi siempre es el último” y con él, un país que siempre creyó o con fervor o con excesos o injusticias -que trató de olvidar o redimir-, supo percibir que el momento se daba en diciembre. El gran entrenador y el gran jugador es el que hace grande al otro. Esos “malos ganadores” también dieron una lección de orden, inteligencia, solidaridad y jugar bien al fútbol. No había que aclararlo pero por primera vez en tantos años sentí el orgullo del hincha y en vez de la “Bish” negra con la que coronaron a Messi, me puse la toga para defender la esencia del futbol argentino, de los mejores del mundo. Y no lo digo yo, lo dicen Di Stéfano, Kempes, Maradona y Messi, entre otros...

 



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