martes, 10 de enero de 2023

Ah, tomate el tiempo en desmenuzarme

 “Los mismos tiranos encuentran muy extraño que los hombres puedan tolerar a un individuo que les causa mal; por eso se empeñan en adornarse con la religión y, de ser posible, en apropiarse de una porción de divinidad para conservar su perversa vida”.

Étienne de La Bóetie


Los humanos irrumpieron en la tierra hace doscientos mil años, pero en parte de ese período su predominio fue insignificante, tanto para el impacto en el mundo como para su sistema ecológico. Para comprender nuestro lugar en la tierra, el comportamiento humano se estudia exclusivamente a partir de la biología. De animales insignificantes que integraban una especie mas de las que habitaban el planeta a ser la fuerza mas poderosa. Una mutación en el ADN del Homo Sapiens cambió la estructura del cerebro permitiéndole desarrollar habilidades cognitivas diferenciadoras. Imaginar, hablar, comunicar fueron la base sobre la que se construyeron las civilizaciones. Dichas habilidades sociales y la disposición de cooperar le permitió conquistar el mundo, en permanentes revoluciones. Pero siempre recordando que en todos los procesos vividos, las emociones son la base de toda revuelta, y solemos olvidarlo.

Ya lo refería Baruch Spinoza, filósofo neerlandés con orígenes sefardí, hispano y portugués, allá por los años mil seiscientos, que existía una fuerza que empuja a todo lo viviente con un lazo indisoluble marcado por los pensamientos y emociones. No hay dualismo, no se puede pensar por separado cuando vinculamos el alma y el cuerpo, no son entes separados. La imaginación arrastra a la persona a gozar y a sufrir, junto con el amor o la pasión irrumpen la fantasía y la intelección que van estableciendo huellas, límites. Conocernos era entender nuestro lado no racional y que todo sigue el curso de la naturaleza. Seis siglos antes dejaba las huellas de una revolución cognitiva, donde el pensamiento era producto del organismo, específicamente del cerebro. Ateo o blasfemo como despreciativo epíteto acompañó parte del pensamiento de Spinoza, pero no de él solo, ya que todo el que avanzara en disciplinas cognitivas, como Julien Offray de la Mettrie (1709-1751), Luigi Galvani (1737-1798), Paul Brocca (1824-1880), Carl, wernicke (1848-1905), Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), Hermann von Helmholtz (1821-1894), Jean Piaget (1896-1980), Alan Turing (1912-1954) y tantos otros, fueron pacientes contribuyentes de las disciplinas que hoy todos consideramos lógicas en la ciencia cognitiva.


Ante tanta secuencia de constructores, se sigue considerando que en 1950 se genera la revolución cognitiva. Ese momento de transición en la historia terminó con el conductismo, que era la manera de analizar la conducta observable. La revolución permitió descubrir la ignorancia ante los ojos de la ciencia. Todas las respuestas a los grandes interrogantes estaban descriptos en las sagradas escrituras, en la Biblia o en el Corán. Con la revolución científica la gente pudo comprender que habían demasiadas preguntas sin obtención de respuestas, muchas de ellas inalterables hasta hoy. Para esas dudas, consideradas problemas técnicos, se buscan respuestas técnicas. Esta nueva perspectiva, sumado al desarrollo tecnológico en aumento, permite avanzar sobre nebulosas y como hacer con nuestras habilidades asombrosas. Este siglo se evidencia en un cambio de mentalidad -aún sin saber cual será su destino- que nos permite tener una nueva concepción o dimensión de nuestros cerebros o mentes. Todas las revoluciones son fruto de la insatisfacción, de la necesidad de adquirir poder. A través de la revolución cognitiva lo que se busca -además de respuestas técnicas- es saber que hacer con todo ese poder y como traducirlo en felicidad.


La razón necesita de los sentimientos para arribar a la sabiduría. Para Spinoza la sabiduría no era un deber sino la posibilidad de aumentar nuestra potencia vital por medio del goce inteligente. Somos el resultado de los encuentro que tenemos con la vida, con las cosas y las personas. Suprimir los deseos, postergar los placeres es, además de renunciar al conocimiento, extraviarse en mentiras imaginarias. Debemos comprender nuestros cuerpos y nuestras emociones para valorar la información, por ende toda acción acarrea un pensamiento cognitivo. Somos una civilización construida sobre historias subterráneas que corren por debajo de la historia. Esa capa está erosionada por instintos, pasiones humanas reprimidas o desfiguradas por la civilización. La cultura, ciencia, los gobiernos, filosofía, justicia y las religiones obedecen a chispazos emocionales que le dieron origen.


Esta nueva revolución -que lleva mas de setenta años- requiere de competencias que permitan operar correctamente con la información obtenida. Se busca la transformación de los métodos y los roles. Debemos modificar los marcos teóricos que fundamentan las destrezas requeridas fundadas más en los procesos que en los resultados. Transitamos la segunda fase de esa revolución, sostenida por los avances de la neurociencia, inteligencia artificial, lingüística, psicología evolutiva y ciencia computacional, lo que arroja un permanente conjunto del saber. Se suma así a la eterna base de esas valoraciones primitivas que son las emociones y sentimientos, barro emocional donde se forjó el comportamiento humano. La ciencia se mueve por conjeturas y refutaciones, de toda conjetura saldrá una nueva refutación y se sostendrán con las emociones y pulsiones que nos permitan “financiar” eternas revoluciones con el único objetivo de saber quienes somos y como hacer para quitarnos tantas reglas mentales perversas que sostienen el poder irracional de las emociones humanas...

 



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