viernes, 20 de enero de 2023

Perdí en el camino la conexión

 “El teléfono móvil ayuda a conectar a los que están a distancia. Los teléfonos permiten a los que se conectan… mantenerse a distancia”

Zigmunt Bauman


¿Te puedo llamar?, es la frase que anticipa la posibilidad de un llamado telefónico hoy en día. Es necesario tomar dicha precaución porque se le ha cogido manía a la charla telefónica. La mayoría de las llamadas recibidas suelen ser las no deseadas, spam o venta comercial invasiva. La llamada telefónica no se la asocia ya con el concepto de conexión, la llamada pasó a ser incómoda. La sensación generalizada -agravada tras el hito de la pandemia- es que transmite la necesidad de una dedicación exclusiva y en el momento que se produce. Mucha gente es partidaria de emitir mensajes sin necesidad que se establezca un diálogo. Se trata de un fenómeno extendido fundado por las generaciones más jóvenes que encuentran en las formas instantáneas de comunicación el medio interactivo más apropiado a sus necesidades.


Se dice de la comunicación telefónica que es disruptiva porque no necesariamente se producen en el momento adecuado. Con tanta invasividad acústica vigente todo parece inoportuno, de ahí que las llamadas nunca se improvisan, se anuncian previamente con un mensaje de texto. Para muchos teléfonos móviles la opción de llamada pasa a ser un accesorio. La aparición del WhatsApp y sus audios está haciendo olvidar lo que era responder sin filtros y en tiempo real. Es verdad que el motivo de ciertas llamadas podían resultar molestas o incómodas porque se debía manejar con corrección lo que era dificultoso de anunciar y luego responder con precisión la consiguiente demanda que derivara, con capacidad de reacción para evitar una confrontación verbal. Estas dificultades nos distrajeron, optamos cada vez más en no llamar, privándonos de voces amigas necesarias que refuerzan vínculos, conexiones imprescindibles en una vida en sociedad.


La diferencia generacional siempre es manifiesta pero en el caso de la tecnología, es determinante, decisiva. Las personas mayores no conciben la vida con la obligación de comunicar cada paso dado. Crecieron sin la presencia del teléfono de línea en casa, siendo conscientes que las buenas o malas noticias tardaban en viajar pero llegaban. Los que rondan los cincuenta años preparaban sus salidas, planes o juntadas sin la necesidad de un grupo en redes, el boca a boca y la rutina de sus prácticas determinaban el horario de encuentro. Los que nacieron junto a la tecnología evitan las llamadas porque consumen demasiado tiempo y en ocasiones, ni son capaces de atender la llamada de un conocido, con la excusa que no sintieron el teléfono, por tenerlo en modo vibrador o el no tener cobertura al momento. Eso sí, no pasa de unos minutos que te contarán esto a través de un mensaje de texto, lo que demuestra otra cosa, la ansiedad que les genera la comunicación y sus vericuetos. Ahora se necesita tiempo para “prepararse” para el trato telefónico.


Estudios realizados durante la pandemia demostraban que los adultos que recibían una llamada telefónica -aunque fuera breve- conseguían reducir ansiedad, depresión o sensación de soledad. A inicios de este año otro experimento precisó en ocho minutos la duración previamente acordada de una llamada. Ese numero estimado venía a poner fin a esa discrepancia interna en la coordinación, ya que hay gente que necesita hablar sin límites y otros se agobian porque dilatan algo que ya no tiene interés, pero por respeto al otro no pueden finalizar o no encuentran el momento exacto para hacerlo. El recurso de la persona que toca el timbre, la comida en el fuego, el metro o autobús que se debe tomar suelen ser las mentiras piadosas utilizadas para poder poner fin a una conversación alargada. Para muchos, porque las opiniones serán diversas según quién las manifieste, se acabó la incomodidad de una conversación intempestiva y de la que se desconocía su duración. Para otros, es apenas una ventaja en un momento determinado, preocupando la tendencia de una desconexión que va en aumento.


Las llamadas parecen en desuso, al no saber cuanto puede durar genera miedo y ansiedad, a diferencia de un mensaje de audio, que puedes saber su duración de antemano. El chat es la otra herramienta preferida, lo que comenzó como medida de ahorro ha modificado el paradigma de la conversación fuera del mismo espacio físico. El hábito reforzó una idea de mensajes ilimitados alejados de la profundidad, sensación para la cual es mejor interactuar escuchando al mismo tiempo la voz del otro. El problema es que la mayoría ya consiente la falta de necesidad de establecer un diálogo. La supuesta facilidad del pragmatismo que permite realizar diversas tareas mientras se presta atención a un mensaje, instala una sensación de comodidad y simplicidad de escuchar o responder cuando resulta conveniente. El sonido de la notificación no genera la alteración que acompaña al ruido de la comunicación. El nivel de concentración que se tenía previo a recibir una notificación y a la interrupción se necesita entre cinco y ocho minutos. De ahí que resulte paradójico creer que la viaja llamada demanda mas tiempo o concentración.


El impulso inmediato de la notificación es un llamado desesperado al que prestar atención. Se debe aprovechar las ventajas tecnológicas para la comunicación pero contemplando la importancia por recuperar el “teléfono tonto” en nuestras vidas personales. Para eso sería indispensable procurar establecer la norma para administrar tiempos de conexión y desconexión que normalice la presencia en un hogar o en la relación con los más íntimos. La saturación comunicativa necesita de ese esfuerzo en la norma, no en evitar la llamada. Pensando en el constante desarrollo de las tecnologías no tengamos tiempo por resolver estos galimatías antes que se establezcan como normales las conversaciones holográficas u otros adelantos que no nos permita descubrir los beneficios de “hablar” por teléfono...

 



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