sábado, 31 de diciembre de 2022

Me das cada día más

 “Un buen padre vale por cien maestros”

Jean Jacques Rousseau


Aún pasados veinte años de viajes constantes, la tarjeta de embarque sigue siendo un momento duro. Genera desconfianza, rectifica tristezas -las de ida al reencuentro dan alegría y expectativas- y obliga a estar atentos a no haber cometido error alguno. Gracias a aerolíneas de bajo coste -tarifas y éticas- uno debe estar expectante a no equivocarse o darles motivos para cobros extras. En general no suele suceder la penalidad pero la advertencia prima. También la manera de ser de cada uno contribuye al aporte de tensión. Están los que llegan al aeropuerto sin la menor idea ni complejo por no tener los deberes realizados y están -como el que aquí relata- los que viven atentos a descubrir el fallo propio. Luego al comenzar el proceso de embarque sobreviene la tristeza de finalmente, irte.


Y si te vas recibiendo el abrazo más sorprendente y desgarrador de tu vida, la sorpresa y la demora en escribir lleva más tiempo. La magia de la virtualidad hace que ponga fecha para esta entada del blog en los últimos suspiros del año que se fue pero en realidad, me animo a encarar la hoja en blanco del office recién diez días comenzado el nuevo año. Y los sentimientos pueden estar más fríos luego de la zozobra emotiva pero no mas liberada mi mente. Sigue convulsa, sigue afligida. Mi cuerpo es un puño tenso, agarrotado. De tan entumecido, las palabras que provienen de un don -escaso pero don al fin- parecen ser escupidas sin coherencia pero esa previsibilidad que me empecina, trata de que siga un hilo conductor. Y el cordel se quiebra tras el abrazo, en silencio pero contundente en su expresión.


Dedicarte o entregarte a una persona a la que amas es un deber en desuso. Pero sucede que soy un nostálgico de la fidelidad y de lo que debe ser. Lo convencional tiene la desventaja de no sorprender. Para sorpresa está el accionar de un margen de personas que se desentiende de sus responsabilidades. La ventaja de lo convencional es que no hay mas sorpresa que lo que determine la vida. Y el asombro no dificultó la irrupción constante de mis emociones. Con más de medio siglo de vida, en mi haber persiste esa inocencia de confesar sorpresa o estupor aún mostrando mi cara plagada de lágrimas. No hay abrazo que consuele cuando uno llora con dolor. Esa frase “todo estará bien” acaricia aunque uno sepa en su dolor que eso no ha de suceder, nada puede estar bien cuando la agonía no tiene fecha. Pero para ser mas enrevesado, detesto que me anticipen la caducidad del amor a la persona, porque por suerte existe el amor para toda la vida a través del recuerdo y de la memoria.


Hay personas a las que les cuesta expresar lo que llevan dentro. Aún cuando están cercados por un mal biológico que cierra el ciclo de vida, no les resulta fácil decir ciertas cosas. De ahí que la obligación de la persona sensible sea la de guiar, cuidar, velar o asistir sin necesidad de reflexiones. No es importante el acuerdo hablado, lo imprescindible es el convenio tácito, suscripto por la fidelidad, nobleza y amor. Y por suerte, en esas firmas no intervienen los notarios. De poder, intentarían sacar su tajada hasta de emociones genuinas. A veces se debe dejar en paz y sin tarifas la relación entre personas aún con sus debilidades a cuestas. No existe tasa que determine lo mucho que vale tener a alguien en el mundo que nos quiera. Y que acuda y que te espere.


Trece años después de mi primer tarjeta de embarque surgió la necesidad de una bitácora donde hacer ruido a mi silencio. Diez años después de mi primer entrada al blog me produce desasosiego saber si he de dejar apartado este don o seguiré insistiendo. Un don no se abandona tan fácil. Resulta que con tanta confusión en mente, creo que este delirio que va saliendo sólo, hasta tiene algo de coherencia. Tantas veces he repasado que clase de deltreceenadelante ha ido evolucionando o estancándose a través de estos años. Es indudable que la escritura tiene momentos, los condicionantes de la vida no se pueden dejar de lado. Salvo que escribas fantasía, si te pones con la realidad -o lo que crees que es la realidad- tus reflexiones, puntos de vista o puntos gramaticales irán variando. Me he dado cuenta que una entrada puede haber sido escrita antes con otro punto de vista. Me intriga valorar si se trató de incoherencia o de adoptar otro punto de vista. Me obligo a la reflexión permanente, me abro a todo tipo de lecturas, por lo que no parece contradictorio variar de pensamiento. Lo que no cambia son esas características que nos hace especiales.


Tanto lo que nos molesta o agrada de otras personas suelen estar dentro de características propias que nos aúpan o nos condenan. Valorar a las personas con sus defectos o virtudes es una frase hecha. Algunos intentan no sucumbir a la incoherencia humana permanente. Tanto lo que nos molesta como nos agrada forma parte de la esencia humana. Y en tiempos convulsos e histéricos parece ser que los que nos agrada vale, y lo que nos molesta, es reciclable. En lo familiar también sucede, nos dejamos llevar por desavenencias tontas, nos arrastran los desencuentros. Desde mi punto de vista, la familia tiene cosas buenas y malas pero el dolor de la muerte o su cercanía nos debe obligar a dejar de lado la tozudez. Y no se logra. Pero en mi anteúltima tarjeta de embarque se encerraba un firme propósito, el de mantener mi fidelidad de relación con la base piramidal de mis afectos. Y viajé temblando, porque un wassap me invitó a apurar esa tarjeta, me advirtieron que viajaba a despedirme. Y lo hice llorando pero lo hice.


Ahora que está entrada tiene fecha del pasado año, resulta que tengo que encarar la siguiente tarjeta de embarque. Las predicciones son inviables no solo para las pitonisas sino también para los especialistas paliativos. Debo volver a temblar, debo pensar como hacer, debo tomar fuerzas para volver a despedirme de alguien al que no quiero perder y al que me resisto llamar moribundo. Debo hacerlo porque soy así y porque mi sentido de la obligación no me permite hacer, como tantos, la necesidad de decir fuera de tiempo lo que se debe decir cuando se puede y cuando el otro lo necesita. Así que en silencio debo buscar una tarifa aérea, imprimir una tarjeta de embarque, controlar que no haya exceso de equipaje y mentalizarme que voy a volver a llorar aunque aclarando que en mis relaciones parentales no tengo cuentas pendientes, resquemores o traumas. Siempre ha predominado la exquisitez de mis vínculos paternos aun en los momentos donde no coincidiera con ellos. Vuelvo, tengo miedo pero siempre vuelvo a casa. No se si puedo decir lo mismo de mi don en este año. Aunque quiera...

 



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