domingo, 4 de diciembre de 2022

Ecos de antes rebotando en la quietud

 “Del padecimiento del aburrimiento emana la creatividad humana y también resultan los peores monstruos. Su vivencia es patológica hasta el extremo de atribuirse a la enfermedad. Sin embargo, el aburrimiento no es más que un síntoma. Su misión es alertarnos de que la relación con el entorno está dañada”.

Josefa Ros Velasco, investigadora


Si alguien se aburre puede ser que se esté gestando el germen de la creatividad. El aburrimiento puede ser reactivo. Cuando no se encuentra imaginación o solución al hastío puede dar opción a respuestas menos sanas. Estamos ante un enorme dilema, aburrirse puede ser bueno o malo. Malo porque duele pero bueno porque conviene experimentar esas fases para fomentar la creatividad. Gracias a esas sensaciones nos movemos para modificar situaciones obsoletas o enquistadas, ayudándonos a crecer. El control permite no sufrir un aburrimiento crónico. La sociedad suele crear espacios donde la gente se refugie ante el abandono constante. La aplicación TikTok puede ser un generador cronificado al desgano.


Se transita una época donde el aburrimiento es inercia. Y a pesar del crecimiento del hastío necesitamos sacarle provecho a cualquier dinámica. De ahí comentamos en redes, preparamos videos o buscamos todo tipo de likes o me gusta con cualquier acontecimiento anodino que se nos presente. Tiktok comenzó con la típica reproducción del video breve pero un crecimiento de usuarios valorado en mil millones, permitió a la aplicación alcanzar la variada gama del bulo, montaje o manipulación y en el caso de las jóvenes generaciones, convertirla en el único buscador informativo, confirmando que la brecha digital ha dividido las rutinas con las que solíamos comunicarnos o documentarnos. TitTok es el motor de búsqueda donde se aspira a descubrir contenidos de formas nuevas regidas por algoritmos de recomendación donde en realidad, se quedan atrapados en consumo, filtros o estilismos. Ya no es utilizada para la búsqueda de bailes simpáticos.


Cualquier información nunca contrastada puede alcanzar en cuestión de minutos las doscientas mil visualizaciones, mínimo. Una floreciente línea de negocio se basa en la desinformación, donde la velocidad de la gestación novedosa se impone a la mirada reposada o critica. No hay tiempo para pensar, miles de desconocidos hacen fila para aspirar a perseguir la viralidad de un influencer donde TikTok será la aplicación de cabecera. Sus contenidos, adictivos o compulsivos en general, construyen gran parte de las nuevas identidades. Además es la aplicación social preferida por los menores de edad, con el dato curioso que los niños “no existen” para la app china, ya que rigen supuestas privacidades y políticas internas que prohíben a los menores de trece años el descargar la aplicación y dieciséis la edad para tener un perfil público. Pero esa invisibilidad es tan opaca como el control de protección que deben ejercer las personas mayores. La sensación de que la aplicación estimula la creatividad, inteligencia, diversión y positivismo, tan llena de posibilidades no ofrece ninguna resistencia.


Desde 2020 el promedio de ingresos a la aplicación fue de siete veces al día y la permanencia habitual, de cuarenta y tres minutos de observación de sucesivos videos cortos en un proceso de deslizamiento infinito denominado “scrolling”. Considerada la red social donde se mira todo lo que hacen otros usuarios, se comparan y desarrollan una forma de vida. El presente es obsoleto, la insatisfacción es el contexto donde la sociedad parece inmersa. La actualidad de esta red social apunta al posicionamiento de marcas y al fomento del consumo, más allá de lo lúdico y creativo. Las marcas aprovechan las tendencias para conectarse en las conversaciones de las comunidades a las que les interesa llegar. La espontaneidad de cualquier arribo tecnológico supone un cambio cultural que posiciona finalmente a las grandes marcas a través de un nuevo creador y muy por encima del usuario inicial. TikTok se confirmó como una herramienta poderosa en tendencias musicales, tutoriales diversos, modas, lugares de viaje, restaurantes, bares y demás establecimientos. El setenta por ciento de las tendencias más importantes en la web se inician a través de TikTok y para sus usuarios de esta star-up, la presencia de la marca se hacen llevaderas cuando forman parte de las tendencias de la plataforma.


La app ha tardado mucho menos que Facebook o Instagram en conquistar los mil millones de usuarios en todo el mundo; el setenta por ciento de ellos es menor de veinticuatro años. El riesgo del desarrollo de la inteligencia artificial no es más que lo tonta que puede llegar a ser y lo mucho que nos podemos engañar en cuanto a nuestra inteligencia. Algoritmos, palabras semi aleatorias, patrones estadísticos convierten cualquier indicación en probabilidades no de leer tu mente, sino de comprender tus datos personales. Parte del éxito del concepto inteligencia artificial está motivado en que su funcionamiento interno es inescrutable. El avance a pasos agigantados del desarrollo tecnológico durante este siglo ha ido de la mano de nuestro anhelo fantasioso o candidez. El sustento económico de estos desarrollos depende de la distracción o convencimiento en la grandeza de este tipo de inteligencia que no es más inteligente de lo que es.


Parte de esa candidez motiva los constantes movimientos migratorios dentro de la red por un supuesto interés en la búsqueda de propias “cámaras de eco” o “filtros burbujas” que permitan expresar sin cortapisas las ideas propias. Desde el advenimiento de este recorrido tecnológico se persigue tal libertad pero lo que prevalece son los intereses o restricciones de los que consideramos nuestros contrarios. La duda que nos carcome es la de determinar si nuestros conocimientos influyen menos que nuestras actitudes a la hora de decidir lo que compartimos o consumimos. La actitud democrática que pregonamos con una supuesta ampliación de miras tecnológico contradice severamente con la realidad de seguir teniendo una visión limitada. Al transmitir o querer orientar posiciones a otros usuarios o contactos, la democracia del acto en realidad parece esconder que nuestras visiones continúan siendo limitadas o cerradas en un sesgo. Tantas contradicciones en la era de compartir información son más que sugestivas, no nos abonamos a la diversidad de puntos de vista.


Hay personas muy dispuestas a acceder con sus actos o contenidos a la masificación o viralidad. Hay otras a quienes el bucle de retroalimentación algorítmica y recomendaciones facilitadas las ponen en el punto de mira contra su voluntad. El alcance del poder colectivo es evidente y donde apps como TikTok obligan a generar tiempos de permanencia en la red. “Si no estás en las redes o en TikTok no eres nadie” es una máxima que no permite discernir que el enorme porcentaje de residentes en la web no llegarán a ser nadie aunque dispongan de momentos de masividad o disfruten de una supuesta popularidad. Retomando el concepto del aburrimiento, esa emoción esencial en la evolución de la especie invita a razonar si estamos avanzando hacia conversaciones o conversiones interiores complejas o aceptamos con docilidad o candidez nuestro propio acicalamiento por seguir insistiendo en ser lo que no somos o no podemos ser. El aburrimiento también puede ser patológico, disfuncional o contaminante...

 




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