domingo, 11 de diciembre de 2022

Ya no tendremos que hablar y hablar

"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz”.

Leonard Cohen

La internacionalización de una lengua se genera en el preciso instante en que trasciende un idioma sus fronteras, adentrándose en otras fronteras. La consideración de una lengua como oficial no parece depender de razones lingüísticas sino políticas. Tenemos infinidad de ejemplos donde la lengua puede alcanzar un estatus de oficial aunque no tenga arraigo o tradición su uso. Sin entrar en condicionamientos políticos -que tanto daño hacen y no aclaran en demasía- la inquietud que predomina entre los hispanos hablantes es saber si referir como español o castellano. En todo caso, este idioma universal se impuso por diversos factores: conquistas, imposiciones, colonizaciones religiosas y económicas o migratorias.


Una lengua que la hablan quinientos ochenta millones de personas persiste en su duda sobre la validez de su nombre oficial. Pueden ser sinónimos de una cuestión meramente histórica, nuestro idioma ha trascendido las fronteras de Castilla. Estamos en presencia de una lengua que por implicaciones discriminatorias, a algunos les molestará que se denomine castellano y a otros, español. Enrevesada la diferencia, el conflicto alcanza hasta la denominación de una lengua, considerando que pueden ser sinónimos e igual de válidos. El habla parece natural, la identificación aún divide. La polémica parece generarse en un sentimiento compartido de rechazo por pertenecer a una antigua metrópoli, al centralismo o imperialismo. Durante décadas. España alternó los dos nombres pero ahora se enfrenta a un significado político, porque España sigue abriendo una grieta paradójica, donde hasta el nombre o definición del país es un concepto discutido y negado.


En América del Sur, cuatro países respaldan el uso de la palabra castellano para definir su lengua: Argentina, Bolivia, Venezuela y Paraguay. O al menos, prefieren decir lengua castellana. Clases de lengua, Lengua o Literatura o Castellano. Pero no lo llaman español. La lengua en sí es flexible, se transforma en forma permanente donde cada región o país sostiene sus modismos o maneras de expresarse. La vigencia de los castellanos hablantes y su singularidad parecen seguir enriqueciendo el idioma. La coherencia que no se logra en la uniformidad del lenguaje enriquece la lengua. La palabra castellano en realidad simboliza valores que son los mismos que si lo llamáramos español. Buscando una unidad principalmente lingüística, en 1830 se incorporó el concepto Panhispanismo como rama del hispanoamericanismo. A pesar de haber sido un concepto criticado como imperialista o economicista en círculos científicos, de ahí brota un nuevo concepto: hispanidad. Y la regla que intenta unificar tantas diferencias conceptuales se encierra en el Diccionario panhispánico de dudas, que forma un coro donde no exista un español o castellano superior al otro. Con tantas variantes se preserva la unidad de una lengua o del sentimiento de una lengua que se caracteriza por dejar sentado en casi todos, la necesidad de una independencia cultural.


Enrevesado todo, la duda de esta entrada venía generada por cual sería el castellano o español ideal para una comunicación universal. En un afán de depurar el lenguaje neutro se pone el énfasis en buscar la terminología que pueda ser entendida por cualquier lector de habla hispana. Los grandes novelistas hispanoamericanos escribían de la misma forma que se comunicaban en su patria chica: Cortázar, Fuentes, Onetti, Roa Bastos, Vargas Llosa, García Márquez, Borges, Donoso, Rulfo o Bioy Casares. “Hablar con tu propia voz” parece ser el lema. Y en la convivencia entre naciones, más allá de las características de palabras o dichos puntuales que invitan a la confusión, parece ser que es posible no solo la convivencia sino el entendimiento. Los puristas intentan acercar el lenguaje más neutro que se adapte a todos, pero el intento de uniformidad u homogeneización no siempre logran iluminar los diversos caminos por donde transita nuestra lengua. La naturalidad de la aceptación, cuando se quiere aceptar, sí.


Tanta jerga utilizada invita a mas de uno a preguntarse cual es el mejor castellano o español que se utilice y en que país sucede. En España no abundan los Cervantes ni son suficientes los catedráticos del RAE que puedan enfrentar la escasez de un lenguaje técnico que pierde la capacidad de reflexión y argumentación lingüística. En Argentina y Uruguay, se mezcla el idioma con la jerga, lunfardo o argot, desnaturalizando un sinfín de contenidos. La propia Universidad de Chile elaboró un estudio donde determinaron que en su país se hablaba el peor de los castellanos. En Colombia, para muchos, se habla el mejor castellano. Y Perú, acuña el castizo más depurado de la zona, seguramente como capital del imperio español en Sudamérica. En los veintidós países existen modismos, acentos, neologismos, pronunciaciones y vocabularios disimiles. A todo esto debemos sumar la triste tendencia a aplicar el uso del anglicismo y a vanagloriarse de utilizar los malos usos del lenguaje, a no leer texto debidamente corregidos, a no aprovechar los tesoros tecnológicos que permiten una correcta documentación, debilitando el potencial de la riqueza de nuestra lengua. A estas deficiencias debemos sumarle otra, tan grave como las otras: el nacionalismo, porque se confunde identidad cerrada con una función cerebral ya que el lenguaje solo debe ser propiedad de la mente.


Un idioma es una entidad que se mueve, que se transforma. Vivimos con un castellano o español que se subleva en forma permanente, procurando en su crecimiento, encontrar las siete diferencias mas que las coincidencias. Si nos recostamos en la política de turno, somo habitantes odiosos de una lengua que diferencia más que acerca. Cada hablante parece albergar a un usuario desobediente de las particularidades de la lengua, buscando la persistente falsificación de una regla. Enriquecíamos el lenguaje a través del desacato y descontento. Nadie quiere pertenecer en su totalidad a la uniformidad de un concepto de lengua hispana. Todos los hispanos hablantes continúan en la lucha contra su propia identidad, pero se detienen a reflejar la anomalía del otro. Mi lengua es mía, es la única uniformidad que se consigue entre los diversos hablantes del idioma. No olvidemos que los diccionarios también albergan el contrasentido de ilustrarnos al tiempo que siempre van detrás del uso. Para terminar con los contrastes de la naturaleza de los hablantes hispanos, no podemos no entender que, lamentablemente la uniformidad nunca fue nuestro camino y que el enriquecimiento de esta hermosa lengua está incentivada por los intersticios de diversidad -los valores de unos no son los valores de todos- que permiten poder seguir diciendo lo que aún no ha sido dicho...

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario