martes, 20 de diciembre de 2022

Cuando arrojes al mar las semillas de la pasión

 “Por qué la vida es tan trágica… Como un fragmento de vereda sobre un abismo… ¿Cómo podré caminar hasta el fin?

Virginia Woolf


Los lectores y escritores utilizan la literatura como fuente de conocimiento e información que permite acceder a testimonios imposibles de asimilar sin imaginación y contenido. Leer o escribir sigue siendo un arte difícil donde la ficción permite recurrir las emociones con experiencias reales. “Las palabras son pistolas cargadas” enunciaba Jean Paul Sartre y “el sujeto es un efecto del lenguaje” complementa Jacques Lacan. Lo que se trasluce en un página o en el cursor del un ordenador, contiene aunque uno no lo sepa, elementos autobiográficos. A veces el tratamiento no es lo cuidadoso que debe ser, la templanza o la aceleración del tipeo pueden jugar malas pasadas. La salud mental ha dado enorme protagonismo a las letras, y entre ellas, se construyó parte del humanismo de Virginia Woolf.


Su voz -su escritura- se movía entrando y saliendo de su mente y de la mente y los sentimientos de la gente, de sus lectores. Y sus escritos mágicamente a pesar de tener plenas referencias del “yo” nunca en su ficción estuvo reflejada en una primera persona. Tenía gran coraje autodidacta para escribir sobre sus debilidades y en reconocer un temor paralizante porque no consideraran su trabajo. Así todo, el estilo literario de la escritora británica percibió una constante experimentación donde volcó todo su intelecto en perfilar un estilo propio que realzó una identidad de nostalgia, sensibilidad y sufrimiento. Su intención fue el intentar permanentemente proporcionar un retrato de la conciencia humana a través de lo experimentado con la suya propia. El sentido de la vida domina y a través de la más sofisticada verbalidad intenta explicar que nos sucede mientras vivimos.


La soledad, el miedo, dolor, angustia, temor a la muerte, sensación de aislamiento, la influencia negativa de un entorno familiar, las pérdidas, todas experiencias que todo el mundo experimenta pero pocos pueden volcar al extremo, con contundencia y claridad de prosa y poética. De tantos atributos mencionables una razón por la que sigue con nosotros y sostiene su vigencia a pesar de su suicidio en 1941 es la imagen de la vida más allá de su muerte, es la batalla despareja con la enfermedad, con la enfermedad mental. Una de las escritoras más importantes del siglo XX supo plasmar un minucioso ejercicio excavatorio de su propia conciencia, espiritualidad e inteligencia que pesó sobre su creación artística, porque todo momento de trauma siempre permiten una voluntad de reconstrucción. Los traumas generan excelente literatura ya que el máximo abatimiento personal es el más cercano a una autentica visión.


Creció en una familia que hoy denominan disfuncional donde ella y sus hermanas fueron maltratadas en muchos sentidos. Virginia Woolf fue una abonada a la pérdida desde pequeña. La muerte pesó mucho en ella arrastrándolas a crisis psicológicas. “La muerte era desafío. La muerte era un intento de comunicar y la gente sentía la imposibilidad de alcanzar el centro que místicamente se les hurtaba, la intimidad separaba, el entusiasmo se desvanecía, una estaba sola. Era como un abrazo, la muerte”, podemos leer en Mrs. Dalloway, el libro donde más sondea el comportamiento del ser humano y su complejo mundo interior, reflejado en una obra que abarca apenas doce horas de exploración en la personalidad de su protagonista, Clarissa Dalloway. Personalidad autobiográfica que tantas veces apuntó a una nueva depresión. Tantos episodios dolorosos de inestabilidad mental le llevaron finalmente al suicidio. Esa muerte que le acorraló desde pequeña fue la que le permitió liberar -en parte- su escritura, tal vez sin el dolor de tantas perdidas familiares no hubiera existido su obra.


La salud mental, hoy en día, es parte de lo cotidiano. Si bien mueve a confusión y a situaciones despectivas, hoy se toma conciencia del papel del arte donde el mundo oscuro puede salir de la oscuridad, donde lo más íntimo tiene posibilidad de ser verbalizado. “Para el dolor se carece de palabras” o “Tampoco las palabras que creamos como ultima defensa ante la conciencia de nuestra propia muerte sirven”, frases de la propia Woolf que intentaba desmontar la trampa que genera el lenguaje, ya que se suele sucumbir a las manipulaciones de los hechos cuando necesitamos contar sobre lo que nos atormenta. No es fácil poder contar. Por eso en las novelas de Woolf el dolor de las muertes que se sucedan radican sobre todo en las palabras que fallan y exponen la brutalidad de los sucesos. Ese sin palabras que es la vida misma, Virginia Woolf logró transmitir un clima cercano, aunque ella fuera la pionera del descontento ante la ausencia inacomodable del lenguaje.


A pesar de sus páginas esclarecedoras sobre la condición del sufrimiento humano tenía miedo a ser vulnerable. “Es la Muerte, la muerte es el enemigo. Y al encuentro de la Muerte cabalgo blandiendo la espada, con mi cabello al viento como el de un joven, como el de Percival cuando galopaba en la India. Hincando las espuelas en mi caballo. Me precipito a tu encuentro, invencible e inquebrantable, Oh, Muerte. Las olas rompían en la orilla”, las palabras con las que termina Las olas. La ola que comienza siempre de nuevo, como la continuidad de la vida o el eterno aburrimiento del tiempo, con esas olas que vienen una y otra y otra vez. Ese simbolismo lo comprendió Virginia Woolf, ante cada caída o intento suicida, siempre vio en la ola y en la otra ola, la posibilidad de levantarse y entre el vaivén de cada una de ellas, recuperarse. Los cambios de humor, los estados depresivos y las enfermedades asociadas influyeron en su carácter, vida social pero no en su productividad literaria, ocho novelas y mas de una treintena de libros de diversos géneros inmortalizaron ese desconcertante no ser que nos deja tanto vacíos como a su vez, nos subyace… 

 



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