viernes, 25 de noviembre de 2022

Y aún los escuchamos cantar

 “La música es poderosa; según la gente la escucha, es afectada por ella”.

Ray Charles


El pasado está de moda y la tecnología lo sabe. A más adelantos técnicos e inmediatez, mayor consumo de productos nostálgicos. En un mundo virtualizado el contacto con el placer parece efímero e inconstante. Algunos optan por una mirada retrospectiva al comprender que el pasado es algo intrínseco en las personas. Vivir en un mundo incierto y tan cambiante invita a productos o situaciones retro que apelen al bagaje emocional de generaciones anteriores. Un contrasentido de la modernidad insinúa que los objetos antiguos son auténticos y alejan de la vulgaridad de una sociedad cada vez más uniforme. La música, desde la irrupción del Covid, ha propiciado un acercamiento gradual a canciones o melodías de catálogo, bastante por encima de la moderna o actual.


Las cosas han cambiado, en este siglo son exponenciales los adelantos. Si nos retrotraemos apenas cuarenta años atrás, la música, por ejemplo, se encapsulaba en dos medios: el disco de vinilo y el casete. A finales de esos años ochenta, el CD irrumpía con fuerza con la consigna que este sería el método que mejor fidelizara el sonido. El mítico walkman perdía fuelle en manos del disc man. Y al terminar el siglo, mas de quince elementos podían almacenar la música, y el disco vinilo o LP apenas consignaba al tres por ciento de ese nicho. Los clásicos apenas encontraban refugio en radios retro, bares, taxis, pequeñas tiendas especializadas o en distintos almacenes reemplazante del mega estadio para generar conciertos. Conceptos como plataformas de streaming o de transmisión no congeniaban con lo clásico, salvo si se trataba de remixes, revival o reediciones. La música solo se reconocía en formato digital.


Para colmo de males, un concepto acunado en 1917 tomó enorme dimensión con el auge de los centros comerciales, aeropuertos o “no lugares” del nuevo siglo: música de mobiliario, donde se oficializó el uso de un hilo musical a través de una música repetitiva, que terminó por modificar el concepto creativo, donde el arte fue sustituido por la industria y la experiencia estética se ha reducido al consumo. El hacer música en ocasiones equivale a no tener en cuenta a la propia música, se privilegia un concepto industrial por sobre el artesano, bucles de software, voces autoajustadas o letras vulgarizadas donde el artista dejo de ser la persona para trasladar el arte al ensamblado. Si bien todo el tiempo tenemos música nueva, existe una tendencia que permite suponer que los grandes éxitos de estos tiempos mueren en poco tiempo, sin dejar un reflejo cultural -por suerte- de las nuevas canciones malas. A pesar de la fuerza de la “no música” sin rasgo artístico se permite uno ilusionar con la recuperación de la música antigua, que privilegiaban mejores melodías o letras donde la poesía y filosofía permitían un concepto de posible o aproximada maestría.


La música de décadas pasadas está en ascenso. Los ochenta, noventa y hasta dos mil asoman como las grandes favoritas. Aplicaciones como Tiktok viralizan en sus retos, bromas o desafíos el uso de canciones que habían sido olvidadas. Las series ejercen la misma influencia, es habitual encontrar en los cierres de capítulos una cortina musical de las décadas mencionadas. También las películas se aferran a esta tendencia, es habitual la presencia retro de los temas bailables o el recupero de armonías tradicionales. Las clases de zunga o fitness y los gimnasios utilizan las viejas canciones para motivar la reacción y pasar a la acción de sus seguidores. Parte poblacional de los jóvenes contribuyen con la épica retro al recuperar los productos de sus predecesores. Poco a poco, la indiferencia juvenil por la música de los mayores de cuarenta años, se ve sorprendida por un acercamiento o encuentro intergeneracional.


Una de las sorpresas registradas tras este cambio de gustos se apoya en que para los jóvenes es posible encontrar significados trascendentales, pausados o reflexivos en un mundo que cambia y no se reconoce a causa de los avatares económicos adversos o de estilos de vidas condicionados por la inmediatez o celeridad. La añoranza de tiempos pasados nos iguala con algún segmento joven, ya que los sustratos elementales de la emoción y protección parecen recalar -aún hoy- en el contacto humano. Es lógico esta tendencia ya que es norma voluntaria o no que el ser humano requiera referencias para construir o reconstruir identidades. La industria, atenta a estos cambios, revaloriza estos objetos como si fueran de culto, propiciando demandas crecientes. Por otro lado, las fallas localizadas en las calidades de los CD o mp3 o mp4, reproductores u otras aplicaciones digitales llevaron a reconsiderar que la mejor calidad la albergaban los discos de vinilo y el tocadiscos o giradiscos el instrumento a recuperar. La lectura del vinilo a través de sus surcos o relieves conservan con nitidez la calidad de la música y el cuidado de los detalles.



Hay excepciones pero al animal de costumbre que nos habita, se nos aplaca con el paso del tiempo, la exploración del panorama musical. Neuronalmente, mantiene el cerebro activo los nuevos descubrimientos pero la nostalgia neuronal nos hace sentir bien a través de recuerdos positivos de una cultura que parece haber perdido, repentinamente, su lejanía. Del presente se escapa con más facilidad retornando al pasado. La emoción predominante parece ser la nostalgia y las nuevas generaciones se aferran más al pasado que al futuro. Los clásicos, entonces, recuerdan que pueden permanecer en la batalla cultural dando la nota...

 



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