domingo, 20 de noviembre de 2022

La memoria despierta para herir

Usamos la memoria para definir nuestras identidades individuales y colectivas y la reivindicamos como un derecho cultural y político. ¿Por qué la memoria ha llegado a dominar la discusión de la relación entre el presente y el pasado, al punto de casi reemplazar los discursos de la historia?”

Marianne Hirsch


La perspectiva del tiempo permitía alentar comunidades de recuerdos. Eso hasta hace poco, ya que pasamos a depender de la era de memoria, donde los hechos traumáticos vividos en los tiempos históricos han excedido los límites de cualquier archivo y cuestionado la idoneidad de los historiadores. “Cuando no recordamos lo que nos pasa nos puede suceder la misma cosa” comienza la canción de Lito Nebbia “Quién quiera oír que oiga”. La memoria individual cede paso a la memoria colectiva, se adueña de la génesis y la transforma, casi para hacer innecesarios a los protagonistas. No son relevantes, los recuerdos de esas minorías sociales sucumbieron ante las versiones hegemónicas -como le encanta esta palabra a los testaferros de la mentira- del pasado.


Casi todas las sociedades acumulan sus muertos en los armarios. No es necesario poner ejemplos ni herir susceptibilidades. Es difícil evitar los errores de otros, de otras épocas. La memoria muchas veces es una batalla colectiva perdida cuando una persona o un grupo minúsculo decida adueñarse de los sucesos y darle una mística fabuladora. Vivimos manipulados por recuerdos de generaciones que nos precedieron que hoy se viven como propios, alterando gravemente la cronología, manoseando la historia y tergiversando la comunicación y transmisión entre quienes sufrieron del pasado y quienes pretenden comprenderlo o justificarlo desde el presente. Este análisis excluye a las victimas que quedan varados en el camino atemporal de sus desgracias. Estas líneas se dirigen hacia esa memoria que evita el recuerdo al instalar épocas que no fueron justas, maravillosas ni épicas.


Como nadie se considera fascista, tampoco se sienten victimarios. De ahí que resulte tan difícil revisar quienes fueron las verdaderas victimas. Cuesta ponerse en su lugar porque el ser humano conserva una piel que mimetiza sus peores actos. Distintas versiones para un mismo tiempo acompañan lo sucedido. Lo único que se puede optar es saber si esa alteración es producto del dolor, del auto engaño o del embuste. Prima lo último en estos tiempos, estamos rodeados de pasados sucios y poco compromiso en el presente. De ahí la abundancia de pésimos discursos, debates pobres y maquiavélicamente enfocados. De esos pasados sucios nadie sale limpio. Lo triste es cuando en la manipulación se daña las emociones de gente que se portó siempre de manera limpia. Tanta presencia antigua en el presente obliga a discutir la validez de los modos vigentes de interpretación y traslado de un pasado reciente.


Otro problema surge del hartazgo de la manipulación de unos y otros. Hemos dejado de creer que exista finalmente una verdad. Las heridas del pasado parece que estarán presentes de por vida, arrastrando a varias generaciones. Aunque mal nos pese, el dolor se hereda, la congoja ya es un drama colectivo al dudar todo el tiempo del honesto reconocimiento de lo que puede haber sucedido. Una convivencia completa amerita enfrentarse a la realidad de lo que hicieron. El daño debe ser reconocido, no se puede glorificar a los que generaron el daño a través de recuerdos inventados o rebozado de auto ficción. ¿Podemos recordar las memorias de otras personas? Sí, visceralmente a través de los recuerdos que nos traspasan. La memoria es un fenómeno social en el que las sociedades y sus personas están en constante diálogo con un discurso que incluye imágenes, grabaciones, registros escritos, cine, novelas o ensayos. A ellos le sumamos la cultura popular. De ahí que nuestro crecimiento y nuestra formación tantas veces esté marcada y condicionada por narrativa que precede a nuestro nacimiento.


La memoria puede ser una mentira piadosa cuando esos recuerdos inexactos se actualizan en base a la experiencia, pero impía cuando se adapta a los intereses de un mentiroso. “El tiempo también pinta”, decía Goya, porque simplifica o desgasta, también reescribe. Mentir es una característica saliente de nuestra especie. La narrativa retrospectiva suele ser “infalible” sin reparar en que se retuerza la realidad a su gusto, del que sufre, al de que les paga o al de que simplemente, se lucra. El discurso, recurso, dialéctica o narrativa no tiene la necesidad sincera de ser noble. Para José Saramago “mentir se ha convertido en una costumbre, incluso una forma de cultura”.


Nuestra educación es cada vez mas tolerante con el engaño. Partiendo de la base que tergiversamos nuestra propia historia, retocándola para adaptarse a sociedades cada vez más rebosante de estereotipos. Están triunfando aquellos que roban los hechos para sustituirlos con dogmas o palabras. El problema radica en que antes, otros han mentido sobre la misma cuestión o causa. Somos espectadores del engaño continuo y no tenemos tiempo, ni formación, para descubrir por nuestros propios medios, quien está confundido y quien se aprovecha. En la política, sindicatos o militancia el nivel de suposición es grande. Así todo, apoyados por sesgados movimientos sociales, narrativas de derechos humanos, relatos políticos revolucionarios y la propia narrativa familiar, instalan a diario una mentira o media verdad que por incapacidad, matizan a diario aquellos hechos por impericia para recordar lo maquinado. La mentira no se sostiene en el tiempo, pero el poder sostiene la mentira hasta que caiga.


La memoria a partir de las segundas generaciones estará dominada por una posmemoria o doble memoria. Las heridas sociales estarán presentes de por vida, se haga lo que se haga. El dolor e indignación se hereda por generaciones, sus efectos perduran mas allá de los muertos y de los vivos, haciendo difícil re constituir el tejido social dañado. Los que habitan en el medio, conviven con unos y otros con la capacidad de sorpresa alterada, ambas partes son y se sienten víctimas. Unos quieren vivir como hasta entonces -los victimarios- y los otros quieren instalar su verdad en la sociedad para que el dolor sufrido sea recuerdo permanente, a costa de sucumbir a esas especies de sectas en las que tantas veces se convierten los manipuladores de los perjudicados. Estos, por último, seguirán sufriendo en silencio, sin descansar porque toda la vida estarán expuestos a la manipulación cuando el enfrentamiento sea necesario. Y en la desidia que nos envuelve esas luchas sociales obliga tantas veces a la desmemoria definitiva, donde la mayoría calla para vivir en normalidad, otros callan porque su historia de dolor familiar ya está contada y solo se los necesita en fotos determinadas y un segmento dividido grita más fuerte para acallar al otro extemporáneo, donde ambas intolerancias perjuran que todo se trata de memoria, justicia, patria o reivindicación...

 




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