domingo, 13 de noviembre de 2022

Lo que seduce nunca suele estar donde se piensa

El objetivo del trabajo literario -de la literatura como trabajo- es hacer que el lector no sea más un consumidor, sino el productor del texto”.

Roland Barthes


Los lectores han ido evolucionando con el tiempo. La ingenuidad distractiva decimonónica con la que uno se acercaba a la lectura parece haber cambiado, obligando a los autores a modificar y agudizar las estructuras con las que trazar las historias. Para ello, una concepción nueva de escritores dieron forma a otra manera de diseñar la literatura. Podemos destacar un sinfín de generaciones doradas desde que a comienzos del siglo pasado se modificara el arte narrativo. América Latina trascendió a través del denominado “boom latinoamericano” donde una lista de narradores aunados por un mismo estilo definido “realismo mágico” dieron forma a una fecundidad tanto original como ambiciosa. De la frondosa lista de escritores enumerados, algunos críticos o historiadores no se ponen de acuerdo en incluir al uruguayo Juan Carlos Onetti. La duda puede estar centrada porque es un escritor un poco anterior al reconocimiento del fenómeno global. La realidad es que Onetti fue la puerta esencial para poder trascender este fenómeno.


Al boom editorial lo podemos situar entre los años mil novecientos sesenta y setenta del siglo pasado. Onetti escapa de los elementos universales del relato que exageró estereotipos latinos para conquistar el mercado anglosajón. Por dos motivos, uno que no era posible definir el formato de lo narrado por el escritor uruguayo comparado con los cánones y normas comerciales del boom; y por lo demás, Onetti es anterior a la consagración del fenómeno. Desde mil novecientos cuarenta la obra de Onetti trascendió con la novela breve y su atrayente singularidad de no ser portador de literatura fácil ni escribir historias redondas. Sus piezas parecen ser rompecabezas siempre a completar. No era un arquitecto sino un orfebre. Le han colgado un cartel difícil de transitar, la de “escritor para escritores”, porque dista de ser autor para iniciados. Si bien todas sus piezas literarias -cuentos o novelas breves- conviven con su inconfundible carácter y estilo, no hay dos piezas que en su elaboración se parezcan.


Tal vez se trate de un escritor con caducidad, parece detentar una vejez que solo los sibaritas o sus fieles seguidores intentan descubrir, mantener e irrigar una necesidad de que se siga conociendo a este autor de patria oscura, de desgaste agobiante y de voces de fracaso o perdición. Todo conduce a la catástrofe, incluido aquella previsibilidad de esperanza que anuncia derrotas. Compasión, culpa, nostalgia, fracaso, resignación y abandono dan rostro a sus personajes y poblados, tan ceñidos a una imaginación tan realista que parecen ser los sentimientos que tarde o temprano reconocemos en cada uno de nosotros. Se aprende de las ondulaciones del alma humana, Onetti disecciona como nadie la condición humana. El problema es que hasta que uno se considera “onettiano” tiene que transitar varias lecturas de una misma lectura.


Las palabras suelen ser el camino mas fiable para alcanzar la oscuridad de lo irremediable. Un narrador como Onetti pone a pruebas a sus lectores al punto que se ha dejado definir como “alegoría al fracaso de Latinoamérica” aprendiendo que el desgarro tiene poesía al contar todo lo que es doloroso de forma tan arrebatadora que casi es imposible de contar. Como miembro iniciático del boom, parece hoy ser el más moderno. Su actualidad y vigencia en el perfil de sus personajes asumen que de manera involuntaria es el autor más actual de todos aquellos mitos que desarrollaron con realismo mágico la literatura mas trascendente de la América hispana. Le escapaba al éxito y a la fama tanto como a los políticos y la política. Escogió para escribir el camino más difícil pero el mas valorado: escribir no sirviendo a la realidad sino sirviéndose de ella.


El pesimismo perseverante de Onetti ha creado -paradójicamente- un mundo coherente que puede acercar a lectores de cualquier lugar, época, cultura y edad. No transita mundos artificiales, por más que los lectores no hayan tenido que circular por esas historias en forma personal, se reconoce la autenticidad de las temáticas predominantes de falta de color. La ciudad imaginaria de Santa María -a caballo entre Buenos Aires y Montevideo- no moviliza a la nostalgia como lo permite Macondo, pero no deja de conservar un tufillo a ciudad de vida auténtica, con sus desgracias a flor de piel, decadencia y ruina. Onetti fue anterior al boom pero simboliza al movimiento porque expresa obsesiones y visiones muy personales y que los grandes escritores beneficiados por el boom eligieron decorar o maquillar con realismo mágico. Onetti eligió pasar por la historia del boom por la puerta de atrás. Pero antes, abrió la principal para que lo continúen y mejoren, si es que lo han conseguido en el tiempo...

 



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