domingo, 30 de octubre de 2022

Palabras fáciles de olvidar

 “Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra”.

James Russell Lowell


La palabra cultura está ligado a cultivo y comunidad. Es un resultado definido tanto por su función como por su contenido -conocimientos, costumbres, artes, modos de vida, ciencias-. Para Cicerón, “la cultura es el alimento del alma”, lo que escojamos ocupará nuestra mente, nos dará un matiz y determinará parte de nuestra esencia, carácter y personalidad. Alimentará un engranaje de ida y vuelta que para algunos transformará el mundo y para la mayoría, les permitirá representarlo de diversos modos. Diferentes culturas integraban una cultura homogénea, ahora tiene forma de mosaico. La opción siempre parece ser la conversación entre culturas para seguir alimentando la cultura propia. Siendo tan esencial y básica para nuestra vida se debería tratar de asegurar de forma eficiente.


El derecho a la cultura exige protección. En un mundo regido por principios económicos, la cultura no escapa a una efectividad presupuestaria. Al olvidarse que es un derecho que permite una libertad fundamental, se incurre en el error de buscar su rentabilidad económica. A pesar de lo que uno supone, la cultura posee un engranaje robusto presupuestario y genera puestos de trabajo. Tan solo en Europa, constituye el tercer sector con más empleo directo y el sector contribuye a un desarrollo económico cada vez más importante. Al observar que todo prisma debe pasar por el tamiz de la efectividad y la obtención de rentabilidad, la pregunta esencial es en que se canaliza el enorme presupuesto destinado al sector en general. La cultura parece obligada a justificar su existencia en base a parámetros económicos y no tanto en la eterna necesidad de ponderar un dominio de la lengua, pensamientos éticos o recursos cívicos y morales que permitan desarrollarnos de manera libre y lúcida para hacer frente a las diversas manipulaciones y tergiversaciones existentes. Ponderar por ratios rentables y efectivos la acción cultural permitirá mejorar presupuestos, pero no significará efectividad o beneficio en lo cultural, solo basta prestar atención a la escasa contracción a un vocabulario e ideario que manejan las sociedades.


Vivimos tiempos donde el instinto es el motor que reemplazó al pensamiento. No podemos interpretar el mundo con sus realidades y creemos que nos movilizará un instinto casi animal para controlar la situación. Más que instinto, debemos lamentar que se mueven por impulsos. Cuestionamos la utilidad de acceder a la cultura, afectando los valores y el comportamiento social. La tendencia a la alza de un aculturamiento colectivo y generacional, adoptando nuevas formas de comprensión social y de las relaciones personales. La visión global es efímera, un cambio distrae y olvida cambios anteriores, la superficialidad deviene de una necesidad de renovación permanente. La banalización se apoderó del proyecto cultural, permitiendo que triunfen los productos light, fáciles o vendibles. Parte del contenido formativo estará sustituido por una idea de informalidad e impostura regido por el concepto de la facilidad.


La palabra ha perdido su uso y su significado. Pluralidad es un concepto a desarrollar y en el aspecto cultural, parece que no se trata tanto de contar sino de que la narración pueda representar la real disposición en nuestra sociedad de lo diverso. La comercialización de lo variado ha confundido la naturaleza de una motivación por el fruto o rentabilidad, al dirigirse todo el tiempo a públicos específicos. El individuo contrapone lo representativo a una competición por visualizar, tanta variedad pierde el concepto identitario e inunda la acción no permitiendo transformar al mundo sino a representarlo de diversos modos. Lo políticamente correcto parece ser el nuevo negocio cultural donde la distracción de una nueva y necesaria reivindicación habita en un bucle de enconado enfrentamiento entre la variedad mediática y el matiz de la representación. No se trata de no visualizar los variados problemas estructurales y culturales que nos habitan, solo mencionar la necesaria búsqueda del término medio que solucione o encare la diferencias y no que solo se busque el rédito económico disfrazado de inclusión, pertenencia y diversidad que termina pareciéndose a una estéril teoría de la conspiración.


La palabra cultura tiene un sentido amplio pero hoy parece remitir a solo productos culturales. Enfrascados en discusiones improductivas si esta sociedad es la mejor preparada o formadas de todas, si hoy se lee mas que antes -aunque la realidad es que se lee contenidos efímeros como wasap o textos fake o de dudosa responsabilidad en redes sociales-, si es mas justa esta época que otras recientes, si es bueno visibilizar las diferencias comparados con las sociedades pacatas, hipócritas o injustas de poco tiempo atrás, si la corrupción inherente del hombre al menos ahora no tiene el componente violento y sanguinario del siglo pasado. No se trata de querer restar, a las personas que ya tienen un recorrido le cuesta adaptarse a un mundo breve, a escaso razonamiento, a queja del estilo cotilleo más que de razonamiento denso filosófico. La palabra cultura acepta nuevos significados, pero muchas veces recuerda a un lavado de rostro y mucho más, de cabeza. Mensajes permanentes sobre desigualdad, arbitrariedad, reparto, libre mercado, diversidad, reparación, corrección política o justicia social no terminan con los problemas. La falta de profundidad en el razonamiento o pensamiento y el alejarse de la cultura como si fuera el origen de la hipocresía humana tampoco mejora las cosas.


Los enfrentamientos parecen tan enconados que no derivan en nada. La solución inmediata parece ser la individual porque como colectivo solo podemos precisar la impotencia e inoperancia. El cultivo interior del ser ahora pasa por hacer parapente, tatuarse símbolos o códices, ir de viaje a lugares exóticos o retocar nuestras fotos anodinas con filtros para que, en redes, luzcan como envidiables. El enriquecimiento de la vida interior queda relegado a ficciones y a los simbolismos hacia el exterior, a cuidar una imagen. Optamos por aceptar que no se puede cambiar el mundo a querer, al menos, representar uno digno nuestro. Para esa fabulación no hace falta mucho contenido, solo fomentar productos culturales simplificados que alimenten el consumo, quizás la fuente mas motivadora que nos permita no realizar grandes esfuerzos, solo desembolso económico. La creación de un pensamiento crítico, el placer intelectual y estético de una formación racional, la belleza de las emociones parecen ser herramientas estériles ya que no se necesita alimentar el espíritu humano, tolerar sus contrasentidos o avanzar retrocediendo ante las vicisitudes. Por suerte gozamos de escasa comprensión lectora. De alimentarnos con el viejo concepto de cultura, tal vez estaríamos peor posicionados en este mundo global, inclusivo e intolerante que ya no acepta la belleza de hacer algo por el simple hecho de hacerlo o intentarlo...




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario