martes, 18 de octubre de 2022

Cuidaremos la flor en este planeta de arena

 “Libro, cuando te cierro, abro la vida”

Pablo Neruda.


El leer, escribir y pensar deberían ser tomados como acciones en continua construcción. Leemos y escribimos lo que somos, pero al pensar equilibrada e imparcialmente tratamos de ser algo mas, comunicando de manera coherente para seguir aprendiendo y avanzando. Somos el resultado de tantas ecuaciones supra ideológicas, motivado entre tantos, por la ideología o lo mediático. Eso genera una constante dicotomía entre las palabras y el mundo que vivimos -o viven otros y nosotros seguimos o adoptamos como propio-. Ahí es donde entra en juego la perspectiva, que además de ser un punto de vista, es la voz que nos denota. Es el razonamiento que nos da sentido o significado. Cuando nos obsesiona el pensamiento nos convertimos en una grotesca centralidad de nuestro escaso o amplio mundo, y fallamos. No comunicamos, repetimos ideas -absurdas, obsoletas o innecesarias- obligando a los demás a leer o escuchar nuestras vergüenzas. Es un mal que predomina, sociológicamente representado por una centrismo social sin vuelo, ramplón.


Es difícil establecer la frontera entre saber y percibir. Mas cuando el flujo de nuestras obsesiones están tele dirigidas por los sentimientos más que por el intelecto. Los sentidos necesitan un filtro que medie entre el saber y la memoria. Pero si la memoria es selectiva y nuestro saber es mucho más limitado de lo que reconocemos, es ahí donde no podemos corregir una percepción equivocada y fanática o fantástica de la realidad. Creemos que somos pensamiento pero somos especulación, negación, chantaje, obtusa manipulación, rencor y con escasísima capacidad para reconocer que ser necio no tiene relación con la inteligencia. De esas voces es claro que fallan en la lectura de la contemporaneidad pero se empecinan, además, en fracasar el encarar una revisión histórica. Y en ese fallo, los discursos se repiten de manera compartida, funcional e intolerante. Esa imposición, además de ser errónea, obliga a subestimar al mensajero que se cree inteligente, revolucionario o estadista. No es nada de eso, es una persona sin perspectiva.


El olvido se apodera de esas mentes aunque ellos se consideren evocadores o cronistas de época. Mudamos conceptos como aprender al de aprehender. Pasamos de un proceso de empoderamiento a una imposición sin ánimo, desprovista del tamiz de la razón, la verdad o su valoración. “Si, porque sí” es el empecinado razonamiento del sujeto que no conoce de subjetividad ni de contexto. Se construye una verdad a partir de lo que se conforma en su intelecto y la fórmula “universal” está orientada al comparto lo que me sienta cómodo y confrontó visceralmente con lo que no me gusta, desprestigiándolo. Así accedemos a referentes culturales que nos obligan a una fidelidad sumisa, a genuflexiones permanentes y perorar justificantes injustificables a la hora de sostener lo que se dice que contrasta con lo que se hace o se ve hacer.


Al enquistarse en el tiempo, alternamos en una valoración positiva al grupo de referencia y una valoración negativa hacia los grupos de fuera. Esa incomprensión hacia lo que no nos gusta se convierte en desprecio, descalificación y arrogancia. En ese punto parecen estar paradas las sociedades, en el mismo discurso compartido donde es necesario aparcar el odio “del otro” para avanzar en intereses comunes. En ese proceso es invisible el desgaste que produce y el quiebre en los valores morales donde se sostiene cualquier tipo de convivencia. El deterioro aumenta, la falta de consenso se magnifica, y unos y otros pregonan que es momento de que el otro aparque sus malas intenciones. El mayor porcentaje de las poblaciones no está dentro de esa polémica, solo es rehén de los egoísmos y miserias personales de los que lograron maquillar esas carencias denominándolo ideología.


La perspectiva era un tema literario a escribir. Si bien el punto de vista es uno de los elementos esenciales a la hora de definir un estilo narrativo, visto el anclaje emocional por el que atraviesan las sociedades, parece ser una complicación que el buen escritor y pensador obtenga una voz neutra que aporte un verdadero punto de vista en su relato. El tono, omnisciencia, distancia o credibilidad ayudarán a definir ese punto de vista. En literatura es claramente manifiesto que punto de vista no significa opinión sino un punto de vista neutral desde donde se mira mejor, la perspectiva, otra definición que ha perdido su peso tras la debacle emocional en nuestras sociedades. Es decir que la buena literatura recuerda que un narrador presente o omnisciente se puede mover con libertad para tratar de conocer lo que pasa en una escena y poder poner en situación al lector. En la narrativa literaria se puede permitir la figura del distorsionamiento de una realidad para mantener en vilo la acción narrativa. En un ensayo, no. En la vida, tampoco. Menos en la historia. Pero ese giro de distorsión abandonó la literatura de ficción para instalarse en todo hecho comunicativo.


Los parámetros desde donde se juzga la evolución o progreso de una sociedad serán construcciones sociales enmarcados en una determinada concepción del mundo. Las costumbres, valores, tradiciones o pasiones parecen ser signos comunes, de ahí que los estereotipos sociales terminen confundiendo, porque no es posible unificar millones de personas bajo estas estimaciones. Se cae en un descrédito sostenido en la descalificación, menosprecio e indiferencia al que es distinto. Las apreciaciones sobre otras culturas ya tenían marcados vestigios de etnocentrismo. Lévi-Strauss lo consideró un fenómeno universal en los seres humanos generado por las relaciones directas o indirectas con una muestra, donde por afinidad o creencia que somos iguales o distintos, se definirá en consecuencia. Si es distinto, se le considerará inferior.


Es difícil enfrentar el etnocentrismo que nos encierra. Más difícil parece ser cuando los parámetros sociales son manejados por gente manipuladora y dispuesta todo el tiempo por tergiversar la historia y darle épica o impronta a la mediocridad o a lo inexistente. La historia es otro constructo que encierra cronologías personales o colectivas y eclosiona su interpretación y aceptación cuando te quieren imponer un punto de vista que los contemporáneos han visto totalmente distinto a lo que se quiere narrar como oficial. El relativismo cultural, surgido en el siglo XX, intentó clarificar las diferencias aceptando que no se puede establecer un punto de vista único y universal. Los valores deben ser considerados relativos. Esta corriente antropológica ha fallado, parece imposible que unos entiendan las razones del otro. Siempre dependiendo de tus capacidades, parece más reconocible un buen escritor, dirigente o político a un improvisado. La perspectiva depende de la evaluación, juicios o apreciaciones. Es indispensable incrementar un saber humanístico, pero para eso es necesario gozar o querer gozar, más que de poder, de una formación cultural. La información y el conocimiento pueden llegar con un clic, la cultura no...

 



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