domingo, 2 de octubre de 2022

Estoy desafiando al tiempo

 “La posteridad cuenta siempre con la ventaja de disfrutar de las obras de los escritores sin el incordio de padecerlos a ellos”.

Javier Marías


No parece haber un único motivo para escribir. En varias de las motivaciones estará presente la incertidumbre. La inquietud que se siente al abordar un escrito estará motivado por un amor y desamor por las palabras, el desasosiego, la atracción, a veces la repulsión por manifestar una molestia o el mero hecho de esconderse tras las palabras que se dicen o se callan. Se escribe para confirmar una presencia y otras tantas, para mimetizar ausencias. Escribimos para dejar dicho algo a alguien, a toda persona que no conocemos y que nunca nos leerá. No pensamos en la posteridad aunque nos gustaría que nuestros pensamientos se conserven como un tesoro de consulta permanente. Puede sonar presuntuoso pero se escribe para trascender, aunque sea evidente que no se logre.


En estos tiempos líquidos, nada dura nada. Y nada se recuerda, la concentración es un concepto que no logramos recordar. El poeta y ensayista catalán, Rafael Argulloi considera “que el afán de éxito inmediato ha desplazado al espacio reservado antaño para la voluntad de una gloria literaria”. Otro problema es la confirmación del descrédito que persigue a la palabra, teniendo cada vez más en claro la capacidad permanente de mentir o engañar que persigue todo acto social. A través de la palabra intentamos acercarnos a una verdad, en la misma proporción que otros humanos se apoyan en la palabra para perpetuar engaños. Escribir para influenciar en la gente de nuestra época no parece misión sencilla. Así todo, hay gente que lo intenta, aunque se frustre en uno y cada intento. Uno escribe para su propia vida, para su propia época. La posteridad parece ser un añadido para algunos pocos.


Así todo me obligó a cumplir con mi rutina. Leo para buscar temas de escritura, en un tiempo que me siento minimalista, pero no como la mayoría que decidió eliminar gran parte de su vocabulario para ir más rápido, sin peso adicional, ni sustento. Simplemente me pesan las estrofas, busco redondear cuando la idea aún no está plasmada. Me cuesta escribir, inundar esas cuatro carillas que apenas llegan a dos. Me llama la atención como la flor sin riego no se marchita pero sí se pone mustia, tal vez intrascendente. Podría dejar acabado este blog en estos tiempos, pero tal vez, afín a respetar una estructura de un estructurado, quiero mantener la constancia de escribir seguido durante nueve años, aunque tal vez ya tenga todo dicho. Si escribo para la posteridad, en estos momentos lo único que logro es escribir para alejar la soledad. Pero al terminar y publicar, me siento solo.


Se escribe en nombre de algo. El nombre propio hoy está reemplazado por la inseguridad o ausencia. Para escribir hay que tener en cuenta un cierto grado de renuncia, por lo que por primera vez, puedo anticipar que todo me parezca forzado, que toda línea escrita parezca una frontera interminable, un sentido como contrasentido, un aclarado del sinsentido. La escritura ha sido siempre una suerte de carta universal que se trasladó de una generación a otra. A veces sorprende la facilidad de reconocer una máxima absoluta en una persona que expresó sus razonamientos hace más de quince siglos. No puede tener vigencia pero asombra la actualidad de algunos escritos. En otros tiempos, la riqueza vocabularia envolvía a su protagonista en un halo misterioso, en un alquimista de la riqueza gramatical. Hoy, sin embargo, la riqueza de contenidos solo se le respeta a Wikipedia o a Google, el saber parece irrespetuoso, inoportuno, subestimable. Ya no parece obvio que la escritura debe estar presente en la educación, hay tantos espacios en blanco, faltan las palabras porque parece que ya no hubiera tiempo.


Las palabras parecen estar rodeadas por la amnesia o por indiferencia. El vacío personal es una sensación que no avisa pero que deja pistas a su paso. Leer y escribir también están representados por recordar lo perdido, reconocer la apatía, poner de relieve lo que se hunde, lo que cuesta o lo que se está perdiendo. Forzar escribir escribiendo, aunque la escritura intente mantenerse a flote a pesar de que las palabras o conceptos se retuercen o no luzcan al ser tipeadas. La escritura responde a un pedido, íntimo y personal, que se comparte como una constatación de que la escritura se enseña a través de la escritura, aunque varíe, aunque su voz suene más apagada o afectada. No dejan de ser experiencias esas voces desangeladas, no dejan de marcar una época en un proceso de crecimiento que cada tanto se estanca. A pesar del esfuerzo, se toca el límite del lenguaje para seguir comunicando.


Tantas veces transitamos la ausencia del lector que deja sin alteridad a alguien que se considere creador. Escribir es dejar que otros cierren por si mismo las palabras de uno y como dice Roland Barthes “el escribir no es mas que una proposición de la que nunca se sabe la respuesta”. Esas presencias que intentan camuflar las ausencias y las pérdidas pueden servir solo al que escribe y cada tanto darle luz a las generaciones venideras. Tal vez escriba para el pasado y no tanto para el presente o futuro. Posteridad puede ser una acepción fallida en mi deseo de que me lean los que me influyeron, en el siglo que fueran. Un blog anónimo sea tal vez el símil de un cementerio con tumbas, donde la mayoría de sus moradores alcanzaron dos fechas simbólicas en su vida, su nacimiento y muerte. La única posteridad que hoy persigo es no sentirme vacío o desdichado al terminar de escribir y que luego de esta entrada, existan otras que tengan algo más de sentido...

 




No hay comentarios:

Publicar un comentario