domingo, 25 de septiembre de 2022

Yo conozco ese lugar donde revientan las estrellas

 “La esperanza es el velo de la naturaleza para ocultar la desnudez de la verdad”.

Alfred Nobel


Es tiempo de quinielas, predicciones y pálpitos. La danza de nombres poco se renueva, lo que sorprende siempre es el ganador, inesperado, aunque con el correr de los minutos y las horas, los “medios y especialistas” comienzan a re considerar la lógica del dictamen. Es llamativo no predecir al ganador para considerarlo un premio merecido una vez declarado. Para muchos el Nobel de Literatura ya no es un premio con compromiso literario, sino una declaración de lo políticamente correcto. Matices geográficos, políticos o sexistas parecen predominar más que la capacidad literaria del ganador. Muchos de los halagados gozan hasta ese momento de una obra en general desapercibida.


Siempre se le consideró el premio mas codiciado. Además de deseado cuenta con un segmento que le aborrece. Muchos de sus ganadores han pasado pronto al olvido, mientras que varios que nunca lo ganaron gozan de un prestigio eterno. Tolstoi, Borges, Zola, Mark Twain, Philip Roth, Kafka, Nabokov, Virginia Woolf o James Joyce son autores no galardonados con el Nobel y que sus obras se siguen estudiando. A esa lista podemos agregar al recién fallecido Javier Marías, eterno candidato sin premio junto a Murakami, Atwood o Houlelebecq. La duda o escepticismo en aumento pregunta si se trata de un premio de consagración o de promoción. Se puede cuestionar si sigue siendo el premio excelso que reconoce la labor de un escritor literario. Las sospechas alcanzan a las dinámicas del mercado editorial que se orienta a los países más centrales y a las lenguas mayoritarias.


Pocos autores consideraron innecesario atarse a un premio y perder su condición filosófica literaria como autor autonómico. De ahí que un par lo rechazaran como Sartre -aunque reclamó posteriormente el dinero del premio- o Le Duc Tho. También hubo ejemplos de autores que no recibieron el galardón por presiones o tensiones en sus países o regímenes autoritarios, tal el caso de Boris Paternak (en 1958) por las presiones de grupos radicales comunistas de la Unión Soviética. También ha sucedido que el comité Nobel considerara autores incómodos de ganar por su condición de autores irónicos a los intereses de algunos gobiernos, como el caso del checo Karel Capek y sus ácidos libros sobre el nazismo.


El premio debe entregarse cada año “a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal” redactó en su último testamento, un año antes de morir -más de ciento veinticinco años atrás-, Alfred Nobel, millonario filántropo. Esa tendencia idealista requerida en sus últimas voluntades mueve a dudas interpretativas, del tipo ideal para quién. La buena literatura no debe estar asociada a una escritura con intenciones sociales. Joyce, Proust, Faulkner o T.S. Elliot consagraron un cambio esencial en la literatura al desarrollar un estilo más personal o íntimo y cargándose lo convencional hasta el momento, inicios del siglo XX. Henry Miller o Burroughs se enfrentaron a lo políticamente correcto. Huxley u Orwell alertaron sobre utopías ideales que contrastaban con nuestro supuesto bienestar.


La política, aseguran que no entra en juego a la hora de valorar los Nobel, pero es verdad que hay efectos políticos o consideraciones sobre orientaciones o ideas políticas de los escritores que les han perjudicado, como se supone ha sucedido en el caso de Borges, entre varios. Al existir un secreto obligado que restringe información durante cincuenta años, el mito de la dirección ideal queda sometido a las condiciones ideales de cada época o período, de cada momento en la evolución histórica. En todo caso siempre se puede sospechar que ese ideal no siempre esté vinculado en el valor de una obra. No podemos suponer si existiría la gran literatura en este siglo si no hubiéramos disfrutado a Tolstoi, Proust, Pessoa, Mutis, Córtazar, todos ellos murieron sin haber obtenido el premio.


La literatura es un campo que además del conocimiento del mundo incluye la sensibilidad e imaginación que permite penetrar en las almas promoviendo la conciencia social sobre lo humano. Las palabras de un buen escritor pueden ser la voz de los que no lo tienen permitido y la voz de los que tienen voz y no saben expresar con claridad y contundencia lo experimentable dentro de un compromiso social. La visión del mundo es expresada con mejor sensibilidad en la literatura que en la información convencional. Se debe recordar que también se suelen equivocar y verse influidos o condicionados por los aires de cambios, revoluciones, subvenciones y reivindicaciones. Por eso, tantas veces, se prefiere que expresen emociones y dejen de lado lo estrictamente político e ideológico.


Ganar el Nobel de Literatura, a pesar de las sospechas de aplicación promocional de una legitimidad estética de sus galardonados, sigue siendo un premio de enorme prestigio, gozando a pesar de todas las dudas o sospechas, de calidad literaria. La Academia Sueca no debe explicar los criterios para seleccionar a los candidatos, aunque al anunciarles se exceda en comentarios literarios sobre el humanismo del consagrado. Esa pretendida universalidad que existe en los últimos años retrata la hipocresía de una supuesta virtud universal o existencia plural.


No sirve de nada alentar cábalas o fijar candidatos. En la primera semana de octubre tendremos un nuevo Nobel de Literatura. Con un poco de suerte podremos haber conocido previamente parte de su obra. Si no, comenzará el desfile por las librerías por hacerse con un título y las editoriales comenzarán su danza por editar en otras lenguas -las occidentales a la cabeza- al nuevo consagrado desconocido. Es de esperar que prevalezcan los valores culturales para no tener que lamentar el reiterado olvido de la literatura que persigue a los premios intelectuales...

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario