lunes, 5 de septiembre de 2022

Palabras viejas palabras sólo como pasatiempo

"Soñamos narrativamente, imaginamos narrativamente, recordamos, anticipamos, esperamos, desesperamos, creemos, dudamos, aprendemos, odiamos y amamos bajo especies narrativas”.

Barbara Hardy


La vida es una sucesión de historias contadas. Sin la narración sería imposible poder comprender tanto las emociones como las experiencias humanas. La secuencia de acciones históricas son comprensibles gracias a la narrativa. La interpretación de lo narrado luego necesitará de la exigencia o razonamiento de las personas y de la objetividad. Las historias se viven pero se expresan con palabras y es ahí donde entra a jugar la verdad de lo imaginativo. Todos nos apoyamos en la ficción aunque sostenemos que vivimos la realidad. Esa visión suavizada genera un nuevo estado de las cosas humanas. El concepto de verdad es siempre incierto, aun cuando la intención de veracidad sea sincera y se intente narrar los hechos rigurosamente exactos, siempre existirá el obstáculo del criterio interpretativo. La verdad no suele ser contraria a la ficción, pero tantas veces menospreciamos este tipo de literatura.


La lectura transfigura el sueño en vida y la vida en sueño, como dijo Mario Vargas Llosa. Cuando se evoca un recuerdo lo modificamos cada vez que lo contamos y eso no significa que perdemos la fidelidad de lo contado. Es la realidad que se va contaminando con la experiencia o con los matices que vamos agregando sin tal vez darnos cuenta que el recuerdo ya no responde al original. Lo llamamos impronta y hace que nos hayamos acostumbrado al género literario existente hace más de cuatrocientos años -desde la publicación en 1605 de Don Quijote de la Mancha- donde se genera la fenomenal simbiosis de comenzar leyendo lo que no se nos oculta que es ficción para al poco rato -una cantidad de páginas o capítulos después- vernos arrastrados hacia un desarrollo que se convierte en fascinante. Para algunos leer novelas es impropio de la vida adulta. Sabemos que es ficción, que sobre contextos reales se va fraguando una historia inventada, pero así todo, necesitamos de lo imaginado para comprender parte de la realidad conocida. Para ello resulta esencial la coherencia temática.


Toda palabra es una palabra de más”, expresaba el filósofo francés -de origen rumano-, Emil Cioran. A pesar de haber sido un enorme lector, ya al final de sus días reconoció que había dejado de leer por aburrimiento, ya que habiendo tanta realidad disponible en el mundo, le resultaba absurdo enfrascarse en historias que ni siquiera habían acontecido. “El escritor, tal es su función, dice siempre más de lo que tiene que decir: dilata su pensamiento y lo recubre de palabras” o “La palabra resbala hacia la palabrería, por ende hoy soy incapaz de leer novelas; naturalmente he leído muchas” frases que proviniendo de uno de los grandes filósofos suena extraña pero al mismo tiempo lógica. Al observar no se ignora, y al conocer demasiado la vida, Ciorán optó por el convencimiento de que ya nada nos debe sorprender. Y es ahí donde desaparece la magia de la literatura de ficción, el saber que hay un autor detrás de una publicación obliga a los que se vuelven escépticos a considerar que esa voz que leemos es la voz impostada de ese narrador. Visto desde el punto de vista del aficionado a la literatura, eso es lo maravilloso. Pero es deber el sostener esa pasión en el tiempo.


La imagen literaria es una ventana que nos abre el paisaje, aportando al ser un suplemento de ser a la visión que tantas veces descuidamos o empobrecemos por el uso cotidiano. Esa ventana abierta a través de la ficción complementa la información que recabamos del día a día, aportando la dosis que permita aportar lo posible a lo cierto. Una de las finalidades de la ficción es la de crear mundos posibles susceptibles de estar relacionados con el mundo real. “El éxito del arte depende de su capacidad de representar una realidad anterior al arte” definía Gustave Flaubert. Las personas somos lo que somos como también lo que no hemos sido, ya sea lo comparable como lo incierto y nos permite tener la dimensión de relatarnos y explicarnos a nosotros mismos en que consiste nuestra vida. Y saber entender, que sin que sea a propósito, vivimos engañados o engañando. La ficción se encuentra más allá de una novela o un guion para serie o película. Ambas cosas pueden estar sosteniendo la verdad por una tela que entreteje mentiras o exageraciones consistentes.


La vida es una búsqueda sin término. La afición literaria se puede extinguir en el momento menos pensado. Basta con que ese analgésico que es el mundo narrativo ya no interese cubrir el dolor o angustia del relativismo que nos asiste. Si descubrimos que las cosas no son como las vivimos o deseamos, y si nuestra vida ya son solo fragmentos irregulares invadido por sombras y argumentos inexplicables, es que no podremos disfrutar del género ficcional que aporta la literatura. El mundo real es un lugar insidioso mientras que en la novela nos permite habitar un mundo donde la noción de verdad no debe ponerse en discusión. La literatura permite una estilización de la realidad. La pena de abandonar el mundo de ficción es tener que asumir la angustia por poder reconocer lo verdadero sobre el mundo real. La re lectura y descubrimiento de nuevos autores podrá alguna vez quedar de lado, solemos perder pasiones ante experiencias difíciles, traumáticas, tristezas o pérdidas. Llegado el caso, además de la fantasía y el gusto generado por la lectura, perderemos una fuente de autoconocimiento y no podremos dar forma al desorden de nuestras experiencias y creencias, desperdiciando el conocimiento sobre lo cierto y nunca más sobre lo posible... 



 



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