lunes, 12 de septiembre de 2022

La zona fantasma

 

Todo viaja lentamente hacia su difuminación en medio de nuestras aceleraciones inútiles y nuestros retrasos ficticios, y solo la última vez es la última”.

Javier Marías


La muerte o su cercanía nos suele dejar sin palabras. Existen rachas como secuencias sin descanso que nos llevan a pensar que atravesamos momentos difíciles. Lo lógico es sentir consternación y que no sobrevengan las palabras. El fallecimiento de un familiar, amigo o ser cercano suele generar un dolor irreparable. Lo increíble es cuando esa misma sensación te invade ante un personaje público que resulta ser un desconocido. Desconocido en el contacto estrecho porque su riqueza literaria lo hacía íntimo, cercano, admirado. La vida es remanida, llena de tópicos o frases hechas. En la tarde del domingo once se pudo dar por bueno el manido sentimiento de que el mundo será algo peor sin Javier Marías.


Mi primera aproximación lo dio el paralelismo de su nombre y apellido con los míos. Una ene nos separaba, perspectiva de un ego frívolo. La distancia se convertía en sideral, de varios alfabetos, cuando se evaluaba su método creativo. Pero debo reconocer que me acerqué con el ansía de imaginar como sonaría la notoriedad de una denominación similar. La segunda particularidad fueron algunos títulos de sus novelas -hasta seis- resultado de citas o adaptaciones de William Shakespeare. “Negra espalda del tiempo”, “Todas las almas”, “Corazón tan blanco”, “Los enamoramientos” o “Mañana en la batalla piensa en mí”, me enseñaron de Marías que el deslumbramiento por estar vivos y competitivos nos lleva tantas veces a suprimir o silenciar la admiración por los muertos, cosa que el escritor madrileño rehusó hacer. Cuando uno se acerca a la literatura tras conocer a escritores como el Bardo -o Cisne de Avon-, la atracción estará motivada por la belleza formal del lenguaje, la creación de conceptos con pocas palabras y el hacer de situaciones comunes argumentos ingeniosos, esa misma cualidad de Shakespeare la encontré al profundizar a Marías. Y he de agradecer que solo la diferencia de una ene me acercara. Al leer todas sus novelas e infinidad de artículos periodísticos es mucho más que una consonante lo que me enriqueció su existencia.


Shakespeare como Marías -y muchos más- mantienen la característica confiable que al leerlos se comprende sin demasiadas dificultades. Sus escritos en realidad contienen mas de lo que dicen y en sus variadas re lecturas nos permite corregir nuestros constantes balbuceos con la lengua. Javier Marías avanzaba sus escritos mientras avanzaba su redacción. Sus metáforas siempre fueron elocuentes, sosteniendo una alegoría de otro William, en este caso Faulkner, que sostenía que “escribir es como encender una cerilla en un campo oscuro”. Sus novelas me han dado acceso a ese misterio, el de saber iluminar mis rincones oscuros o no descubiertos. Con su muerte -que siento inoportuna por los momentos que vivo- se pierde una envidiable manera de ver el mundo, para muchos pesimista o cari acontecida. Cerraron una puerta habiendo tirado la llave y dejándonos a la deriva en una realidad cada vez más estrecha de tantos optimistas de miras.


La aparición de una novela suya me arrinconaba en la ansiedad que sabe generar la publicidad o el marketing. Es la literatura uno de los pocos nichos donde me mueve la zozobra al conocer un lanzamiento de ventas. La revista “El País semanal” comenzaba su lectura desde la última página, salvo en los meses de agosto donde no solía publicar. Su primera novela -”Los dominios del lobo” la publicó con diecinueve años mientras que en 2021 apareció “Tomás Nevinson”, su ultimo libro. Sus escritos tenían la capacidad de ordenar mis pensamientos, de confirmar mis dudas o indagar como acercarme a su condición de poseedor de una cultura soberbia -no de altiva sino de admirable-. Esa admiración esta vinculada con sus trabajos, porque en general, uno no debería conocer ni saber nada de los autores. La opinión que nos generan sus actos o ideologías suelen condicionar nuestra ganas de lectura. La ilusión, desilusión o enojo no se debe trasladas a los textos u escritos. Lo esencial son las palabras porque los gestos o actitudes pueden ilusionar o decepcionar. Somos humanos y a la larga, siempre decepcionamos. Debo reconocer que la palabra, también suele estar sobre valorada.


Esta entrada tiene un motivo de admiración para recordarle y una mueca resignada al confirmar con estas noticias lo que sabemos pero nos sigue conmocionando, que la muerte no suele quedarse quieta. El mundo que conocemos se nos escapa poco a poco. Y la edad acumulada obliga a pensar de forma mas conservadora, que esas pérdidas se convierten en irreparables en este mundo algo más mediocre y mezquino. Amor, deseo, traición pueden ser la triada argumental de su trabajo, todo con un lenguaje asombroso y encandilado de pensamiento -en desuso- representativo de una clase media que quería ser por siempre educada. La anécdota de que no ganará nunca el Nobel se puede tomar como nota de color. Lo que no escapará a una escala de grises es que la puerta que se cierra con su muerte nos arrincona a un mundo mas limitado donde no tiene sentido pedirle cuentas a la vida o esperar una novela más de Javier Marías...

No hay comentarios:

Publicar un comentario