lunes, 19 de septiembre de 2022

Vencedores vencidos

 “Pero como seres conscientes, nunca aprendemos nada”.

Gilles Deleuze, filósofo francés del siglo XX


La indignación parece ser el resorte esencial para que la protesta pueda conllevar a una transformación política. El desaliento por no poder aspirar a una sociedad mejor potencia ese enfado hasta la frustración, abandono y en muchas personas, al resentimiento. No podemos precisar en una paleta de colores, a que tonalidad pertenece el futuro. Hoy, todo parece indicar que la opacidad es el tinte que envuelve las perspectivas o añoranzas. Si bien debemos sostener que todo puede ir a mejor, las diversas desigualdades que nos sitian o condicionan solo arrojan sombras alrededor. Un concepto que surge cuando se debilita la confianza se generó a través del sociólogo francés, Francois Dubet, quién denominó un fenómeno presente y en ascenso como “pasiones tristes”.


El concepto acuñado por Dubet se utiliza, sobremanera, en la explicación capitalista del mundo a través de sus desigualdades sociales y en sus derivaciones políticas, tiempos de depresión, falta de liderazgos o liderazgos populistas. El concepto seduce porque la sensación que nos persiste -acentuada tras la pandemia- va más allá del fenómeno capitalista, la representación política, una necia competitividad o desigualdad notoria. Las temáticas que me acercan a la escritura suelen estar derivadas de la competencia democrática, en sus vacíos, en las carencias sociales, en la falta de alegría o esperanza, en la perdida de valores. Tenemos miedo al futuro, escasea un proyecto de progreso social y personal. La prosperidad no se puede relacionar con definiciones identitarias como gradualidad, itinerario, acumulación o redistribución. Una multitud de causalidades ha generado sentimientos incluidos en el concepto “pasiones tristes”: sensación de injusticia permanente, ira, resignación, melancolía, vacío existencial, indiferencia ciudadana, paranoia o desprecio. Tantas sensaciones encontradas solo permiten rechazar el orden vigente sin conducir a una nueva construcción, empujándonos a la desesperanza y al descontento, en soledad.


Las pasiones, como pregonaba Spinoza, forman parte en la esencia de los individuos; las vinculadas con la alegría permiten aspirar a la perfección del ser, mientras que las ligados con la tristeza lo acercan a una continua imperfección. Cuanto más utilice la razón, mas ideas adecuadas tendrá generando bienestar y libertad que permitirá aumentar la comprensión de nuestra naturaleza. Cuando impera el desaliento, aumenta la inseguridad y con la incertidumbre, la sensación de bloqueo no cede. El problema no es el origen y concepto de “pasiones tristes” sino lo que hacemos con ellas. La manera de dirigirnos al otro estará signada a través del descuido del vínculo, indiferencia, odio, animadversión, estallido o indiferencia social, descuido en las formas de trato, visceralidad en las redes sociales ante muestras o manifiestos que molesten, etc. Nuestra potencia en el actuar se ve reflejada en una impotencia crónica.


Las pasiones tristes acentúan el individualismo y la debilidad en instituciones de socialización tradicional -colegio, parlamentos, barrio- además de derivar en estados anímicos contradictorios y decisiones yuxtapuestas -protestar por la especulación inmobiliaria pero utilizar su propiedad para ofertar en Airbnb-. Cada individuo adopta una postura egoísta de militancia de su propia causa. Se extraña un relato colectivo que pueda dar sentido a frustraciones sociales y que a través de indiferencia cívica lo que logran es aumentar el resentimiento social. Todos los diagnósticos de sentimientos sociales están orientados hacia el fracaso del consumismo, neo liberalismo, justicia social o capitalismo. Los populistas, demagogos y toda salida autoritaria son los beneficiarios en esta dispersión. Pero el análisis debe comenzar desde abajo, desde las propias heridas personales.


Las pasiones tristes enfriaron el arrebato en la comunicación con pares, dejando de lado las vías acostumbradas, la mayoría de la gente solo se comunica para manifestar las dificultades o ansiedades padecidas. Las experiencias personales están desconectadas de una visión global de la sociedad – perdiendo el sentido de lo colectivo-. Lo trascendente -bueno o malo- se asocia con lo que sucede en su grupo familiar o entorno y lo transpolan como un problema general. La pasión triste, la queja mustia, la repetición eterna de los males individuales sin importar el dolor o drama del prójimo, ni las diversas discriminaciones sociales que se van gestando.


El concepto de “pasiones tristes” nos invade sin apenas reconocerlo. Parece despertar el grado más bajo en nuestra ponencia de actores sociales, derivando hacia una impotencia sedada. El individualismo no permite acudir cuando se le necesita en lo trascendente, en lo importante. Las crisis producto de la ineficiencia de los estados se agrava más en una sensación de verdadera soledad personal. Los infortunios parecen ser todo el tiempo comparables, el individualismo obliga a considerar que su problema siempre será peor o igual que el los demás. Se definen también como “almas rotas” y desde las personas se equilibra a niveles de desatención, incomprensión y desprecio de las enormes desigualdades, aquellas que parecen abstractas porque optamos por dar trascendencia solo las desigualdades de nuestra zona de influencias. La familia primaria parece ser solo la mínima unidad a la que se le presta algo de atención. El resto del grupo familiar solo se utiliza para los recuerdos o de pequeños mensajes grandilocuentes en redes o grupos de wassap para saludar un cumpleaños o recordar que se les quiere. La comunicación ya no es personal, recurriendo al mensaje privado solamente para no reflejar alguna penuria como grupal o pública, con la excusa de evitar “ruido”. El ser humano se convierte en reservado en detalles menores, la brecha generacional entre otras cosas, no comprende las necesidades afectivas de los seres queridos.


Esto genera una dispersión de las condiciones y trayectorias de vida, multiplicando las situaciones personales y el tratamiento individual de las dificultades. Las pasiones tristes convierten a la persona en inestable y sus complicaciones, cambiantes. Las mejores palabras de afecto han mutado: el contacto personal ha sido reemplazado por el mensaje de aliento a través de las redes, aún cuando el mensaje esté dirigido a una persona que a la cara, no se les es capaz de decir nada emotivo. Parece efectivo pero desangelado el “apoyar” ante una situación extrema con un frio mensaje que cree ser cálido pero solo parece una respuesta obligada para salir del paso y de paso, tomar distancia del dolor ajeno. No vaya a ser que “otras pasiones tristes” nos quiten el protagonismo en nuestra encapsulada cámara de eco...

 



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