jueves, 5 de mayo de 2022

Rindo un culto y es a vos, mi religión pagana

 “Tener fe significa no querer saber la verdad”.

Friedrich Wilhélm Nietzsche


Parte de una supuesta modernidad es incorporar nuevas formas al lenguaje. A través del paso generacional, reemplazamos palabras heredadas en favor de nuevas, más modernas -lamentablemente la mayoría norteamericanizadas-. Se supone que exoticar el lenguaje es sentirse moderno, de vanguardia. El lenguaje se mueve, se renueva constantemente, es irrefrenable aunque a los puristas le molesten. Tal vez no sea problema del lenguaje, lo que suele suceder es que el cambio arrasa con la validez anterior. Pero, en momentos de zozobra a más de uno le sorprende regresar a frases o expresiones contrarias a su proceder habitual: “Dios mío”, suele suspirar un agnóstico ante un momento de desconsuelo.


Aunque no seamos religiosos solemos llevar lo sagrado a lo común, efecto seguramente de nuestra educación y al entorno. La religión perdura en nuestra lengua porque sus ritos siguen en nuestra cabeza, aún cuando -en mi caso, que descreo de todas esas liturgias- no practiquemos oficios religiosos de ningún tipo. No se puede transmitir una religión sin fe, pero si se puede mecanizar y oficializar cuando eres pequeño y tu inocencia te lleve a confiar en lo que te puedan contar o enseñar tus mayores o referentes. Y somos una raza que transmite historias, por ende, el Evangelio puede ser considerado una usina de historias. Y la fe permitirá no cuestionarlas ni dudar su procedencia, originalidad o veracidad de sus preceptos.


Entonces repetimos casi sin pensar que hemos cumplido con un pago de forma “religiosa”, palabra que todos entenderán que significa de manera estricta o tal lo acordado. Si alguien afirma algo con autoridad y no admite replica, seguramente aclarará que luego de sus palabras, se “va a misa”. En mi país de origen, cuando uno al jugar al fútbol sufría en sus carnes un túnel o “caño” del rival, la sugerencia inmediata era que utilizara una sotana. Tener en consideración desmesurada a una persona es “tenerla en un altar”; al defender a un presunto inocente o culpable solemos metaforear con lo de “tirar la primera piedra” o lo de “poner la otra mejilla” cuando queremos relativizar el daño que nos puede producir algún gesto o acción de un semejante. Solemos “adorar” a algunos personajes e incluso familia. "Amén" expresamos cuando queremos dar énfasis a lo que se dice con criterio. La divinidad parece desbordar nuestro lenguaje, muchas de veces subliminalmente. Si nos enfrentamos a alguien con personalidad difícil o maligna, no dudamos en afirmar que esa persona es “el demonio”. Somos habitúes del “ojo por ojo” y que “no hay nada nuevo bajo el sol”, mucho mas cuando “nos ponen piedras en el camino” y ninguno de nosotros somos el “hijo pródigo”. Este raconto no trata de "poner el dedo en la llaga" ni que alguno se queje y "llore como una Magdalena"


Ver para creer” proviene de un pasaje bíblico pero solemos “lavarnos las manos” ante la presencia de un traidor que procure ofrecernos “el beso de Judas” y recurrimos al no “solo de pan vive el hombre” sin saber que pertenece a Mateo 4:4. La carga que soportamos tantas veces la referimos como “nuestra cruz”. El peso de que la divinidad desborde nuestra lengua, nuestra manera de enfocar el habla sin quererlo, está integrado como idioma litúrgico. Las religiones no son posibles sin la lengua y los humanos la trasladamos a través de los siglos sin apenas darnos cuenta. El refranero no responde tan solo a cuestiones locales o modismos del lugar sino que provienen también de expresiones bíblicas y religiosas. No es una mención porque contamine nuestro vocabulario, en todo momento sucede, somos una raza que se comunica, invadiéndose y contaminándose, también enriqueciéndose. El Cristianismo también se fue adaptando a los cambios en el tiempo, a pesar de que sus instituciones no son propensas a adoptar modificaciones temporales a su proceder. La palabra más significativa que remedó la religión cristiana fue reemplazar el uso de la palabra “iglesia” por sobre la anterior “templo”, de origen romano.


La compenetración de los países con su sentimiento religioso es evidente. Muchas de estas repeticiones espontaneas surgen de la similitud del contenido original. Pero parte del vocabulario utilizado en el refranero se puede utilizar, además de consejo o advertencia, en burla, ironía y algunos hasta le atribuyen un uso blasfemo, otra palabra derivada de las religiones. En España, país de contraste religioso con ateísmo, es ineludible referirse ante un estornudo propio o ajeno con el término “Jesús”. En un sentimiento de angustia o de alegría podemos utilizar el “Válgame Dios” o “Ay, Dios mio”. “Dios se lo pague” puede ser ambiguo, se puede utilizar para agradecer y desear la protección divina ante un buen accionar o simplemente, una sutil manera de confirmar que te lo pagará Dios, siempre y cuando exista. “A Dios gracia”, no podemos ser todos “santas personas”, profesemos o no una religión y sus preceptos.


Lamer el polvo” fue suplantado por el multiuso de “morder el polvo”, frase que acuñamos de la Biblia descrita en el salmo 72. El lenguaje religioso es un lenguaje simbólico, por eso se adapta tan fácilmente a nuestro accionar, propensos a necesitar símbolos o metáforas a nuestras construcciones. “El camino”, “la verdad”, “la vida” o “el pastor” ofrecen la posibilidad de acceder a “la luz” o “la puerta” a todas los interrogantes que se nos acumulan. Los símbolos son afirmaciones susceptibles de reflejar acciones verdaderas o falsas. En el lenguaje popular, el refranero no suele ser analizado si sus expresiones universales en realidad representen falacias. Lo mismo sucede con la religión. “Es un calvario” crecer lingüísticamente sin una conciencia histórica que nos determina. No nos podemos seguir sorprendiendo que en un mundo donde la religión parece ser cada vez más un asunto privado y marginal, se mantenga la presencia de terminología que en realidad no queremos utilizar y se nos escapa, como tics o tips. Lo mismo suceda con el lenguaje, donde el manifiesto evidente refleja el vaciado en la lengua de sus palabras. En este laberinto que es la vida, el lenguaje tiene sus vericuetos y su renovación -a veces despiadada- nos deja reflejos de un léxico heredado, donde “Dios dirá” hacia donde conduce a esta generación que "está hecha un Cristo", ya que toda "procesión va por dentro"...

 




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