lunes, 9 de mayo de 2022

A pesar de todo me siento bien

 “Siempre nos cabe soñar con un mundo mejor al que nos ha tocado en suerte y podemos contribuir a su mejora negándonos a secundar lo que nos parece injusto e insolidario, sin temer las consecuencias negativas que pueda granjearnos”.

Javier Muguerza – Filósofo español.


Hemos dejado pasar el efecto de esa lupa amplificadora. Si bien se instalaron cambios visibles que de una manera u otra se mantienen -el uso de la mascarilla, el gel en cada casa o local, la limpieza de manos, el pago con tarjeta, las compras por internet, video llamadas, trabajo desde casa, etc.- parece que naufragamos en aspectos elementales como la empatía en la aplicación de una pedagogía social. Ese círculo vicioso donde nos encontrábamos hasta 2020 iba a ser reemplazado por la solidaridad, equidad y la justicia. Pasados dos años de esa promesa que más de uno enfatizó, sospechamos que la humanidad no ha de ser mejor. La pandemia instaló una falsa promesa de que íbamos a ser mejores personas. Los que eran buenos, lo siguen siendo. Del resto, no se esperan novedades transformadoras.


La pandemia del Coronavirus trastocó gran parte de las rutinas diarias. Las arengas del pasado reciente quieren sostener su vigencia pero parecen ser pocos los dispuestos a seguir escuchando. Ante diversas circunstancias, diversos motivos, diversas excusas. La sensación imperante sostiene la necesidad de una transformación personal ya que socialmente, la inercia apunta hacia la plena recuperación de la “vieja normalidad” de una anormalidad cada vez más radicalizada. Asustados, enojados, alterados, solitarios, desconfiados, son algunas de las señales negativas que no se pueden obviar. Esa micro revolución de carácter personal modificando nuestras costumbres tal vez, en el tiempo, pueda contribuir a un efecto dominó. Al limite de nuestras posibilidades sociales nos imponen un conformismo radicalizado. Al riesgo de ataques virales del exterior, se suma -preocupando- la corrosión propia, que desea en forma obstinada el éxito personal. Ese recorrido de corte narcisista nos muestra una permanente necesidad de preocuparse de uno mismo y poco de lo que le sucede a sus semejantes. Estamos, de alguna manera, rechazando la existencia del otro.


Seguramente no todos coincidirán con este diagnóstico. Pero la participación ciudadana está representada por una decepción en aumento más que en protesta social que exija por fin transparencia. Si bien la mayoría de la gente dispuso de tiempo e intenciones para aprender nuevas cosas y ejercitarlas, esta mejora no puede considerarse generalizada. Aquellas emociones que nos golpean en los primeros momentos de los cismas sociales, se van normalizando y sedando pasado algún tiempo. La gente solidaria siempre estará dispuesta pero la sensación es que la mayoría vuelve a mirar más para su casa.


Nos prometieron que se privilegiaría el interés público por sobre el privado pero la sensación es que las instituciones no se amoldan finalmente a una prioridad sanitaria. Cuesta ponerse en el lugar del otro, y esto genera dolor en el que sufre, en el que está postergado, en el que esta fuera del sistema -por edad, por condición social o económica- por vulnerabilidad y el daño no se puede precisar que sea intencionado sino por una incapacidad empática de detenerse y preguntarse que le sucede a los otros. La negligencia y la negación maquillan una incapacidad en aumento. Por eso, iniciar un reclamo o un pedido puede ser desgastante. Para estas lides, se acostumbra remitir a la relación virtual que no siempre lograr plasmar el discurso de la importancia tecnológica que garantiza que todo procedimiento por esta vía ha de ser mejor por el hecho de ser “progreso”. Sabemos que no es así, ese supuesto avance tal vez condene a una soledad social despiadada.


El marketing del buen propósito continúa con su estrategia mientras que los desiguales ven aumentar su desigualdad. La “verdad” parece ser reemplazada por la apariencia. El “ser” fue reemplazado por “tener” porque ser no tiene el mismo nivel de exposición que el tener. Por eso estamos confundiendo conceptos, el principal: confianza. Porque para confiar se puede utilizar un instinto pero no se puede descartar la necesidad de conocimiento. Y el desgaste emocional que instauró una larga pandemia no solo afectó la salud mental de parte de la población sino que diluyó la necesidad de obtener conocimientos y por ende, cualquier persona pública abraza a una supuesta transparencia y con eso, deja de ser exigido en la confianza. No confiamos en nadie pero no nos escandaliza la falta de transparencia. Ni blanco, ni negro, ni grises. Ahora nos abrazamos a lo opaco.


El Covid 19 ha tenido un impacto severo. La vida ha sufrido modificaciones y la perspectiva de futuro no es prometedora. No podemos obviar la afectación que las personas viven y elaborar dicha afectación en relación a los vínculos generados en unos y otros. Debemos demandar cambios, tanto en modelos ambientales, económicos, culturales, sanitarios, políticos o sociales, prestando mucha atención a los fenómenos emergentes. Estilos de vida responsables no deben ser frases de stickers o de garantía de subvenciones. Las amistades no pueden olvidar la importancia de la presencia -saludar por un cumpleaños, insistir en verse, preguntar como te sientes, hacer sentir su existencia, acompañar-, se debe regresar a la costumbre de importarnos la situación del amigo y estar cerca, no debemos borrar los sentimientos vividos, los aprendizajes adquiridos que obligan a seguir buscando conocimientos, agilizar o estimular pensamientos y razonamientos e insistir sobre los hechos que transformen las sociedades, pero para bien. Dejemos de vivir en desiertos personales o vacíos existenciales. No es tan importante tener un buen stock de fotos personales, eso no es sinónimo de autenticidad, éxito ni realización personal. La alienación de uno mismo nos hará repetir la falacia de “ser mejor persona” como simple dataísmo. Las relaciones deben ser más importante que las conexiones….





 

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