miércoles, 6 de abril de 2022

Y que no soy actor de lo que fui

 “El éxito es fácil de obtener. Lo difícil es merecerlo”.

Albert Camus


Digan lo que digan, el mundo es un lugar injusto y desigual. Se intenta cambiar la realidad con palabras grandilocuentes que maquillen la percepción popular, pero la situación social en general se puede aclarar con un solo término, bien empleado: inequidad. El día a día se consume en discusiones estériles, confrontando la desigualdad de ingresos, de riquezas, de género, razas, de género en el mercado laboral, desigualdades mundiales en la emisión de carbono que agravan el calentamiento global, en el sistema educativo o sanitario, las brechas digitales o la desigualdad de ser un país desarrollado o en vías de desarrollo. La vida es una tómbola y por más vueltas que le demos e historias de superación y esfuerzo que surjan, los factores de mejora, tantas veces escapan a nuestra voluntad y siempre estarán presentes otros componentes determinantes, a veces tan o mas importantes, como la cuna, la suerte, relaciones previas, picaresca, oportunismo o talento.


El mantra de que todo es posible se enfrenta a consecuencias desastrosas de desigualdades y atasco en la movilidad social. La cultura de la meritocracia está en plena discusión y dependiendo quien la posesione, tendremos variedad de interpretaciones. En el caso más habitual, los más incapaces descreen del mérito, tal vez conscientes de que la posición que ocupan no puede ser a causa de la capacidad sino de las influencias, relaciones o casualidades -en política la radiografía es exponencial-. Aunque muchos instalados en cumbres laborales repetirán que lo que prevalece es el mérito y no la genética, para los que conviven en la dureza de las calles, sabe que lo del mérito cada vez es mas complicado de imponer. La brecha entre “ganadores y perdedores” se ha ido ensanchando sin humildad, polarizando, como todas las demás discusiones estériles que nos entretienen hasta el aburrimiento, que crece tanto como la arrogancia de quién es ganador o perdedor, dependiendo la burbuja que te haya tocado sostener o penar, en suerte.


Meritocracia es un sistema donde cada uno consigue aquello que se merece gracias a su formación y trabajo, arduo y continuo. Suena bien, a todos nos apetece depender de nuestras capacidades. Pero no a todos en realidad les gusta o está bastardeada por una definición de éxito incompleta o por chicanas populistas que quieren degradar el mérito, por considerarlo injusto. No les parece inaceptable que la polarización entre ingresos y riquezas se haya ensanchado. Y que los que pregonan la justicia social sean, a la corta o larga, habitantes de la brecha que se enriquecen de manera sorprendente y rápida. La meritocracia no existe en nuestras sociedades y no esta claro que pueda mejorar nuestros destinos el desarrollo positivo de nuestras virtudes. La igualdad de oportunidades no opera con la frecuencia que se pregona. Los ingresos siguen condicionando las oportunidades de educación, desarrollo, envejecimiento y muerte. Los golpes de suerte suelen ser más cruciales que la coherencia de una vida y de un currículo desarrollado. Por ende, estamos muy lejos de ese ideal del hombre meritorio, la heráldica gobernada por el poder político, financiero o empresarial solo se puede ver dañada si el empleo del abuelo y padre ya ha desaparecido para el hijo o le aburre sobremanera, no motivando continuar la línea heredada.


Como también se ha instalado la noción de formación permanente, nos cuesta entender que a cuantos más masters o cursos de formación acudas para perfeccionar tus aptitudes, lo que prime muchas veces para acceder a un puesto de trabajo sea la poca edad -a pesar de que te exigirán experiencia- o un mínimo exigible de una discapacidad del treinta por ciento. En esas condiciones, la expectativa de alcanzar un buen empleo en la sociedad capitalista se contradice con la idea del ascenso social, que es la que estimula a una inversión en tiempo, dinero para un bagaje de conocimientos. Esta economía del conocimiento está generando un nuevo paradigma laboral, ya que la demanda se centra en trabajos altamente remunerados o en precarios, desapareciendo los trabajos medios. Para complicar aún más el tema, hay otra evidencia empírica que dificulta la meritocracia, ya que los trabajadores mejores remunerados aspiran a cumplir menos con los impuestos que se imponen a las clases medias. A mayor formación y progresión laboral, mayor recelo genera un impuesto. Se evidenciará una actitud defensiva que intente justificar evadir o tributar en base a una cronología pasada de sacrificios, esfuerzos e inversiones económicas para llegar a esa situación de privilegio, donde muchos se olvidarán de la justicia social y el concepto de redistribución.


El estereotipo de que el pobre es feliz y el rico no, quiere contribuir a una concepción de que en cierto modo, el sistema es justo. Los mitos no se pueden destruir porque se demuestre que son mentira, sino por que se los tiene que sustituir por una idea más atractiva. De ahí que la palabra meritocracia, para sus defensores o detractores, esté en auge. A todos nos guía la convicción de que nos merecemos un trabajo decente y estable. Con la meritocracia deberíamos poder optar a un trabajo digno donde se premie el esfuerzo. Si se escuchan debates sobre este concepto, se debe tratar de que la palabra meritocracia no sea derivada a unificar la mediocridad. No podemos seguir enrolados en un sentimiento de frustración porque no “nos descubren” en nuestro verdadero potencial. Si no tenemos suerte es porque algo habremos hecho mal, la culpa es solo nuestra, es la excusa que el empresariado nos achacará. Mientras que él que no se esfuerza ni se prodiga, gritará a los cuatro vientos que es el sistema oligarca y su jerarquía aristocrática es el que no le permite asomar la cabeza, y lo avalará un político de formación dudosa, oportunista y populista evidente. En la mediocridad política, sindical y empresarial es donde el concepto más que un mantra es una verdadera quimera...

 




2 comentarios:

  1. Gallo que triste es la verdad de lo que no tiene remedio.
    Un abrazo patagónico.

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  2. Si que es triste, porque se trata de sentido común y lealtad a los principios que a todos nos enseñaros. Y que muchos se lo pasan por donde quieren...Abrazo y gracias

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