miércoles, 30 de marzo de 2022

De vez en cuando, solamente, sale afuera la peor manera

 “Cada personal normal, en realidad es normal solo en parte”

Sigmund Freud


Si nos tratan la ansiedad o depresión sólo con fármacos, estos suelen ser ineficaces a la hora de dejarlos de tomar. No siempre, pero sin un ejercicio interior o una buena terapia, la sensación en aumento es que no se solucionará el problema por lo que dependeremos de por vida, de una sustancia química que no podemos definir como adicción pero digamos que dependientes, como mínimo. He conocido gente que nunca se ha animado a interrumpir ingesta de pastillas por temor a recaídas y no tener voluntad ante una progresiva pérdida de confianza en sí mismo; de ahí que se resignen a que estas patologías estén ampliamente instaladas en nuestras sociedades, y el consumo de psicofármacos, en constante aumento. Por ejemplo, se estima que alrededor del 15% de la población del País Vasco están varados en la prescripción médica.


Con el Covid nos hemos dado cuenta de lo vulnerable que somos, en una anomalía enloquecedora. Lo que muchos aún no han valorado son los estragos generados en la psiquis. Las relaciones se mantienen pero la sensación de soledad, de que cada uno está a lo suyo es bien nítido, aunque no se profundice. El sistema en parte se ha resquebrajado, la idea de que vivíamos en una sociedad ideal contrasta con una realidad que funciona distinto a lo que pensábamos: la gente toma más antidepresivos y los ancianos mueren en soledad y abandono. El pensamiento histórico parece desbordado por el pensamiento utópico, pero esto será tema para alguna entrada de filosofía. El horizonte del futuro nos parece contraído y entonces, las esperanzas y expectativas utópicas sufren una transformación, asistiendo al fin de una utopía de las utopías, consumidas. Y tu médico, desbordado por problemáticas de carácter psíquico, auto inmunes o enfermedades raras, además de cerrar con llave tu expediente en el “cajón de Sastre” te receta un nuevo ansiolítico con la consigna de mejorar tu calidad de vida.


Entonces la utopía se disfraza por promesas populistas, ideales religiosos, fanatismos o opiáceos, es decir promesas o alquimias sin vías de solución. El aliviar el sufrimiento del paciente persigue esta necesidad de recetar medicamentos. Vivir la mejor vida posible dentro de sus propias circunstancias mientras la “normalidad” de investigar clínicamente casos particulares se pueda recuperar digamos que “utópicamenteen un futuro cercano. Miedo a la dependencia o temor a los efectos secundarios, parece ser el nuevo dilema. Gana afrontar los variados efectos secundarios y rogar que no seas de esos que en los prospectos mencionan de uno entre un millón. Nos cambia la personalidad, el dolor encapsulado nos sigue mandando señales y la alegría artificial pierde consistencia. El dolor, cuando se instala en el tiempo, parece ser el rasgo distintivo que nos representa, y para la medicina, la clasificación de yonkie planta permanente”.


No es culpa de nadie, es la velocidad con que nos está sorprendiendo la vida. Definimos ansiedad o depresión a situaciones profundas, pero también de tristeza, duelo y hasta desesperación por situación laboral o socio económica. No todas las dolencias tienen la misma gravedad o pronóstico, pero en el tiempo parece que todas se asocian con algún tipo de relajante, tranquilizante, somnífero o antidepresivo. Un dieciocho por ciento más de casos de depresión se habían tratado en España entre 2005 y 2015 y la única salida es una visita trimestral a un psiquiatra que si ve que no ha funcionado la medicación, aumentará la dosis. Los jóvenes hiperactivos pasan casi todos con una muleta del crecimiento llamada pastilla psicoactiva, sospechando que no se trata del tratamiento adecuado. No hay psicólogos sino psiquiatras. De cada cien euros del gasto sanitario, se cubren solo cinco con cincuenta en salud mental. Una pastilla no parece detener una consolidación de angustia, desasosiego, irracionalidad, irascibilidad, lágrima fácil, soledad, insomnio, somnolencia o necesidad de abrazos, callar con la vista perdida o hablar sin parar con la mirada algo desvariada.


La depresión debe considerarse como una discapacidad social. Las sociedades dinámicas e insensibles han confundido el paraguas de protección, haciéndonos ver que con dinero, poder o solidaridad entre pares o contactos influyentes se pueden superar los malos momentos. Por eso es menester tener relaciones, en caso que no estemos equilibrados en buen empleo, nómina, familia a mano o poder administrativo. La vida parece ser un generador de problemas y la sociedad, lentamente, se envuelve en un manto que denominan “epidemia silenciosa”. La dinámica histérica que hemos ido generando requieren de ese espiral de dolor que necesitamos calmar con cualquier medio al alcance ya que no podemos conciliar vida personal o laboral con autonomía e integridad. Consumimos pastillas para soportar la cotidianeidad y no lo soportamos. Somos pocos los que intentamos barajar nuevamente y comprobar nuestra evolución psíquica tras dos años de pastillas, intentando superar el abismo. Es como saltar al vacío, pero reconociendo que el vacío somos nosotros….

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario