viernes, 18 de marzo de 2022

Que es un soplo la vida

Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar”.

Antonio Machado – Proverbios y Cantares (XXIX)


Veinte años no es nada, o pueden ser muchos. La vida puede pasar despacio o con demasiada prisa, depende el estado físico, anímico y hasta económico de las circunstancias. Darle un valor numérico a una etapa de la vida puede ser una arbitrariedad. Pero somos abonados a la ligereza o la sinrazón. En este caso, dos décadas pueden parecer un suspiro, pero las canas, artritis, fracturas, contusiones y arrugas estiman que más que suspirar, la vida puede ser una exhalación o espiración. Para la identidad rioplatense, suscrita a la melancolía y nostalgia, la frase “veinte años no es nada” pueda ser un canto de incredulidad y hasta de desconcierto.


La letra del tango “Volver” es un faro de presencia continua desde 1934. Evoca con sensación de fracaso el regreso a una ciudad y a una etapa de la vida. El retorno es doloroso, duro, dominado por la desesperanza. Es un tango que fue escrito con tinte cósmico donde quedaron reflejadas experiencias universales. Con el tiempo se ha convertido en un poema que deja frases, giros o máximas eternas. Una de tantas, “que veinte años no es nada”, ha sido cantado mas de una vez, imitando la tonalidad melancólica del zorzal criollo, Carlos Gardel, repitiendo la letra de Alfredo Le Pera, que sin estudiarla, sale de memoria. Desde pequeño tal vez no se llegaba a comprender, pero era un himno que nos decía que dos décadas en realidad no son nada. Y desde el 18 de marzo de 2002 intento recordar esa frase para que en este 2022 pueda reconocer que si bien, no es nada en la vida de una persona, dos décadas fuera de un país dejan marca para aquello que no esté relacionado con el palpitante presente.


Toda ciudad tarde o temprano parece extraña. Las ciudades cambian, su aspecto sufre variaciones quizás más radicales que las que sufren las personas. Pero el contraste golpea cuando se regresa desde la distancia temporal, porque la transformación no te espera, tal vez ni te necesite. La cirugía estética de las restauraciones, la edificación de la especulación permanente, el acicalar fachadas y las innovaciones confunden tanto como la vulgaridad de la decadencia. Tu barrio puede seguir siendo tu barrio aunque no conserve una sola casa de tu infancia -ni un caserón de tejas-, aunque no queden casi vecinos de tu niñez o adolescencia. Pero también puede ser un agresivo extraño que te incomoda y paraliza, que te invita al reclamo de porque con el eslogan de crecer desmesuradamente, la metrópoli retrocede oscureciéndose a pesar del progreso de la iluminación vespertina. Y al mismo tiempo que te invade la congoja por ese paso del tiempo, otro que regresa puede estar sintiendo euforia o algarabía, viendo sus huellas en cada esquina sin el deterioro del paso del tiempo. Tal vez se trate de la misma ciudad, las personas somos las distintas.


Yo adivino el parpadeo” cada vez que regreso a mis pagos. Pero no logro que sean “las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos hondas horas de dolor”. Me he sentido mas de una vez desfasado en el tiempo. Me he sentido un exiliado de mi barrio, de mi ambiente, de mi país. Por suerte no me sucede con mis padres o familiares, amistades o costumbres. El reencuentro en esos casos apenas se asemeja a un paréntesis pero con el paso del tiempo esa permanente interrupción te enfrenta a hechos trascendentes, a posibles perdidas. “Que febril la mirada” cada vez que vuelves a ver el paso del tiempo de tu pasado, de tus seres queridos.


Un joven de dieciocho años hace setenta años llevaba sombrero de fieltro. La mujer se debatía entre la faja y la combinación. El luto se llevaba durante años y las distancias entre países o continentes, eran mayores, a pesar de ser las mismas en kilometrajes. Las modas de entonces pueden avergonzar a mas de uno, a otros les duele ver las gorras con las viseras al revés o los pantalones caídos hasta abajo del culo, o los horrendos cortes de pelo llamados mohicanos. Es que las modas cambian y estamos abonados también al “todo tiempo pasado fue mejor”, que vendría a ser verdad o mentira, depende la edad que tengas o que te echen. Cuando eres joven el tiempo pasa despacio y estás abierto a adaptarte a cualquier cambio, es más, los propicias. Pasados los cincuenta, la vida se escapa de las manos. Lo mismo que el destino de mucha gente que quieres. Algunas idas son súbitas, en otros casos, te duele hasta el desconsuelo anímico, el desgaste por el que debe pasar una persona en la enfermedad dentro de la enfermedad que parece ser la vejez.


¿En qué quedamos? ¿Mucho o poco son veinte años?. Mi experiencia personal dice que se han pasado volando, pero echando la vista atrás el recorrido ha sido intenso, con altibajos. El carácter se ha modificado, la sensiblería también, el destino parece ser que nunca será el que se ha soñado. Los afectos permanecen intactos pero es con la fidelidad donde se muestra más inalterable, no se resquebraja. A muchas personas se las quiere por reflejo, es que el cambio que experimentaron no estuvo a la par del que crees haber sostenido o de la demanda que exijas. Política y moralmente, el cambio fue a peor, nos hizo cómplices desbastadores de vampiros, mentirosos, oportunistas y ladrones. La inteligencia parece subestimada tanto como el mérito. La vulgaridad es la norma de la decadencia. “Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez”, aturde cada vez que se regresa y se debe tratar echar mano del humor o de la cariñosa añoranza para recordar, sin apenarte, de las costumbres y usos perdidos. Y seguir peleando para que tus seres queridos tengan espacio en la realidad y no sean parte de una memoria viva para que no se apaguen….

 



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