martes, 8 de marzo de 2022

Cómo me voy a olvidar

La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado”.

Marc Léopold Benjamín Bloch, historiador.



Muchos sobrevivientes de Auschwitz señalaron que seguir viviendo, construir o reconstruir familias y vínculos, proyectar futuro para sus nietos fueron sus victorias ante la eterna presencia y recuerdo del campo de concentración en sus vidas. Algunos, encararon otra lucha, tan dolorosa como la que sufrieron durante la guerra: ejercer su derecho a contar aunque no se les quisiera escuchar, sus versiones ante las constantes tergiversaciones de relatos organizados desde una voluntad negacionista, oportunista o egoísta. Esta puede haber sido una situación mas cruenta que la que les toco vivir en un campo de exterminio.



Algunos sectores intentaron relativizar lo sucedido, imponiendo conceptos o teorías, que descabelladas o no, no salían de la vivencia del campo de concentración o gueto, sino de una ideología que aspiraba a justificar y reconstruir la historia de acuerdo a sus convicciones o sentimientos. A nadie le gusta reconocer que en parte, se está enfermo o se encierra a un animal dentro. Esa memoria que las víctimas intentaron contar al mundo, hoy se está quedando sin fuerzas vivas. Mientras que en los albores de una nueva guerra, los idealistas de Putin o Zelenski intentan contar una historia que no tenga en cuenta a las verdaderas víctimas -a hoy, millón y medio de desplazados y víctimas civiles-, el concepto de memoria histórica parece ser una trampa a la que la mayoría de los países viven aferrados y donde la verdad poco importa.



Lo paradójico es que solemos frenar nuestras intentonas emocionales cuando nuestros seres queridos nos dicen que les lastimamos. Vendría a demostrar que todos tenemos sentimientos. Y en cuanto a la historia universal, estará siempre regada por relatos individuales que le claven el aguijón del sentido común a los que quieran contar la historia de forma sesgada. Por eso nos acordamos siempre de “El diario de Ana Frank” o “Si esto es un hombre”, porque los diarios personales nos ayudan a recordar que hay sufrimiento donde un historiador o manipulador ve fascinación histórica. El pasado son huellas que se tergiversan siempre que se pueda, por eso a las memorias históricas se acercan los oportunistas, donde un subsidio, una negación o el deseo de pulverizar al otro, contradicen ese afán de verdad que intentan pregonar. Siempre se privilegia “su” verdad por sobre la verdad en general, esa herida de las víctimas y los valores que se perdieron durante la resistencia.



Historiadores y testigos no pueden cambiar roles, a veces se complementan. La memoria y la historia se necesitan, pero se reemplazan por el guion que tantas veces una parte interesada necesita imponer sobre la otra. Ahí es donde el testigo tiene que existir para enfrentar a lo que quieren imponer como historia. Se hace todo el tiempo, y se espera que el testigo no sucumba porque siempre se ha de necesitar que se le escuche. Y debemos cerrar círculos, hacer perdurable lo que otros prefieren maleable o finito, por sus egoísmos o intereses. Caemos en guerrillas, en guerras de memorias, heroísmo y criminalidad se solapan descaradamente. Tal vez la historia es compartida, dentro de un héroe a veces actúa un criminal y eso permitiría alcanzar tablas en la partida llamada “moralidad pública”.



Los recuerdos humanos parecen ser materia viva, se forjan en el mismo presente. No se conservan tal cual para cuando sea necesario acudir a ellos. La memoria es lo que somos, no siempre lo que fuimos. Los impulsos nos llevan a ser portadores de memorias falsas, nuestros demonios se imponen a la lógica. Tal vez el único estado que nos permite vernos en forma tan cruda, dura y real es el depresivo. Y ya sabemos, que a todos nos asusta la depresión o peor aún, la introspección en una depresión. Se dice que en depresión no se construye, a veces temo esa perenne necesidad de sentirse bien para imponer ideales. Necesitamos héroes y de inmediato, traidores, víctimas o culpables. No es posible ni aceptable la opción de una memoria compartida.



Conocemos la guerra y otras barbaridades a través de lo que nos cuentan. Y la otra manera de conocer, es más cruel, vivirlas personalmente y escuchar tonterías de los que no tienen ni idea. El gran encontronazo que presenta la humanidad ante estas catástrofes es el del acontecimiento y el lenguaje del que se dispone para contarlo o entenderlo. Nunca es el lenguaje adecuado el que permita expresar algo horrendo por más que dispongas de un archivo colosal de testimonios de primera mano, siempre habrán voces que renieguen de los testigos, necesitando imponer la voz de un ideal, pulsión o interés personal. Nos olvidamos que detrás de discursos, mítines, arengas o bravuconadas hay vidas que solo quieran sobrevivir para poder olvidar. Casi no tenemos testigos vivos de la Segunda Guerra, ya no habrá de la Gran Guerra y la historia se seguirá escribiendo sin importar que la verdadera cronología, sucedió hace más de cien años. Necesitamos tener memoria, no es necesario seguir sesgando memorias sentimentales, remuneradas o partidistas. No me siento seguro escuchando a generacionales, no puedo preferir leer historiadores que escriban no sobre lo actual sino lo que sucedió hace mas de un siglo, pensando que de esa manera, el sesgo del impulso o impunidad no condicionará la historia ni a la desmemoria que nos habita. Y lo que es peor, no podemos optar a mantener vivos de por vida a los testigos para que nos aclaren que somos idiotas y afortunados por no haber vivido en primera persona un drama terrible y defender nuestras posturas, que visto y considerando como es la humanidad, a casi nadie le importa habitar en un bucle...

 



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