jueves, 6 de enero de 2022

Tienes un email

Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo solo tendrá una generación de idiotas”.

Albert Einstein

El interrogante inicial es querer saber si esto que escribo es una manera de comunicación. Si me baso en el feed back que genero, más bien podríamos hablar de un monólogo. No suele haber intercambio de opiniones, críticas ni halagos. A lo sumo, al colgar el link en redes sociales, recibiré inmediatos “me gusta” que es la manera de comunicar que genero, que me halaguen la publicación en sí. Lo llamativo es que este block no se especializa en publicar textos del tipo “el perro más monono” o “el gato más listo del mundo”, que tal vez me darían una viralidad impensada. No, me ofusco en pensamientos tal vez recurrentes vinculados a la manera de relacionarnos, comportarnos o comunicarnos, ligados con pensamientos o actitudes que he vivido en el mundo previo a este tecnológico. Pero, no logro comunicar, solo dejo una referencia asentada de un disgusto por las situaciones que no me agradan.



Al mismo tiempo, podemos tener un amigo en otro continente. Lo llamamos amistad, apenas conocemos nada de él, nos damos mutuamente “likes”, “me gusta” o nos floreamos con gentiles “íconos”. Pero nunca lo veremos ni sostendremos una conversación de profundidad o sinceridad. No sería tan importante esta particularidad si no fuera que ha ido reemplazando la atención de las verdaderas amistades, y sucede que casi nadie sostiene comunicaciones con sus conocidos que no sean producto de mensajes cortos de texto, muy cortos y donde predomine el intercambio de “pulgares arriba”, “bíceps poderosos” o stickers pegajosos. No solo en lo relativo a la amistad se ha modificado la comunicación en lo que va de este siglo, la actividad comercial, el reclamo o el pedido ya no es el mismo, prevaleciendo la indefensión y el hartazgo ante la soledad del necesitado.



La sociedad tecnológica que domina casi todos nuestros actos, nos ha convertido en sociedades narcisistas que ya no desafían nuestro intelecto, lo ha sometido. Internet, en lo relativo a las redes sociales o a los links de comunicación, solo nos conecta con quien piensa como nosotros. Y lo aceptamos, generando en el tiempo, que no soportemos una opinión en contrario. La familiaridad de la comuna nos ha convertido en intolerantes. Si con un clic nos acerca a lo que pensamos, ya no necesitamos del razonamiento para deducir la verdad o no de nuestra experiencia. En la era de la hipercomunicación digital deberíamos definirla como hiperaislamiento, que no notamos, porque creemos que tenemos plena libertad para navegar por donde queramos. Los algoritmos se encargaran de colocar mensajes o amistades en sectores semejantes donde seamos bien recibidos.



Si revisas tu correo electrónico, la actividad se limita al correo no deseado. El constante goteo de correos maliciosos o email marketing predomina en tu casilla personal. Es inusual recibir un correo personal y que superen las diez líneas -exceptuando el correo laboral-. La bandeja de entrada es dominio casi exclusivo de las firmas comerciales a las que has aceptado como conocidas. Tus conocidos han optado por el mensaje cada vez más breve en el WhatsApp o en el mensaje insufrible de audio en la misma aplicación. Para esto último, nos puede parecer interesante la opción de darle más velocidad a la escucha, en los casos donde la cadencia sea más que lenta. Predomina la ansiedad de la inmediatez, por lo que de a poco vamos optando a escuchar los audios a la velocidad de “la luz” de 2x.



Siguiendo con los emails, la pandemia complicó aún más la comunicación. Ante el juramento de que esta situación nos haría mejores personas, poco a poco en los primeros reclamos o consultas nos dimos de bruce con la nueva realidad, somos tal vez más incompetentes e irascibles que antes. Tener un problema en pandemia o endemia puede ser un verdadero incordio. Al desaparecer la atención personal, el correo se pensó como solución. Pero al poco de usar este recurso, comprobamos que un correo electrónico es un peligro para la comunicación, porque al no ser una comunicación de las llamadas instantáneas, la información que recibimos puede almacenarse y por ende, quedar registrada una respuesta comprometida o irresponsable. Entonces, ante dudas importantes -un oncólogo, por ejemplo- nunca obtendremos la respuesta necesaria, solo la menos comprometida. Algo similar en los foros o chat de las páginas web, con la simpática salvedad de que al terminar la consulta sin dilucidar, muy atentamente te despedirán con “¿alguna consulta más?”. La hipercomunicación parece una burla, por no decir, una falta de respeto -a uno mismo y a la profesión del cobarde que te atiende-. El miedo que le genera a un incompetente el uso del correo electrónico es que este funcionará como una notaría, la constancia de lo que se ha dicho. De ahí que no te digan nada.



Durante los primeros meses de adaptación a un nuevo país -allá por 2002- fue esencial para mi contención emocional el intercambio de correos electrónicos con familiares y amigos. Era el mecanismo habitual, fluido y constante, que reemplazaba al correo postal. Veinte años después, las redes sociales y el WhatsApp han acabado con su práctica. Escribir cartas ya no es necesario, es un mecanismo marginal, saludar las fiestas con postales solo es privilegio de las viejas guardias, que con sus rangos de edades, resisten el sticker molesto de la mensajería instantánea. Hemos sucumbido a la copresencia que es mas que nada, ausencia. O una pequeña muestra de nuestra esencia.



Instagram, WhatsApp y Facebook se representan como informal, que es como todos desean sostener su comunicación. La comunicación como la hemos conocido los nacidos en otro siglo ahora es considerada “formal”, por ende, apenas utilizada en casos puntuales -académicos, laborales o administrativas-. La mensajería instantánea de las aplicaciones antes mencionadas nos hacen pensar en inmediatez y efectividad. Estamos siempre conectados sin necesidad de escribir a nuestros seres cercanos, por que ahora los tenemos todo el día al alcance del teléfono móvil. Pero la sensación es que se ha perdido la profundidad, el responder tomándose su tiempo, midiendo el contenido, pensando cada palabra, intuyendo que el otro iba a entender lo que se le quisiera comunicar. Se pierde la conexión intimista y la condición reflexiva.



Es difícil cambiar la situación, ya no se puede optar por no navegar. A pesar de que perjudique nuestra comunicación, una vez aceptada por la mayoría, nadie puede volver atrás. El progreso sitúa a este desarrollo tecnológico como uno de los inventos esenciales de la humanidad. El problema radica en la interpretación y parece que la masividad -liderada por los jóvenes nativos digitales que no conocieron lo analógico- no comprende que estamos eliminando la transversalidad del conocimiento, la posibilidad de descubrir lo que en verdad nos interesa, en definitiva, colaborando diariamente a la intoxicación del intelecto. Debemos procurar resistir, torcer la dinámica de comunicación, dejar de no ver la realidad, para poder utilizar este increíble adelanto tecnológico y mejorar la calidad de información que llegue a nuestro perfil. Debemos exigir cosas esenciales y no tantas las tonterías que nos llegan en formato de cadena. La ventana al conocimiento no puede surgir de un bucle o túnel narcisista.



Llamar por teléfono no puede ser considerado invasivo. Las nuevas generaciones que no callan nunca se caracterizan por ser, en parte, la generación muda. Estamos espaciando cada vez mas las comunicaciones, aunque tengamos el teléfono móvil lleno de mensajes de audio, perdimos la horizontalidad de la comunicación y ya tengo varias amistades que te puede preguntar algo profundo sobre la salud de tu padre, y cuando le contestas en la inmediatez, son capaces de reanudad “esa profundidad” a las horas o al día siguiente. En la navegación diaria para informarme y nutrirme de conocimiento choco con voces que dicen que nuestros jóvenes leen y se comunican más que nosotros. Es tema para otra entrada, seguimos con necedad dando la espalda al progreso comportándonos como conformistas que confunden instantáneo con eficaz...

 




3 comentarios:

  1. Hará un par de horas que he recibido un whattsapp de una amiga (y ex) interesándose por mi salud. Rauda, ya que ayer mismo se enteró de que estaba confinado. Atenta en las formas y en los deseos. Cumplidora en que el mínimo de palabras supere lo escueto.
    He considerado siempre al teléfono como un medio de comunicación instantáneo en la distancia (por eso le pusieron tal nombre), útil para trasmitir, anunciar o notificar avatares de una determinada situación, pero no una herramienta para que la conversación trascienda más allá.
    Cuando lo que se comunica cabalga sobre la expresibidad, es necesario asomarse físicamente al destinatario, y recibir de él respuestas, comentarios y diálogo forjado en iguales condiciones.
    Hasta cuando estoy en la oficina, si tengo que decir algo al de la oficina de al lado, me levanto y se lo presento en voz y forma; aunque sería más rápido levantar el auricular y marcar cuatro números. Incluso llego a coger (en español, no argentino) el coche, rodar 20 kilómetros y pagar un par de cervezas si valoro minimamente que el tema a tratar precisa analizarse en el lienzo facial del agregado. Esto, perder una hora y unos cuantos euros hoy en día es considerado un dislate.
    Ahora bien, como dice Javi, el sms (antes), el whattsapp y otras formas lacónicas de comunicación han concedido al teléfono ser una especie de puente comunicativo pseudohumano. Aparentemente ha humanizado en gran medida el mensaje, ya que, al menos, podemos captar el tono, la intensidad, el fragor, el sosiego y otros aspectos que proporcionan al diálogo la profundidad que (sobre todo determinadas situaciones) se precisa.
    Ahora me viene a la mente la imagen de la señora que habla con una "amiga" y le comenta lo mucho que se alegra de lo bien que le van las cosas, mientras arruga la nariz, saca la lengua y mueve enhiesto su dedo medio de abajo arriba. Pero bueno... que esto no desvanezca lo anteriormente dicho.
    Por eso he contestado a mi amiga que estoy dispuesto a abandonar todos mis quehaceres y deshacerme de todo el gentío que me acompaña en mi reclusión para atender su llamada telefónica, sea en el momento que sea. Ya veremos si llega.
    También creo que dentro de tres días volveré a odiar el sonido telefónico. Siempre prevalecerá eso de yo, tú y las respectivas circunstancias.
    Por cierto, leyendo tu block he recordado que llevo cerca de un mes (o más) sin revisar mi correo electrónico. Tengo cuatro cuentas de correo, de las cuales sólo puedo utilizar dos ya que olvidé las claves de las otras.
    También me apunté en Facebook, pero apenas lo visito. No sé sacarle utilidad práctica. De vez en cuando me asomo y veo que hay personas que piden mi amistad, y yo me pregunto: si no te conozco y tú no me conoces, ¿por qué deseas mi amistad? ¿qué es lo que te precipita a tomar esa decisión?. Déjate de tonterías y dime que coño quieres, me pasas tu teléfono, dirección y motivos. O me invitas a contactar frente a frente, que es lo que se debería concertar. Y ya decidiremos.
    Tanto escribir me está dejando la boca seca. Voy a pedir una cerveza al frigorífico, que habitualmente es tan amable como para satisfacerme (mejor que muchas personas).

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  2. Te ofuscas porque este recuadro que ahora emborrono no lo es con más asiduidad. Cada carta que lanzas va refrendada con raciocinio, avalada por frases y sentencias de filósofos y pensadores que algunos ni conocerán, pero que nadie se atreve a rebatir. Por ello dejas poco margen para insertar cualquier semilla de debate.
    Como reconoces, plasmas generalmente "referencias asentadas de disgustos por situaciones que te desagradan". Creo que esta es una de las razones: los problemas diarios y personales de cada cual, conllevan un esfuerzo enorme y continuo, y siempre es más fácil (y comprensible) que busquemos noticias paliativas. Tus reflexiones se hacen rebotar en los pensamientos de los seguidores y dejan poso. Volver a regurgitar en réplicas, alegaciones o mostrar acuerdo parece afanoso o complicado.
    Que me lo digan a mí, que para escribir esto he tardado seis minutos... y una hora. ¡Con la facilidad que lo hacía hace cinco lustros!
    Otra de las razones podría ser que la brillante estética de tu prosa arredra a proponer respuestas; temor por no estar a la altura literaria.
    Vemos al ciclista de pista dando vueltas al velódromo, y a espectadores animando giro tras giro. A partir de un número de pases por delante, el espectador sólo es espectante. Quizás haya que abandonar de vez en cuando la pista y avanzar por otras carreteras. Este ciclista tiene condiciones para afrontar puertos de primera y etapas contrarreloj.
    Son ideas, porque la palabra "crítica" sería un atrevimiento no permitido por la sensatez y suena demasiado rotunda en la garganta y en la mente.

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    1. En realidad me debo ofuscar conmigo, por no poder generar ese feedback que todo escritor desea. Te agradezco tus palabras, trataré de buscar puertos de montaña, aunque ambos sabemos que mis músculos y fibras no me permiten ilusionar posibles gestas. Gracias, en serio

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