martes, 18 de enero de 2022

Llegué a la casa de un artista, lo encontré corto de vista

Escribir es lo interminable, lo incesante”.

Maurice Blanchot.


El espacio literario es esa especie de lugar donde se gesta la literatura. Un lugar que puede ser el propio mundo, la inagotable fuente de material publicable. También el propio mundo interior, tan cercano pero a veces distante para aquellos que no saben o no pueden expresar sus emociones o pensamientos. La soledad del escritor parece ser el elemento mas cercano del que dispone aquel que se enfrenta a una página en blanco para manifestar sus ideales, creencias, imaginación o estilo. Para muchos solo puede ser una actividad comercial más, ya que se le da bien. Ese espacio literario abarca al hecho trascendente de la obra literaria. Pero somos muchos los que naufragamos en el intento y el motivo de hoy, sería preguntarse en que orilla estamos sucumbiendo.


Si aquel escritor que trasciende, nos declara que en realidad, no va hacia un mundo más seguro o justificado porque el escribir nunca terminará de descubrir lo interminable, ¿qué logrará calmarnos a todos los ignotos que nos interrogamos a través de simples bosquejos sintáctica o semanticamente decentes? Y de entre los consagrados o arribados, ¿cuántas novelas o ensayos son, en realidad, de calidad inferior? Al año se publican promedio, en España, 90.000 títulos. ¿Son necesarios? ¿Tanto se lee? Los que vamos por la vida rastreando libros como si fueran “pokemones”, sabemos que no se lee como para justificar tanta inversión, tanta beca, subsidio, premios, tanto papel, entrevistas o giras de difusión comercial. Ser escritor es muy complejo, es una frase que se puede “googlear” fácilmente y a pesar de la sentencia, te encontrarás mil páginas web que aspiren a venderte un curso, un taller literario o fomentar un edición casera de tu vademécum literario.


Vivir pendiente de la subvención y de la palabra arte puede ser un estilo de vida desgastante, agobiante. Escribir sobre las diferencias que subvencionan y son políticamente correcta debe ser un arte que no sabemos considerar. La guerra civil, los desaparecidos, la desigualdad de género, la violencia, el feminismo, el patriarcado, la épica de las revoluciones y otras yerbas que alucinan a muchos, son difíciles de cuestionar en algunas sociedades. Estamos expuestos al oprobio y a la lapidación si lo cuestionamos. Es mejor callarse la boca y ver que bien gestionan el grifo de la subvención mientras no saben, del todo, disimular, que se trata de impostores no tan comprometidos como se venden o de una estrategia que permita vivir toda la vida a expensas de una injusticia. Entonces recupero la frase inicial de Maurice Blanchot que abre esta entrada y me pregunto que es es espacio literario interminable o incesante.


La frontera entre la realidad y la ficción no parece ser tan borrosa como nos cuentan. Los premios literarios tantas veces parecen amañados. Uno de los premios más importantes de España del 2021 lo gana una enigmática mujer ya célebre que “Mola” a la que nadie conocía personalmente y que al día siguiente de premiarla, se presentan como tres hombres que nos quieren contar una milonga que, entonces, nos hace entender porque son buenos en florituras literarias y ya no “Molan” tanto. Novelistas sociales de mercado -fosas, fusilamientos, holocaustos, feminismo, ecología, racismo, igualdad- que en realidad parecen demostrar que lo primero que gestiona un escritor que ha de salvar al mundo es tramitar de inmediato su propia salvación. Si el porcentaje de gente que vive de su escritura es ínfimo, deberíamos preguntarnos cual es el porcentaje dentro del porcentaje del que vale la pena aferrarse para seguir sintiendo el concepto del espacio literario tan necesario de una trascendencia. No cuestiono al escritor, cuestiono a las hordas de “ganadores” amañados con cara de sorpresa y que ahora aspiran, además del subsidio, a que Netflix les compre el guion para una miniserie.


La otra opción sería poder becarte a ti mismo para perseguir el espacio literario. Escribir un blog parece una buena idea, más cuando la oferta abunda en copi y pegas. Pero llamativamente el mundo tecnológico no castiga esos pastiches porque hoy la información se necesita de inmediato y no importa tanto la fuente, la seriedad ni la etimología como sí importa tener la primera respuesta a mano para calmar la ansiedad de algo que se ha de olvidar en minutos. Ser escritor es una anomalía y cada uno carga con ella como puede o sabe. Algunos optan por el taller literario, sin reparar que el estilo único de un escritor consagrado no hubiera permitido la corrección permanente en un taller. Escritura creativa se promocionan los cursos pero en realidad podemos suponer que lo que más puede sucumbir en muchos de ellos es la frustración, la mentira, falsas esperanzas, imposturas o ilusiones que se romperán algo mas. La iniciación de un taller literario se puede entrecruzar con el fracaso del escritor y que encuentra como única opción acercarse a un taller para mantener la llama del movimiento artístico.


En realidad, la literatura no nos salva de nada. Wystan Auden, poeta británico del siglo pasado, lo definía con esa crueldad tan literaria: “La poesía no hace que suceda nada. Sobrevive en el valle del decir”. Lo que es decir que queda lindo que exista la poesía para fundamentar que el cambio es interior y siempre es posible vivir una vida más bella. La vida incorpora al arte, pero rara vez cambia las naturalezas inhumanas. Escribir suele ser el arte de plasmar en un papel lo insignificante o vacía que resulta la realidad. Escribir debería ser el rigor de un comienzo. Si el arte es infinito, tal vez signifique que los artistas son incapaces de ponerle fin y todo conduce a la palabra historia, que puede ser el bucle inacabado ni concluso, a la eterna soledad, que el escritor simboliza como tal vez nadie.


Para Emil Cioran, escritor rumano del siglo pasado, la literatura hace más tolerable el duro “inconveniente de haber nacido”. El que escribe tal vez sea víctima de una exigencia imperiosa de seguir escribiendo, aún cuando no viva de su arte, ni de sus preguntas o respuestas. Somos un lenguaje sin tanto sentido, somos comunicar para obtener silencio, somos universales para repetir errores, somos lecciones inacabadas por incumplimiento de los contratos sociales. Hablar parece ser la sombra de las palabras, decimos mas de lo que hacemos. Esa verdad insensible que se vislumbra, no se quiere ver, es mas cómodo no verla. Por eso el arte tantas veces sea considerada una actividad vanidosa, insulsa, inocente e inútil. El error de lo imaginado y la verdad inasible que nos posee. Pongo en duda si la literatura es un agente del cambio, a veces me ha ganado el fastidio de los clichés, como ese que dice que nunca es el escritor el que elige sus temas sino ellos a él, de tener que recurrir a demasiadas mentiras para decir a veces la verdad. Escribir es lo interminable en un momento de la historia donde, casi todos enojados, quisieran ser testigos de un cambio cierto y no seguir viendo el fondo sin saber exactamente, cual es el concepto de profundidad...

 



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