martes, 11 de enero de 2022

El sueño que yo soñé es la humanidad, es la humanidad

Todo lo que nos sucede, incluso nuestras humillaciones, nuestras desgracias, nuestras vergüenzas, todo nos es dado como materia prima, como barro, para que podamos dar forma a nuestro arte”.

Jorge Luis Borges

Vivimos en un mundo de cambios. Dicha percepción, es mas tangible en estos tiempos, mucho más acusado que en el pasado. El mundo conocido -para los ciudadanos analógicos- nos parece extraño, irreconocible. Y nos da miedo perder esa sensación de referencia, además de generarnos inseguridad. El mundo parece ser de los jóvenes y la tecnología es la punta de lanza icónica del cambio descontrolado. En esa sensación de desfasaje temporal, vuelve una y otra vez una frase que se utiliza para todo momento: “venido a menos”. Frase que tal vez, sea la innegable condición del ser humano en el paso del tiempo, en todos los sentidos, envejecemos.



La salud, la edad, una ciudad, región, país, una gloria o institución deportiva, una leyenda social, estatus, las artes, linajes, países, clases sociales, lenguajes, personas, políticas, ideologías, carreras profesionales, empresas, reinos o imperios, tradiciones, cuerpo y mente, y tantas referencias más nos permiten adjetivar de que algo esté “venido a menos”. En las búsquedas de material emprendidas en la web está vez no arroja un resultado definitorio sobre el origen del concepto o su filosofía; pero la red está rebosada de titulares de situaciones que devienen a menos, impactando su uso, tan corriente o trillado. Todo puede venir a menos con el paso del tiempo. Bendito aquel que en toda su trayectoria vital pueda considerar que su brillo no decae ni declina.



Un personaje del barroco español ha sido el paradigma de una situación similar a la que motiva esta entrada. Una figura socio cultural como manera clara de concebir la sociedad del momento, representada por el hidalgo, surgido antes de los siglos XVI y XVII. Muchos hidalgos recorrieron las páginas de la historia de manera cruda pero bien descriptiva de gente o bien pobre o rozando la indigencia, sin que por eso, abdicaran de su mentalidad de privilegiados. La impostura como arte de pertenecer a lo que no se pertenece o perteneció es una de las cualidades obtusas del ser humano. El venir a menos responde a un declive, a un descenso de su relieve social, a una percepción no siempre propia, mas vinculada a la mirada del otro. En una sociedad donde la imagen es fundamental, el sufrimiento por lo venido a menos debe ser dramático. Todos estamos expuestos a ese escenario de relaciones personales o sociales. El derecho adquirido no es eterno y a veces, sucumbir es un hecho hiriente. Declinar tendría que ser lógico, la vida es dinámica, se transita por todos los estados.



Somos sobrevivientes de realidades obsoletas que nos dejan fuera de todo. Tratamos de adaptarnos, de seguir perteneciendo. Pero algunos son estructuralmente arcaicos, que no son capaces de registrar los cambios que se dan a su alrededor, incluidos en su mínimo mundo de relaciones o capacidades. Y una realidad de la globalización y el capitalismo desmedido nos obliga a reconocer que ya no existen buenos productos sino solo estandarizados, con fecha de caducidad pronta. Comida rápida, ropa de apenas usar y tirar, contratos basura, edificaciones modernas pero poco funcionales y hasta veces inseguras. Todo lo barato parece desbaratado. Todo lo necesario es apenas innecesario. La cultura ya ha visto reflejado, en otros momentos, lo venido a menos, matizado por la picaresca para hacerlo, tal vez, más digerible. Algunos conviven mal trasgrediendo esta realidad, la mayoría no lo nota, donde además del venido a menos podemos incluir al cutre u ordinario.



El humor, la comedia, tragicomedia, costumbrismo, drama, esperpento, ternura, amor, sexo puede ser venido a menos. Hay gente que siente orgullo por lo que no tiene calidad o está descuidado en los detalles más nimios. Lo venido a menos no tiene que ser solo relacionado con el hidalgo, pero si usted se toma el trabajo de navegar en la red, la suma de las palabras hidalgo y venido a menos, arrojará un porcentaje elevado de información -basta- de Alonso Quijano, nuestro Don Quijote. El siglo de oro literario español se nutre de un realismo popularizante, con la ya mencionada picaresca como estandarte, pero sin descuidar la presencia de la nueva comedia, el celestinesco, la nueva novela y el teatro popular, todas dominadas por la mezcla entre la mística y la ascética -voluntad de un creyente por acercarse a la perfección e iluminación-. La literatura del Siglo de Oro contiene a algunos de los autores más conocidos universalmente. Y la figura del hidalgo venido a menos, predomina.



Realidad” de Benito Pérez Galdós, “El lazarillo de Tormes”, “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla, “La Regenta” de Leopoldo Alas, “Clarín”, “Los pasos de Ulloa” de Emilia Pardo Bazán, “Luces de Bohemia” de Ramón María del Valle Inclán, “El pintor de su deshonra” o “El médico de su honra” de Pedro Calderón de la Barca, “Fuenteovejuna” de Lope de Vega, “El sueño del infierno” o “La vida del Buscón” de Francisco de Quevedo o la mencionada novela cumbre de las letras españolas, “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes, tuvieron como objeto lo venido a menos, la pobreza y supervivencia, la picaresca y la marginalidad encubierta a través de la burla literaria que no descuida los apuros constantes que atraviesa el hidalgo buscando demostrar su honra e hidalguía. Más cercano en el tiempo, Federico García Lorca, Camilo José Cela, Miguel Delibes, Carmen Laforet, Luis Buñuel, Luis García Berlanga, Rafael Azcona o Pedro Almodóvar, narran momentos vitales de protagonistas venidos a menos, tal vez como justicia poética.



El hidalgo no aceptaba los cambios económicos, sociales, políticos o culturales de su época. Su tradicionalismo no le permitía vislumbrar los nuevos tiempos. Su identidad quedaba anclada en un pasado reluciente. Eran los herederos legítimos de la decadencia de un imperio. Retomando este momento, lo venido a menos no es consecuencia de pestes, guerras o fenómenos naturales. El paso del tiempo es un enemigo físico del que nadie escapa, pero algunos eligen el transformismo de su apariencia -anímico o económico- para seguir viviendo en referencias inexistentes o pasadas de moda. Hacía tiempo vivían mejor o lo creían. Las sociedades se adaptaron a ese Siglo de Oro para vivir de una picaresca que se define como cutre u ordinaria, pero creyendo en todo momento que se es espléndido. El nivel cultural es más que bajo, empeñando en defender una realidad que no es real y se les viene encima. Para que nos nos abrume el trap, reguetón, los realities, las tertulias del corazón, los populismos demagógicos y todo lo cutre, es indispensable torcer la historia, para dejar de ser factibles titulares de venidos a menos -todos lo seremos en algún momento o en varios de la vida- y rebuscar en la sesera un antídoto como aquel literario que nos inmortalizó los prejuicios de un Quijote...

 




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