miércoles, 22 de diciembre de 2021

Qué fantástica, fantástica esta fiesta

"No hay nada más triste en este mundo que despertarse la mañana de Navidad y no ser un niño".

Erma Bombeck


Si se agotara la tradición, tal vez termine con la ilusión de hacer regalos. No es una generalidad, pero suele ocurrir con el paso del tiempo. Lo que no cede, es el gigante del marketing y su comercio. Cada año se anuncia un poco antes, de manera pegajosa, comercial y omnipresente. Me tocó vivirlas con calor desmedido y hace dos décadas, que alternan en hogares variados con frío en el termómetro y tal vez en las emociones. En algunas culturas es una noche más. En otras, es sinónimo de felicidad y apego. Entre las dos semanas que median entre las navidades y el día de Reyes se vive una expansiva onda que, para muchos, es precedida del silencio de la normalidad. Y quiero escribir sobre ello.


Se ha perdido parte de esa magia, y no lo digo porque estás últimas me hallen más que escéptico. Se compra por comprar, se llena de regalos que en muchos casos, solo se disfrutarán en las primeras horas. En mi caso, los regalos eran para parte importante de mi infancia, se iban a utilizar en todo momento. Se debería procurar recuperar la creatividad en los regalos, en su necesidad, en al menos un par de usos y no tanto en presumir que todo lo que pida un hijo en sus cartas, se le compre. No se fijan en el regalo, sino en cuantos le han traído. En mi caso, anhelaba el descubrimiento tanto o más que el objeto, eran esas horas de vigilia observando el árbol y los paquetes imaginando que podría haber tocado. La navidad es ya una ceremonia de consumo -de alimentos y de regalos- donde la felicidad pasa por lo más superflua de las sensaciones. Se renueva año a año bajo el concepto del espíritu de fraternidad, generosidad, amor al prójimo, caridad, altruismo y tantos otros atributos positivos que nos ennoblecen. Son un par de semanas donde se renuevan los votos de una mejor humanidad, de esperanza y deseo de paz. La vida, en todo caso, también es un pensamiento. Y efímero, tanto que parecen generosidades forzadas.


Hay navidades felices y de las otras. A veces no podemos situar nuestro estado de animo, problemas personales o de salud en un paréntesis navideño. La carga sentimental, de manera inconsciente, está presente en estas fechas. La idealización que arropan estas fiestas nos puede hacer más vulnerables. Y no está mal, el ideario de las navidades está precedida por la intención de la reflexión y la introspección y esta última palabra refiere a la observación personal de la propia conciencia o estados de ánimo para reflexionar sobre ellos. Para muchos, estas fiestas, traen el recuerdo de los que no están o de lo que no ha salido, se ha torcido o no ha funcionado durante el último año, es decir, nuestra trayectoria vital. Hay márgenes en nuestra experiencia que no podemos controlar, por ende lo inesperado está a la vuelta de la esquina, esperando. Es lógico que eso pase, no es tan lógico que esa persona deba fingir o disimular un sentimiento navideño distinto al que le invade. Somos vulnerables, sin ninguna duda.


La esperanza de que nuestra mejor naturaleza prevalecerá, el ritual donde están mezcladas la nostalgia y la melancolía, bañadas por el júbilo y la tristeza, la generosidad y la compasión, son argumentos que acompañaron a Charles Dickens a la hora de presentar “Un cuento de Navidad”. La Navidad es un género literario por sí mismo y en dicho sentido, tanto Shakespeare como el mismo Dickens cultivan la tradición del cuento navideño donde debe reinar el espíritu amable. Pero no estuvieron solos en el intento, los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, Gustavo Adolfo Bécquer, Ciro Alegría, Benito Pérez Galdós, Truman Capote, Robert Loius Stevenson, Agatha Christie, Blasco Ibañez, Dylan Thomas, John Tolkien, Washington Irving, Gabriela Mistral, Gerardo Diego o Ernest Hoffmann, entre tantos, dieron paso a clásicos del cuento, novela, fábula o poesía que nunca pasan de moda. La literatura ha encontrado en las fiestas uno de los mejores instrumentos para estudiar ese influjo en el comportamiento humano. Las navidades, con su promesa eterna de redención, no podía quedar al margen.


Las navidades pueden ser felices, pero a veces, feroces, por lo triste. La navidad y el fin de año, más allá del concepto religioso -que me niego a desarrollar- son fechas que funcionan como herramientas de cohesión social. Debemos procurar seguir siendo una sociedad afectiva, no parecemos formar parte de una sociedad de creyentes, salvo en la creencia de que debemos consumir. Con el tiempo se ha convertido en un acontecimiento donde los niños son los protagonistas, tal vez porque se apoyan más en la emoción que en la razón. Para los adultos, el dolor propio o ajeno nos ancla a la memoria. Y confesarlo parece un pecado, un prejuicio social, porque aún en la tristeza que no se quiere generar en esos días, felices o tristes, todos rememoramos nuestras navidades pasadas con increíble fidelidad. Enmascarar una situación nunca la hace desaparecer, mostrar debilidad no es perder el decoro. La tristeza, cuando toca, se debe tomar como un sentimiento sano. Pasará el tiempo y regresará la otra cara, tal vez con cicatrices, pero un final siempre dará comienzo a un nuevo espíritu navideño...

 



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