viernes, 10 de diciembre de 2021

Búsquenme, me encontrarán en el país de la libertad

 “Tienen razón al decir que “Los miserables” fue escrita para un público universal. No sé si sería para todos, pero está desde luego dirigido a todos”.

Víctor Hugo

Los personajes pueden considerarse arque típicos, de ahí su éxito además en musicales, teatro, películas o industria de entretenimiento, pero los dilemas que difunde no pierden vigencia en la condición humana. Es una novela de permanente actualidad, de ahí que se suscriban versiones actualizadas en cine o literatura. La justicia, trascendencia y la condición humana tratada con una riqueza que aún empobrece a la realidad. Las ideas que transmite la historia son dilemas universales, lo que inventó Víctor Hugo fue la forma de expresarlas. Es considerado un poeta del porvenir, seguimos luchando contra ideales y sigue pendiente una justa transformación. Tal vez por eso, “Los miserables” siga siendo una de las novelas más citadas y versionadas de la historia.


Para la lectura simplista de hoy, se trata de un largo relato sobre la libertad y la desigualdad, construcciones intelectuales no exentas de hipocresía, impostura y falta de voluntad que siguen perpetuando en una sensación de falta de justicia. Sus detractores mencionaron el exceso de dotes expresivas que contrastan sobremanera con estas épocas de sequía. Costumbrista, destacó por crear un pensamiento único a finales del siglo XIX que no ha cerrado todavía. Sigue pendiente descifrar la revolución efectiva que emancipe a la humanidad. Las luchas sociales no conducen a un resultado definitivo, suelen conducir al poder a construcciones e ideologías mas opresivas que las que se pretende dejar atrás.


El romanticismo no es de nuestros días, el movimiento “cultural” que predomina es el comodismo que ansía pensar que el mundo puede mejorar triunfando la virtud. Porque todos tenemos un cursi dentro que supone que finalmente se debe torcer la historia, reflejando el paso del mal al bien, de lo injusto a lo justo, de la maldad a la bondad, de la podredumbre moral al deber hacer las cosas bien, de la educación obsoleta a la educación cumplida, de la complicidad funcional a la denuncia. Todos buscamos perfeccionar la vida íntima del alma, tal vez por eso nos aferramos a un clásico de la literatura para inventar vidas y gestas que completen nuestras limitadas vidas. La imaginación es la única insubordinación que no falle, tal vez.


Su lectura parece un simple retrato de un momento histórico que produjo cambios, pero no evitó calamidades. La riqueza literaria empobrece aún más la realidad, somos conscientes que es la historia de una revolución pura, por ende condenada al fracaso. Un bello fracaso que apenas cambió radicalmente al mundo sin cambiarlo demasiado, o lo cambió de manos. Perdura el estremecimiento por el alma rota de los descastados o desheredados del planeta. La revolución toma sentido cuando fracasa, por eso la universalidad de Víctor Hugo se consagra a todos los que nos sentimos derrotados sin más revolución que una fantasía infantil que nos acerque a Gavroche, el inocente entre los inocentes, que en el combate, ve su redención como la culminación de un intento imposible e inmaduro de emancipación.


El problema narrativo de nuestros tiempos convulsos es la coherencia, proponer un mundo mientras representamos otro. Solemos ser presa de realidades ficticias alimentadas en una adolescencia tardia o juventud febril donde el cambio parece siempre fácil, posible e inminente. El problema es cuando supuestamente crecemos y seguimos aferrados a tópicos. Víctor Hugo es considerado el último escritor antiguo del romanticismo y no pudo predecir que en los tiempos modernos del cambio de siglo comenzarían los horrores sociales del realismo, prefiriendo al menos, una reivindicación a la libertad y humanitarismo con, dicho con tristeza, una puesta en escena donde poderes mágicos puedan dirimir la controversia que nos oprime entre el bien y el mal. Por eso, durante las manifestaciones en Hong Kong en 2019, los asistentes optaron por cantar a la policía la canción del musical, “Do you hear the people sing”, para persuadirse de que lo más bajo de lo bajo pueda elevarse a alturas morales como sociales. Los miserables funciona como una novela de redención optimista, por ende, revolucionaria.


Mil quinientas páginas a lo largo de treinta años recorren todas las grandes cuestiones: la justicia, el amor, la moral, el bien y el mal, la ley, el ansia de progreso, el hambre, la piedad, la confianza en una nueva oportunidad, la existencia o no de dios, la podredumbre, la maldad por sobre el idealismo. Toda su obra puede ser considerada como el mensaje hacia una lucha condenada al triunfo y en esa aguja en el pajar que fue “Los miserables” representó a un creador que quiso suplantar todo y logró al menos, inmortalizar el triunfo del bien sobre el mal en una obra literaria que permitió una revolución, teatral. No se trata de desmerecer a Víctor Hugo, tal vez los desmerecidos seamos los seres humanos. A meses de cumplirse doscientos veinte años de su nacimiento -26 de febrero de 1802-, cursos, exposiciones, seminarios, talleres, adaptaciones, biografías y espectáculos se siguen basando en su prolífica obra, aquella narración de la insurrección popular que se convirtió en el ensayo del infinito...


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