martes, 14 de diciembre de 2021

Te llevaré, hasta el extremo

 “Las tragedias de los otros son siempre de una banalidad desesperante”.

Oscar Wilde


Para muchos, ha tomado por asalto a la literatura. Su persistencia debe entenderse como consecuencia lógica de una época, de mayor individualidad, y por otro lado, una creciente exigencia de realismo por parte del público. Internet y el juego de lo público y privado habrán tenido mucho que ver. Vivimos en la era del marketing personal permanente, donde todos parecen hablarte al oído y a sus ombligos. Usar la primera persona ya no peca de narcisista, a todos nos seduce conocer a creadores vulnerables, sensibles e intimistas. Por eso predomina la literatura del yo, la catarsis vende. Y las letras se desnudan como nunca antes, aunque literatura intimista siempre aconteció, más solemne.


Hay siempre historias para contar, pero cada vez más se cuentan las cosas que nos suceden en primera persona. En todo escritura está presente el yo, aunque se escriba en tercera persona. Está presente en los personajes, en la trama, en la mirada. La literatura se nutre de las preguntas existenciales que nos incluyen. La literatura siempre fue del yo, aunque ambientada en un nosotros. Un yo con el que uno se identificaba, un yo deseado, que ahora pasa a ser mi yo posible. El yo histórico reemplazado por mi historia con cara propia. Tal vez hoy no se tape tanto las partes pudendas, no avergüenza mostrarse desnudo. La introspección de la primera persona parece ser la mejor voz en el presente.


Al vivir en una sociedad individualista, la comunicación se proyecta casi en exclusiva, en individual. Somos el fruto de la época, somos de donde nacemos. Escribir la propia autobiografía igualmente sigue necesitando de la ficción, la vida está todo el tiempo reescribiéndose. La moral católica del disimulo y el secretismo son considerados hipócritas y hoy cuesta mantener un secreto o momento privado. Nos atraen más las peripecias de un individuo que las de un colectivo. La historia de la literatura está plagada de talento innato pero hoy se complementa con el talento trabajado o con el talento de saber contar la intimidad. No hay tanto escritor solitario y más empoderamiento de la voz colectiva.


El yo parece liberarse y expandirse. Voz habitual en la poesía, en el ensayo o la crónica, fue sumando a la biografía, la autobiografía para volcarse en la novela. A los lectores les gusta verse reflejado en la vida de los autores. Sobre todo al lector le gusta verse reflejado en los libros. Y el autor ejecuta un pacto con su leyente, se vinculan. Un rumor de verdad, de confesión, de algo real que es asequible y le llegue de forma directa a quien lee. Puede romper la dicotomía realidad y ficción, puede alterar el equilibrio, experimentando nuevas sensaciones en el acto de escribir y en el de leer.


Debemos tener en cuenta el subconsciente y la memoria. Ambas no pueden ser manejadas, tantas veces al irrumpir, distorsionan como espejos deformantes. El pasado al reflotarlo, puede ser modificado. Las emociones, también. Al escribir, se selecciona, se usa un criterio. Se mezcla con un estilo y se ofrece un producto que nadie puede garantizar que el yo ofertado sea finalmente el yo verdadero. Quien narra una vida, aunque sea la suya propia, la transforma en una novela y cruza en reiteradas formas, los dominios de la fabulación. La primera persona ha sido recreada por autores como Marcel Proust, Dante, Jorge Luis Borges, Phillip Roth, Marguerite Duras, Thomas Bernhard, Juan José Millás y tantos otros. El yo es histórico, está presente en la novela desde tiempos pasados. Walter Benjamín consideraba necesario incursionar en el yo una vez desarrollada una voz propia, es decir, luego de adquirida la experiencia.


El autor es al mismo tiempo el protagonista y el narrador. De esta guisa, el novelista francés Julen Serge Doubrovsky, definió por los setenta del pasado siglo a la literatura del yo o auto ficción. No es una creación de la posmodernidad, pero es en estas épocas donde el fenómeno no se resiste por la mayoría de las editoriales. La duda, también instalada, es saber valorar si el yo que programan no es más que nada, un yo ficcionado. La ocultación del verdadero yo es un fenómeno en aumento, la necesidad de comunicar todo el tiempo vidas esplendorosas, frases ingeniosas, dicha plena, control en sí mismo, la propia mitificación. La vida es una selección de historias verídicas que suelen conmocionar cuando se descubren que son, en parte, impostadas. De ahí la sorpresa permanente, la incredulidad en aumento, la desilusión constante que nos invade.


Podría haber quedado en una moda, como esta de los blogs que si bien no se apagan, el copi pega monotemático que las abastece ha mermado su atractivo. No es una autobiografía en toda regla, se juega con el lector mareando la trama para mantener el pulso de la atención, por ende está bajo sospecha. No es una crónica, ni memorias, ni novela, porque la novela sigue siendo el arte de plasmar la ficción y en más de una autobiografía permanece la sospecha de que lo que le acontece al autor pueda ser verdad. La literatura del yo es ambigua, pero la gente, renovando el efecto ilusorio que requiere para reconstruir la candidez, le ha dado en este siglo, la venia para tratar de romper con todo lo pasado, y reparar el disco duro fragmentado de desechos de una naturaleza que se desmorona. La tecnología y la interacción social lo que ha generado, entre tantas cosas, es la proliferación de las mentiras y engaños.


La gente es de la idea que al usar la tecnología para interactuar, la honestidad es más difícil de conseguir. La vida post pandemia acentúa las preocupaciones individuales y egoístas, la selfi diaria que nos habita en la narcisista necesidad de decir yo estuve allí, encontró la máscara para un nicho en el yo literario, y puede seguir creciendo por la imperiosa necesidad que mostramos de hacer oír todas las voces en esta sociedad de sordos onanistas complacientes que no terminan de comprobar que no se puede competir con la realidad y que no es la historia la que nos miente y ha mentido, sino que somos nosotros mismos, comenzando por mi yo y por tu tú ególatra….

 



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